¡Vaya valle!
Navacerrada atesora uno de los últimos espacios intactos de la sierra, al pie de La Maliciosa
La historia de la humanidad es la historia de unos cuantos valles: el del Nilo, el del Éufrates, el del Ganges, el del Rin... La civilización, como el salmón, eclosionó aguas arriba, derramó su linaje aguas abajo, se aventuró en las saladas y, harta de dar tumbos, regresa a las fuentes (en ese proceso estamos) para poner los huevos en sitio apartado y probadamente fecundo; tanto da un monasterio budista en el valle del Indo como un adosado en el de la Fuenfría.A esta querencia del homo sapiens -sobre la cual debería pronunciarse la antropología- se debe el hecho de que no exista un solo valle, desde el Gordon (Tasmania) hasta el Yukón (Alask.a), que no haya sido repoblado por granjeros de fin de semana con resaca de la última tormenta de cerebros y un ejemplar de Casa y Jardín debajo del ala. Todos menos uno: el de la Barranca de Navacerrada.
Mimada por el Ayuntamiento como si se tratara de un jardín japonés, la Barranca ha permanecido milagrosamente ajena al estrépito de bulldozer que amedrenta a las bestezuelas de los valles vecinos. A excepción del hotel que se alza al final del asfalto, ninguna fábrica humana insulta con su planta la arquitectura natural del lugar. Lejos quedan los días en que el Real Sanatorio del Guadarrama prodigaba, ladera arriba, la magia del aire serrano. Valpurgis, como se denominaba con pitorreo a estas ruinas tuberculosas desde que sirvieron de escenario para el rodaje de una terrorífica españolada, fue dinamitado no hace mucho.
La cuerda de las riscosas Cabrillas y la sierra de la soberbia Maliciosa delimitan a poniente y a levante esta concavidad por la que discurre el arroyo de Peña Cabrita, llamado más adelante río de Navacerrada, luego Samburiel y finalmente Manzanares. Remontar estas aguas hasta su primeros veneros, y aún más allá, hasta la cumbre misma de La Maliciosa, es el propósito de esta excursión.
El caminante que así lo desee habrá de seguir la pista forestal que nace entre el hotel La Barranca y el embalse del pueblo de. Navacerrada para, transcurridos unos veinte minutos, abandonarla y ascender por la margen izquierda del regajo del Pez, caudal que se incorpora al de Peña Cabrita brincando por la ladera oriental del valle.
La fuente de las Campanillas anuncia el bravo repecho que viene a continuación: acaba el pinar en que bullen la ardilla, el herrerillo y el picapinos; principian la roca desnuda y el piornal, reino desolado sobre el que piruetea el cuervo y grazna agorero.
Otra fuente, la del Fraile, vaticina el final de la fatigosa trepa. Ya andan cerca el manadero del regajo y la dura hierba que lo adorna; cerca también el collado del Piornal y las vacas que en él pacen, duermen -al raso y a 2.074 metros de altura, ¡benditas sean!- y, llegado el caso, paren hasta bien entrado el otoño. Es ganado confianzudo y mansurrón, acostumbrado al tráfico de bípedos implumes, que en estas vecindades de la Bola del Mundo suele ser intenso.
Un último esfuerzo, encaminado ahora hacia el sureste, situará al montañero en la cima de La Maliciosa (2.227 metros), miradero excepcional desde el que se otea el Guadarrama al completo.
Visto el panorama y repuesto del subidón, al excursionista se le ofrecen dos alternativas: volver por el mismo camino o probar por el sureste, por las pedrizas del Peñotillo y la cuerda de los Almorchones, "por las escarpaduras que", advirtió don Camilo, "usan los montañeros para probar sus difíciles habilidades, esas habilidades que a veces los llevan desde La Maliciosa hasta el otro mundo, al limbo lleno de querubines de los excursionistas". Allá cada cual.
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