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LAS VENTAS

El director de lidia

Un aficionado, que se llama el señor Goyo, les decía a los picadores cómo se debe picar y a los peones cuál es su sitio en la suerte de varas. A un picador le envió donde estaría más guapo. No a la cárcel -según afirmaban otros aficionados- sino a la escuela, y debió precisar también que habría de matricularse en la sección varilargueros, curso párvulos, grado pelotón de los torpes. Cierto peón en negro y carmesí se situó a la derecha del caballo porque le dio la gana, le gritó "Usted, a su sitio", el subalterno levantó la vista, advirtió en la severidad de la mirada que el señor Goyo no estaba para bromas, humilló la montera y se reintegró de inmediato a la correcta posición.Un espectador protestó estas espontáneas manifestaciones: " ¡Eh, oiga! ¿Es que va a haber director de lidia en el tendido?". Pues sí. Había director de lidia en el tendido, a Dios gracias; ¿pasa algo? Si ningún matador dirige la lidia de su toro, quien encabeza la tema se llama andana y el presidente permanece en el palco haciendo el Don Tancredo, alguien deberá dirigir la lidia. Mejor si es el señor Goyo, u otro representante de la afición.

Moreno / Galloso, Silveti, Carra

Tres toros de José Joaquín Moreno de Silva (resto rechazados en reconocimiento), muy desiguales de presencia, mansos. 3º, 4º y 6º de Louro Fernández de Castro, con trapío, dieron juego.José Luis Galloso: estocada corta caída a paso banderillas (silencio); metisaca infamante en los bajos, media, rueda de peones y descabello (silencio). Alejandro Silveti: pinchazo aguantando, estocada tendida delantera y dos descabellos (silencio); pinchazo, estocada corta atravesada y medía (silencio). Pedro Carra, que confirmó la alternativa: media estocada caída, rueda de peones y cinco descabellos (algunas palmas); bajonazo descarado (palmas y pitos). Plaza de Las Ventas, 3 de septiembre. Media entrada.

La fiesta es ahora mismo un melonar sin amo. El primero que llega roba un melón, lo raja, lo cata, se lo come o lo deja por ahí tirado, según le salga del sótano. La fiesta es un mangoneo, donde cuatro caraduras (a lo mejor llegan a la docena) revuelven por los entrebastidores y sale al redondel lo que estimen conveniente. Luego, en el redondel, lo que debía ser lidia es una sucesión de trampas y de atropellos.

El primer tercio ya es un puro despropósito. ¿Dicen las reglas y el sentido común que los picadores entrarán por el lugar más alejado a aquél en que se vaya a realizar la suerte? Pues en la primera plaza del mundo irrumpen justo donde se hace la suerte, de manera que los peones han de llevarse de allí el toro para que pueda situarse el picador, volverlo a traer...

Despúes vienen las cariocas y sus correspondientes carnicerías, mientras el presidente entra en trance... Parece como si hubiera na confabulación contra la fiesta. Ni arte, ni valor: todos contra la afición, contra la lidia, contra el toro. Doloso pacto de silencio entre la autoridad competente y los cuatro incompetentes que revuelven los entrebastidores y mandan en el redondel.

Transcurridos los siniestros trances, la faena de muleta es lo que importa; pero tampoco existe ahí garantía alguna de diversión. El toro ha de ser bueno -o,al menos, de casta-, el torero también, y rara vez se produce esta venturosa conjunción. El primero de la corrida venteña se colaba, a pesar de lo cual Pedro Carra, que confirmó la alternativa, le intentó derechazos y naturales con entereza y torería. Al sexto le prendió sin ajuste cuatro banderillas, y aunque animoso en la faena de muleta, no logró templar las nobles embestidas. Torea poco -le falta práctica, en consecuencia- y ése es su descargo.

José Luis Galloso, diestro veterano, se encuentra en parecida situación, y unió al desentrenamiento la escasa confianza, de forma que se alivió con capote, muleta y espada. Alejandro Silveti instrumentó al tercero tres valerosos pases por la espalda sin mover las zapatillas, le jaleó el público, eran éstos excelentes augurios, pero luego no aprovechó la boyantía del toro, e incluso se vio desbordado al ensayar los naturales. El quinto, un ejemplar de kilos, le debió inspirar gran respeto pues se limitó a tantearlo. La afición se lo reprochó. La afición aseguraba que por lo menos tres toros se habían ido al desolladero sin torear. Y no era sólo el señor Goyo, sino también los otros directores de lidia que sientan cátedra en Las Ventas. Unos mil o así.

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