A vueltas con el clima
CADA VEZ parece más claro que la actividad humana está incidiendo en el clima de la Tierra y puede provocar cambios notables en el próximo futuro. Ésa es la conclusión del nuevo informe preparado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), cuyo resumen se acaba de conocer. Contrasta esa mayor certidumbre con las dificultades encontradas hasta ahora para distinguir, con rigor científico, las fluctuaciones naturales del clima de las variaciones producidas por el hombre. Un gigantesco esfuerzo de investigación internacional y la puesta a punto de instrumentos de cálculo cada vez más poderosos han permitido ir afinando el análisis y dar mayor firmeza a una conclusión que parecía verosímil, pero no era definitiva.El mecanismo principal, aunque no único, del calentamiento progresivo es el llamado efecto invernadero, por el que ciertos gases, particularmente el metano y el dióxido de carbono, el famoso CO2, atrapan una parte de la radiación que, procedente del Sol, la Tierra transforma y emite después naturalmente al espacio, contribuyendo así a modificar su equilibrio térmico. Esos gases se emiten como consecuencia de ciertas actividades agrícolas e industriales, siendo la principal fuente del CO2, el quemado de los combustibles fósiles, carbón y petróleo en primer lugar, que suponen, hoy por hoy, cerca del 85% de la energía total consumida en el planeta.
El calentamiento previsto para las próximas décadas no es enorme si se compara con las fluctuaciones climáticas habidas en el pasado de la Tierra. Pero la velocidad a la que probablemente se están realizando esos cambios en la actualidad, y se realizarán en el futuro si no se remedia, no tiene precedentes en la historia del planeta. Las variaciones climáticas naturales pueden ser más importantes en magnitud, pero de una lentitud geológica, lo que permite la adaptación progresiva de los seres vivos.
Las consecuencias reales de cambios tan rápidos no son conocidas, especialmente su impacto local, ya que habrá regiones para las que el clima se haga más benigno y productivo, mientras que otras pueden convertirse en. desiertos o resultar inundadas por el agua del mar. Lo que sí podemos afirmar es que serán de envergadura, y muy dificilmente reversibles.
De ahí la primera dificultad en su prevención. Hay que tomar medidas, ahora, cuando los efectos son apenas visibles, porque si se espera demasiado puede ser ya tarde. Pero, además, la disminución en la emisión de gases de invernadero a la atmósfera implica tomar decisiones de considerable impacto económico y social, ya que afectará al consumo y a la producción de energía, uno de los capítulos básicos en la actividad industrial y en el bienestar de las personas. No se trata sólo de que los Gobiernos tomen medidas eficaces, que deben hacerlo y pronto. El precio de la energía, su disponibilidad, los hábitos de consumo y de transporte, arraigados profundamente en nuestras sociedades, son una parte muy considerable también del problema. Lo que haya que hacer habrá de afectar a todos, cosa que suele olvidarse con demasiada frecuencia, pensando siempre que son otros los responsables de lo que ocurre y son otros los que han de afrontar sacrificios para paliar un deterioro qué nos afecta, sin duda, a todos nosotros y a las generaciones futuras.
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