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56ª QUINCENA MUSICAL DE SAN SEBASTIÁN

El sorprendente Rotropovich

Las noches del Victoria Eugenia se enriquecen durante la Quincena Musical con la presencia mágica de los grandes virtuosos: Alicia de Larrocha (de la que nunca se destaca, su parentesco con aquel legendario maestro de San Sebastián, aunque nacido en Granada, Alfredo de Larrocha, iniciador de tantás cosas), volvió con su carga aleccionadora de Soler, Granados o Schumann, y a los dos días, anteayer, Mstislav, Rostropóvich, el violonchelista de suprema categoría, volvió a sorprender la noche del pasado lunes a una audiencia entregado completamente de antemano.Es un privilegio de los verdaderamente grandes: conocemos su manera, su técnica y su pensamiento, incluso se han incorporado ya al acervo personal y general de la cultura europea de la segunda mitad del siglo XX. Sabemos, o creemos saber, sus versiones de Bocherini o de Haydn. Sin embargo, vuelve a tocar los conciertos en re y en do, del Italiano y del austríaco, e invade nuestro ánimo una sensación de sorpresa, de expreriencia nueva y desusada.

Elevado fraseo

Como en otras ocasiones, el violonchelista Rostropóvich contó con la colaboración de la orquesta de cámara del Festival de Brescia / Bérgamo, dirigida por su fundador, el excelente-musico parmesano Agostino Orizio. Fue Benedetti Michelangeli el primer solista excepcional que colaboró con esté grupo de cámara de bello sonido, elevado fraseo y flexible brillantez.Todo ello se advirtió ahora en la Segunda sonata a cuatro, de Rossini, y en la Sinfonía La pasión de Haydn. No menos en la asistencia a Rostropovich, llevada a cabo con identificación y altas calidades. Y el singularísimo violonchelista ruso pone las cosas bastante difíciles por la trascendente perfección de su técnica y la inolvidable jerarquía musical de sus conceptos.

Escuchamos un arte de oro, un fenómeno de los que se producen rara vez en la historia y un modelo de interpretaciones creativas, profundamente fieles y hondamente conmovedoras.

El Victoria Eugenia parecía un hervidero; el entusiasmo de la audiencia no tenía límites, aunque sí tuvo un regalo precioso en un fragmento de Bach dado como propina y despedida.

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