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Crítica:CINE: LA 'LEY DE LA FRONTERA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En tierra de nadie

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En su anterior, y espléndida, Un lugar en el mundo, Adolfo Aristaráin hacía decir a su actor-fetiche, el gran Federico Luppi, aquello de que si no se podía ganar la guerra, por lo menos habia que intentar ganar de vez en cuando alguna batalla. Fiel a esta consigna y con elementos afines a sus anteriores películas, desde la cantera de Tiempo de revancha hasta la estructura de western de Un lugar..., e incluso con algunas bromas privadas, como llamar a una compañía minera con el mismo nombre que las empresas que salían en las dos películas citadas, Tulsaco, Aristaráin aceptó un encargo en España, y en esta Ley de la frontera intenta llevar unos personajes ajenos a sus propios dominios. El filme puede verse así como una límpida reivindicación de la batallita exitosa contra la guerra perdida de antemano. Pero también como la confirmación de lo difícil que resulta escapar a un cierto determinismo histórico -de clase, de cuna, de cultura- en un tiempo de turbaciones y en un territorio que nunca se sabe muy bien cuál es, tierra de nadie fronteriza entre Orense y, Portugal.Aunque en el fondo, lo que más conviene sea ver la película como un plural cruce genérico.

La Ley de la frontera

Dirección y guión: Adolfo Aristaráin. Fotografia: Porfirio Enríquez. Música: Luis Mendo y Bemardo Fuster. Producción: José Luis. Olaizola y Rafael Díaz Salgado. España-Argentina, 1995. Interpretes: Federico Luppi, Altaña Sánchez-Gijón, Pere Ponce, Achero Mafias, Tito Valverde,-Agustín González, Antonio Gamero. Estreno en Madrid: cines Dúplex, Canciller, Renoir, Rex.

La ley... comienza- como Novecento, con el nacimiento, en 1901, de dos niños en hogares que están en la cima y en el abismo de la escala social, pero pronto deriva haciá Dos hombres y un destino, o lo que es lo mismo, parece optar por la picaresca frente a la ética. Los dos niños, ya hombres (Mañas y Ponce), se ven embarcados, en compañía de una seductora fotógrafa americana (Sánchez -Gijón), en una peripecia que les llevará a los dominios del feroz bandolero El Argentino. Estamos en la década de los veinte y los dos improbables asaltantes de caminos se ven enzarzados en vanas aventuras que culminan, fijación del director, en el asalto a la cantera. Entre consignas revolucionarias, cabalgatas por ríos y montes y -breves- escarceos eróticos, el filme avanza en la dirección del cine de aventuras con toques de comedia y aires de western. Desde el punto dé vista de la realización, no caben objeciones. A estas alturas, el director de La parte del león ya ha demostrado sus aptitudes para abordar algunos de los géneros clásicos, y no es ninguna osadía afirmar que la película se mantiene en pie sobre todo gracias a su trabajo.

Pero el filme tiene problemas. Uno, e inesperado a la luz de la trayectoria anterior del argentino, es la debilidad del guión, que el propio Aristaráin intentó ajustar a partir de un original ajeno, sin que se pueda afirmar que lo logró del todo. Así, el aire de chanza y distancia irónica que a veces muestra la película , se aviene mal con la concepción de la puesta en escena que el director siempre ha deféndido para su cine: no es precisamente la carcajada la baza fuerte de nuestro hombre.

Otro aspecto que resulta poco creíble en el conjunto de la peripecia es la personalidad de la periodista, antes portaestandarte de la mujer de hoy que creíble reportera de época, y no la salva ni siquiera el dudoso recurso de guión de hacerla hispano-norteárnericana: su comportamiento compromete a veces la credibilidad del filme, aunque Sánchez-Gijón se esfuerce, y logre el hacer de su personaje algo más que una figura fuera de lugar. Entretenida casi siempre, estructuralmente más débil de lo que sería deseable, La ley... se contempla sin esfuerzos a cambio de perdonarle las debilidades ya comentadas. Contiene, no obstante, ideas nada desdeñables sobre la reconstrucción histórica del periodo y un actor verdaderamente superlativo, Luppi, maestro incuestionable en el arte de hacer pasar por sencillo lo que, en el fondo, es nada menos que la labor fructífera de toda una vida.

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