Paz palestina
EL PROCESO de paz en Oriente Próximo ha sobrevivido a la desconfianza mutua de israelíes y palestinos, el escepticismo de muchos en la comunidad internacional, la hostilidad de muchos dirigentes árabes y una larga cadena de atentados protagonizada por colonos judíos e integristas islámicos. Avanza lenta pero tercamente, por la convicción de lo necesario. Cuatro años después de su comienzo en la Conferencia de Madrid de octubre de 1991, y dos después de la firma en Washington del primer acuerdo entre Israel y la OLP, este proceso dio ayer un paso de gigante.La Casa Blanca volvió a ser por méritos propios el escenario del avance que representa la rúbrica del acuerdo para la extensión de la autonomía palestina a los núcleos urbanos de Cisjordania. Clinton y sus diplomáticos han sido las infatigables comadronas de este acuerdo.
Invitados por los principales actores, Felipe González, presidente en ejercicio de la Unión Europea, y Andrei Kózirev, ministro de Exteriores ruso, firmaron como testigos al pie de un documento que extiende la autonomía palestina, limitada hasta ahora a la franja de Gaza y a la localidad de Jericó, a las poblaciones de Jenín, Nablus, Kalkilya, Belén, Ramala, Tulkareni y parte de Hebrón. Eso representa el 17% del territorio y el 80% de los habitantes de Cisjordania.
El acuerdo refleja que, tras medio siglo de conflicto, la correlación de fuerzas es desfavorable para los palestinos y los árabes. El Ejército israelí se repliega de los núcleos que pasan a manos de la Autoridad Palestina, pero no se retira definitivamente. Si el acuerdo se frustra, Israel puede regresar. De hecho, las tropas israelíes siguen manteniendo el control de la mayoría del territorio cisjordano, sus principales carreteras y todas sus fronteras exteriores. Queda sin decidir el futuro de las colonias judías, habitadas por unas 140.000 personas. De momento, siguen ahí bajo la protección de los soldados israelíes. Y en Hebrón, los 420 integristas judíos que habitan en el centro de la ciudad permanecen bajo la protección israelí. Israel sigue considerando a Jerusalén como su capital eterna e indivisible.
Así que es razonable que se subraye con espíritu crítico que la Autoridad Palestina se hace con una serie de islotes urbanos en un mar que sigue dominado por la bandera con la estrella de David. Pero también es sensato observar algo capital en el acuerdo firmado en la Casa Blanca: se descarta definitivamente la hipótesis de anexión por parte de Israel de los territorios que conquistó en 1967. No habrá Eretz Israel, el Gran Israel. Y, además, se abre la posibilidad de que los palestinos usen el acuerdo para el comienzo de la cuenta atrás en la creación de su propio Estado. El documento da pie a la celebración de elecciones libres en las zonas autónomas palestinas y al establecimiento de un Consejo Nacional o parlamento y un Comité Ejecutivo o Gobierno de hecho.
Contra esa perspectiva se alzan los colonos judíos y la derecha israelí dirigida por Benjamín Netanyahu, que aspira a ganar las elecciones de noviembre de 1996. Netanyahu y los suyos dicen que no se consideran ligados por los compromisos adquiridos por los laboristas Rabin y Peres, pero, aunque ganen los comicios, les resultará difícil dar marcha atrás en el proceso de paz, salvo que quieran pagar el precio del aislamiento internacional de Israel. En el campo palestino, los extremistas de Hamás preparan las bombas con las que horrorizar de nuevo a la humanidad. Algunos países árabes, como la Siria del general Hafez el Asad o la Libia del coronel Gaddafi, también se aplican a intentar aguar la fiesta. Por eso es tan importante que la comunidad internacional, los norteamericanos y los europeos en particular, apoyen financieramente el proceso para demostrar a los israelíes y, sobre todo, a los palestinos que la voluntad de paz tiene una inmediata recompensa en dividendos materiales.
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