Indignación moral
Hablando de conspiraciones, no me parece pequeña la que se perpetra contra el Guernica, de Picasso, desde su instalación en España. De hecho, hasta el momento presente, ya han pasado demasiadas cosas al respecto como para haber quedado definitivamente alarmado, mas, al parecer, no las suficientes, pues aún resta la fundamental: la destrucción física del cuadro.En este sentido, de ser cierto que existe un proyecto de préstamo temporal, habría una magnífica oportunidad para lograrlo, incluso aunque se salvara el peligro de accidente que comporta el transporte de toda obra. Y es que el Guernica, por sus medidas monumentales, por su accidentada historia, por la arriesgada operación de enrollamiento a la que fue sometido para su traslado a nuestro país, por las vibraciones padecidas en su posterior traslado al Reina Sofía, etcétera, sólo necesita un empujoncito más para ingresar en la cada vez más creciente nómina de obras maestras deterioradas-restauradas-maquilladas, donde ya no se sabe qué es de uno y qué le ha puesto el cirujano.
En esta época de máscaras, quizá haya que conformarse con que la cirugía acabe por modelar el aporte genético, un poco en la línea moderna de que "lo que no da natura, lo ponga Salamanca", pero permítaseme manifestar, al margen incluso de las vicisitudes padecidas y padecibles materialmente por el genial cuadro de Picasso, mi indignación moral ante la irresponsable manipulación de una obra capital del arte del siglo XX, que no sólo no es propiedad de un ministerio ni de un Gobierno, sino que tampoco lo es de los españoles, aunque entre todos logremos destruirla física y simbólicamente para escarnio de la humanidad entera.
Cuando Antonio Saura publicó su panfleto Contra el Guernica como un exabrupto liberador en medio de los fastos de la llegada del cuadro a España, seguramente se le olvidó o menospreció la capacidad destructiva de sus compatriotas, puestos a desmitificar.
Verdaderamente, produce escalofríos incluso pensar que haya habido alguien, con responsabilidad política directa en el asunto, sólo especulando con la posibilidad del préstamo. ¿En función de qué compromiso y, sobre todo, en qué cabeza cabe semejante dislate? Y si es que cabe, ¿de qué valdrá razonar con argumentos técnicos, museográficos, históricos y hasta políticos? Mejor será ponerse un casco.
Babelia
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