Baño privado
Robles centenarios y pozas de agua pura aguardan a los senderistas al norte del hayedo de Montejo
En el verano del cincuenta y tantos, capitalinos había todavía que remojábanse el nalgatorio cabe el Puente Viveros, "por donde cruza la Carretera de Aragón-Cataluña, en el kilómetro diez y seis desde Madrid", según relata Sánchez Ferlosio en su árido novelón El Jarama. Hogaño, en cambio, para hacer lo propio habríamos de tenerlo blindado como Robocop, so pena de que los miasmas nos corroyeran la natura; o bien (y ésta es la opción propuesta), remontar el curso del río hasta casi sus primeras fuentes, "en el gneis de la vertiente sur de Somosierra, entre el cerro de la Cebollera y el de la Excomunión", y allí compartir con las truchas los gozos del agua nueva.Nace el Jarama, como se ha dicho, en las laderas del pico de la Cebollera (2.1 29 metros), Alamado también de las Tres Provincias porque en él se juntan las de Segovia, Madrid y Guadalajara. Y corre luego hacia mediodía tocando tierras propias y guadalajareñas, recogiendo arroyos que bajan de Poniente y de Levante, brincando cual corzo entre majadas ganaderas, robles seculares y hayas asaz famosas: las de Montejo de la Sierra.
Precisamente el bosque que tapiza el monte de El Chaparral ha de servir al caminante como primera referencia en su paseata por el tramo alto del Jarama. Declarado sitio natural de interés nacional en 1974 por su singularidad ecológica -es el hayedo más meridional del Sistema Central-, este santuario de tiempos de los mamuts permanece vedado al visitante espontáneo, merced a una infalible política de la Agencia de Medio Ambiente que pasa por ponerle puertas al campo. De modo que para recorrer sus veredas hay que reservar con antelación día y hora, como para cenar en Casa Lucio u operarse de almorranas.
Quien abomine de agencias, valladares y otras vainas policiales optará por cruzar el puente que salva el Jarama junto al campo de concentración de hayas y tomar, a diez metros escasos de aquél, un sendero que se abre paso a través del tupido helechal. Ganado un breve repecho, la senda desemboca en el antiguo camino de Cerezo de Abajo al Cardoso, hoy aprovechado por una pista forestal que asciende por la margen izquierda del Jararna hasta las cercanías de sus veneros. A seguirla, pues.
Mirador
Trazada sobre esquistos micáceos, la pista refulge y crepita como polvo de estrellas bajo la bota del excursionista, que a lo largo de un par de kilómetros podrá solazarse sin reservas contemplando la fronda del vecino hayedo, así como alguno de los añosos robles que ennoblecen el camino. El río del Ermito y, tres kilómetros más adelante, el del Horcajo ciñen los flancos uniformes de un pinar de repoblación, y jalonan el trecho final de la pista, la cual muere entre ruinosas majadas.La misma suerte que corrieron estos recintos pastoriles -por efecto de la despoblación y el menoscabo de la actividad ganadera- siguieron las trochas abiertas por las vacas que antaño culebreaban río arriba en demanda de. sus veranaderos. O sea que durante el último kilómetro y pico de marcha habrá que vérselas con una maleza que ríanse de las películas de Tarzán.
Pero en el espíritu del senderista cabal pesa menos el afán de superación que la hora del almuerzo, de manera que en llegando a una poza de su gusto, acaso a la sombra de un acebo o un abedul, sin duda al pie de una mínima cascada, se desnudará el cuerpo y comulgará con la nutria, la trucha y el desmán.
Seguro que mientras tanto, aguas abajo, un grupo del Inserso estará caminando de la mano de una especie de boy scout por la senda vigilada del hayedo de Montejo. Que cada cual escoja.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.