La prerrogativa del presidente
Ninguna de las legislaturas de la democracia ha completado su ciclo de cuatro años
Felipe González se ha comprometido a acortar en más de un año la duración de su cuarta legislatura.Pese a la amplitud del adelanto, González ha continuado una tendencia de toda la democracia española en los últimos 18 años, ninguna legislatura duró los cuatro años que determina la ley.
Los tres presidentes constitucionales, Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González, han anticipado el final de su mandato, desde tres meses hasta más de dos años.
Los tres utilizaron esta poderosa arma presidencial, la capacidad de elegir el momento para convocar a los ciudadanos, por dos tipos de razones: para aprovechar un momento favorable, o bien optando por el mal menor, al convocar en una situación adversa, pero que tendía a empeorar.
González acortó en cuatro meses la duración de su primer periodo de gobierno (llegó al poder en octubre del 82), convocando elecciones para el 22 de junio de 1986. El factor desencadenante fue el momento favorable vivido por el PSOE tras su triunfo en el referéndum sobre la OTAN y la consecuente desorientación de la oposición. El primer cuatrienio socialista, en el que consolidaron su hegemonía con un amplio triunfo en las elecciones locales del 83, llegó a su tramo final con un escollo inaplazable: el prometido referéndum sobre la OTAN.
Los socialistas, que habían pasado del rechazo a defender la integración con ciertas condiciones, confiaban en el respaldo de buena parte del electorado de Alianza Popular, en general más proatlantista que sus propios votantes. Sin embargo, en el último momento, Manuel Fraga cambió de opinión, al percibir la posibilidad de destrozar a González haciéndole perder el referéndum. La campaña fue dramática, y, finalmente, las urnas dieron la victoria al sí, el 12 de Marzo de 1986, por más de dos millones de diferencia (9 millones de síes frente a 6,8 millones de noes).
El desenlace desconcertó a las fuerzas de oposición. Los comunistas siempre confiaron en el rechazo a la propuesta del Gobierno. Y Fraga vio cómo su joven rival socialista le arrebataba la bandera prooccidental.
González aprovechó inmediatamente la desorientación de sus contrincantes. Pocas semanas más tarde, en plena euforia por la victoria, disolvió las Cortes por sorpresa y convocó a las urnas. El resultado fue excelente: reeditó la mayoría absoluta con nueve millones de votos, mientras Coalición Popular, perdía 250.000 votos (obtuvo 5.250.000).
Su segunda legislatura la acortó González algo más: ocho meses, ante el temor a que la situación empeorara en los meses siguientes. La posibilidad de que los sindicatos realizaran otra demostración de fuerza tras el éxito de la primera huelga general unitaria de la democracia y la impresión de que el extraordinario crecimiento económico de los años precedentes comenzaba a perder ímpetu aconsejaron al presidente convocar a los ciudadanos el 29 de octubre de 1989.
El segundo mandato de los socialistas parecía diseñado para el triunfo. Fueron los años del boom económico. El producto bruto creció en porcentajes históricos: el 5,6% en 1987, el 5,2% en 1988 y el 4,7% en el 89. En este ciclo se crearon dos millones netos de puestos de trabajo.
El PSOE además había confirmado su hegemonía en todos los niveles territoriales del Estado con un nuevo triunfo en las elecciones autonómicas y locales de 1987. Mientras, la oposición de derechas, se sumía en una terrible lucha por la sucesión de Fraga.
Este, panorama idílico saltó en pedazos por donde menos podía esperarlo un Gobierno de centro-izquierda. La ruptura de la UGT con el PSOE, partido hermano durante un siglo, fue el primer acto de la obra. El segundo se consumó el 14 de diciembre de 1988 en una huelga general que paralizo por completo el país. El Gobierno quedó a la deriva.
Tras el verano del 89, González temió otra demostración de fuerza de unos líderes sindicales en pleno apogeo de popularidad. Por otra parte, los indicadores económicos mostraron que la fiesta empezaba a languidecer. El año siguiente, 1990, el PIB creció ya un 3,7%. En vista de estas circunstancias, el líder socialista decidió adelantarse a los acontecimientos y trasladó el debate del campo sindical al político. No se equivocó. Repitió su tercera mayoría absoluta (8 millones de votos), dejando clavado al PP, a casi tres millones, de votos de distancia. Izquierda Unida sólo rentabilizó en parte su apoyo a los sindicatos.
