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Tribuna
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El Gran Hermano

Mientras escuchaba a Bill Gates, me vino a la memoria uno de los libros de política-ficción más sobrecogedores del género. Lo escribió el gran ensayista inglés de izquierdas George Orwell, cuando apenas había sido derrotado el Tercer Reich y en plena guerra fría contra el totalitarismo soviético. Invirtió Orwell las dos cifras del año en que escribía, el año de 1948, para titularlo 1984, como queriendo decir que la historia de la futura dictadura socialista, del régimen opresivo basado en el control del pensamiento por la televisión interactiva que había ideado, germinaba en el seno de su amada Inglaterra.El libro se insurgía contra las preferencias y esperanza de aquella posguerra. La dictadura Orwelliana se iba a enseñorear en Inglaterra, la cuna de las libertades personales y políticas. La ideología del régimen consistía en una mezcla de solidaridad socialista y regimentación espartana. Guerras exteriores larvadas servían para levantar entusiasmos populares. El lenguaje y los métodos de la propaganda moderna impedían la búsqueda de la verdad. Los avances técnicos de la electrónica permitían al Gran Hermano vigilarlo todo sin ser visto. El libro de Orwell sedujo por lo eficaz y escueto de su escritura y chocó por lo que en fin de cuentas era una denuncia de la modernidad.. El horror germinaba en aquello que más enorgullecía al hombre moderno: el igualitarismo, la sobriedad, la guerra patriótica, técnica.

Bill Gates habló de otra manera. Proclamó su fe en la virtud liberadora de la comunicación informática. En el ciberespacio simbolizado por Internet era imposible el control del pensamiento, base, en efecto, como dijo Orwell, de toda dictadura bien asentada. Proyectó en la pantalla, cuyas diapositivas gobernaba él mismo con su PC, una imagen en la que se escalonaban la imprenta de Gutemberg, la radio de Marconi, la television vía satélite, y el ordenador personal conectado con una red telefónica.

La imprenta puso la Biblia al alcance del pueblo y acabó rompiendo las cadenas de la inquisición. La radio y la televisión penetraron el telón de acero y arruinaron finalmente la más poderosa dictadura de todos los siglos. Hoy en internet se intercambian todas las ideas e informaciones, las mejores y las peores, se ofrecen todos los entretenimientos e incitaciones, los constructivos y las disolventes, sin que ninguna autoridad pueda vigilar lo que allí pasa y surge. La técnica se ha convertido en la principal aliada de la libertad. El progreso vuelve a ser el campeón de las luces. Por suerte, Orwell se equivocó. Pasada la fecha fatídica de 1984, vemos con alivio que, como dijo Gates con su aire juvenil y entusiasta, en el ciberespacio se encuentran la democracia y el capitalismo, que son las bases de libertad.

Bien sé que entre los que hasta hace poco discutíamos en el café, escribíamos a mano y leíamos todo en libros y periódicos, sentimos un temor instintivo e irrefrenable ante la fría pantalla de nuestro ordenador. Aceptemos la invitación de los más jóvenes. En el ciberespacio podemos discutir sin trabas de distancia, publicar sin el obstáculo de la financiación, investigar sin más límite que el tiempo. Las otras formas de comunicación susbsistirán, pero enriquecidas, para lo malo y lo bueno por la extensión del público partícipe hasta límites impensables.

No olvidemos que antes de la revolución informativa, PC significaba Partido Comunista.

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