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"El año pasado haremos..."

"Mamá, te acuerdas cuando el año que viene...". José Ramón Gamo, disléxico de 22 años, pone siempre el mismo ejemplo para explicar qué es la dislexia. "Yo no podía recitar los días de la semana o los meses del año o expresar el pasado y el futuro sin equivocar los tiempos verbales", cuenta.

Hasta los 16 años, en que empezó una reeducación, siempre había sido el típico chico listo pero vago, condenado a perpetuidad a los suspensos.. "Las matemáticas eran una tortura, porque no podía sumar cantidades de golpe y las fórmulas no tenían ningún sentido para mí".

José Ramón se buscaba entonces trucos, como sumar por separado los números grandes y los pequeños y luego volver a sumar. Ahora estudia pedagogía en la Universidad Autónoma de Madrid.

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Dislexia, una diferencia genética con solución

La dislexia no desaparece: la clave es dotar al individuo de un método distinto para aprender. La edad clave para detectarla son los cinco años, cuando empieza el aprendizaje de la lectura. Antes, el cerebro no tiene madurez suficiente. Pero los problemas más graves aparecen en BUP, cuando el chaval debe utilizar sus conocimientos para seguir avanzando.

Las personas con dislexia tienen problemas en cálculo, lectura y expresión escrita. Son incapaces, por ejemplo, de organizar un fichero o de saber qué viene antes de la palabra martes, si no retoman la enumeración entera. Por el contrario, los disléxicos suelen tener mucha facilidad para la expresión oral.

"Es importante, además, comprobar que su inteligencia es absolutamente normal, y que no tiene, en realidad, otros trastornos de aprendizaje, como problemas en la captación visual, un síndrome de no atención o una hiperquinesis", agrega Francisca Macías.

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