Su,tercera legislatura la cortó González de forma abrupta, medio año antes de la terminación legal. Entonces optó por el mal menor, cuando su ruptura con Alfonso Guerra amenazaba con escindir en dos al PSOE. La Semana Santa del año 1993 disolvió las Cortes para obligar a las dos tendencias de su organización a trabajar juntas bajo su liderazgo. La situación era ya muy distinta a la de legislaturas anteriores. En las municipales y autonómicas de 1991, el PP, con un José María Aznar ya consolidado al frente, recibía por primera vez el voto mayoritario de la población urbana y de los sectores juveniles. Los populares pasaron a gobernarlas grandes ciudades y se asentaron en las capitales.
Por otro lado, el escándalo Juan Guerra y la trama Filesa, mediante la cual los socialistas habrían obtenido financiación irregular, ocupaban el primer plano de la actualidad. Comenzaba la era de los escándalos. La forma de responder a estos sucesos ahondó las diferencias dentro del partido. El monopolio que sobre el aparato ejerció durante dos décadas Guerra fue objetado por unos cuadros socialistas que pedían mayor protagonismo tras curtirse en los puestos de mando del Estado. Contaban además con el respaldo de González.
El riesgo de ruptura en el partido fue real, y aunque las encuestas daban por primera vez como favoritó a Aznar, González disolvió las cámaras para intentar taponar la herida interna antes de que fuera a más. Contra todo pronóstico, se alzó con la victoria por un millón de votos de diferencia sobre su competidor, (nueve millones de votos contra ocho). No obstante, perdió la mayoría absoluta.
El mismo tipo de razones que han impulsado al tercer presidente de la democracia. española a acortar sus mandatos decidió a sus antecesores en el cargo, Suárez y Calvo Sotelo, los dos presidentes de UCD. En los primeros años de la democracia la llave electoral fue un instrumento de un enorme poder. Suárez no quiso completar la primera legislatura (1977-1979) y Calvo Sotelo no pudo agotar la segunda (1979-1982).
En el caso de Suárez, la necesidad de acallar las tensiones internas y la oportunidad de explotar un gran éxito le llevaron a anticipar las elecciones al primero de marzo de 1979. Suárez había logrado el mayor éxito de su carrera cuatro meses antes: la aprobación de una Constitución consensuada.
No obstante, el inestable mundo de las familias de UCD no dejó por ello de agitarse de forma constante, llegando a cuestionar su liderazgo. Los socialistas, exultantes, se preparaban para las inminentes elecciones municipales cuando Suárez disolvió las Cortes por sorpresa.
En una dramática campaña se impuso a todos. Demostró a los barones de su partido quién tenía el respaldo de la sociedad, mantuvo a raya a los hombres de AP y hundió en la desesperación a los líderes del PSOE, que ya acariciaban el poder con la yema de los dedos, dejándolos a 800.000 votos de distancia.
Quien sí vio defraudadas sus expectativas fue su sucesor en el palacio de la Moncloa, Leopoldo Calvo Sotelo. El segundo presidente. constitucional comprendió que su Gobierno no daba para más en el verano del 82. Calvo Sotelo pensé que todo iría a peor y anticipó seis meses las elecciones con un objetivo: obtener un 10% de votos y tantear un Gobierno de coalición con el PSOE, que no contaría con mayoría absoluta.
Sin embargo, los comicios del 28 de octubre de 1982 certificaron la llegada arrolladora de los socialistas al poder. Trece años después, González ha decidido que el primer trimestre del 96, más de un año antes del final legal de su cuarta legislatura, es el momento oportuno para convocar a los ciudadanos. Como siempre ocurrió en las dos últimas décadas, el presidente usará una de las prerrogativas más importantes de la jefatura del Ejecutivo: decidir el momento en que los ciudadanos eligen. a sus representantes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Democracia
- Transición española
- Política nacional
- V Legislatura España
- Presidencia Gobierno
- Gobierno de España
- PSOE
- Legislaturas políticas
- Equipos
- Elecciones
- Historia contemporánea
- Gobierno
- Historia
- Administración Estado
- España
- Partidos políticos
- Deportes
- Administración pública
- Ciencia
- Transición democrática
- Conflictos políticos
- Política