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Los domingos, escándalo

El pueblo irlandés de Dungarvan espera el nuevo sermón del padre Kennedy

¿Puede una modesta misa de domingo convertirse en todo un acontecimiento internacional capaz de hacer famoso a un pueblo de 7.000 haitantes perdido en un extremo de la costa sur de Irlanda? La respuesta es sí. Sí, si la misa que celebra a las 9.30 de la mañana el domingo en la Iglesia de San María de Dungarvan es oficiada por el fotogénico padre Michael Kennedy -primo del senador Edward Kennedy-. A los feligreses se suman las decenas de curiosos y periodistas que ayer esperaban ansiosos la nueva intervención del párroco después de sus sensacionales revelaciones del pasado domingo.

Tras un anodino sermón, Mihael Kennedy conmocionó a sus parroquianos comunicándoles que el terrible virus del sida andaba suelto por el pueblo, al haber sido propagado por una joven enferma decidida a vengare de los hombres. En Durgavan, un lugar tranquilo, flanqueado por suaves colinas verdes un mar a menudo hostil, la historia no ha caído bien. No es el mejor motivo para pasar a la posteridad, piensa la gente que rehúye cualquier mención al tema con una sonrisa esquiva."¿El padre Kennedy?, he oído hablar de él, pero no le conozco en persona", comenta el camarero que atiende la barra del hotel Lawlor's. Un grupo de chicas vestidas de rosa con aparatosos trajes largos, modelo Sissi empeatriz, cruza el vestíbulo, reservando una mirada esquinada para la forastera.

Espada flamígera

El pueblo está molesto. La historia del ángel exterminador -en versión femenina- llegado a Dungarvan (condado de Waterford) en octubre pasado con el único propósito de diezmar la comunidad masculina blandiendo el virus del sida como espada flamígera no es como para sentirse orgullosos. No es que los habitantes de Dungarvan le echen la culpa de su incómoda notoriedad a Michael Kermedy, ni que su carisma se haya resentido un ápice con el incidente. Simplemente consideran que las cosas han ido demasiado lejos y esperan que esta misma mañana, desde el púlpito su pastor arroje un poco de luz.Para empezar el relato inicial, de Kennedy era impreciso. Las cifras, sobre todo, no parecen su fuerte. El número de hipotéticos infectados pasó de ser 80 a sólo 25 en apenas 48 horas para luego retomar a una cifra intermedia de 60. El sacerdote fracasó también a la hora de aportar pruebas de alguna solvencia que permitieran justificar la alarma desencadenada, cuando fue convocado por las autoridades locales de Sanidad. Su sermón había causado estragos en Dungarvan, pero no parecía haber conmovido a los especialistas. La opinión unánime es que las probabilidades de que el ángel de la muerte haya podido consumar su venganza son de 500 contra uno. En otras palabras, el ángel debiera haber optado por el arsénico.

Pero si los vecinos están irritados por lo ocurrido tampoco la jerarquía eclesiástica ha quedado complacida. El obispo de Waterford, William Lee, hubiera deseado de su subordinado un poco más de esa autoproclamada discreción que le llevó a esquivar las preguntas demasiado personales -por ejemplo, si eran toxicómanos o habían tenido múltiples contactos sexuales- cuando se entrevistó con los cinco hombres infectados con el virus por la mortífera joven. Mientras el sacerdote aseguraba el viernes a una emisora de radio en Waterford estar respaldado por la plana mayor del clero irlandés y por la mayoría de sus colegas de Dungarvan, la prensa internacional se daba casi por vencida en su empeño de localizar a la vengadora, a alguna de sus víctimas o, en su defecto a algún familiar o vecino. Puede que hoy, el padre Kennedy se decida a aclarar algún aspecto o quizás a recoger velas.

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