El ordenador
El otro día detuvieron a un tal Vladímir Levin por entrar, desde San Pertersburgo, en una oficina del Citibank de Nueva York y levantar 350 millones de pesetas. Vladímir Levin es uno de esos pilotos inmóviles que cada día, después de cenar, se sientan frente a la ventanilla de su ordenador y despegan hacia lugares remotos, penetrando en espacios cibernéticos de gran belleza neuronal. Todo ello, ton el cigarrillo consumiéndose junto al teclado y la taza de café humeante al lado del cenicero. 0 sea, que mientras usted suda tinta para domiciliar un impuesto municipal, uno de estos viajeros estáticos consigue mover 100.000 dólares entre Estados Unidos y Finlandia sin salir de casa.Yo, si tuviera los conocimientos matemáticos de Levin, no me iría tan lejos. El Citibank está bien y 350 millones son 350 millones, pero puestos a viajar por redes informáticas, sería más excitante entrar por la noche en el sistema de un escritor y manipularle la novela que tuviera entre manos. Hay protagonistas que pegan mejor si les transfieres una cojera imperceptible. Lo que le pasa a esos escritores que afirman que los personajes se les van de las manos es que un pirata informática les cambia cada día el argumento.
En cualquier caso, eso de estar en dos lugares a la vez, y que uno de ellos te compense del otro, es un progreso. De manera que si usted es un funcionario de Correos de San Petersburgo con dificultades para llegar a fin de mes y tres niños enfermos en la habitación de al lado, encienda el ordenador y márchese un momento a Manhattan para atracar el Citibank. Alguna salida hay que darle al rencor: mejor ésta que entrar con una recortada en la Caja Postal de Ahorros del barrio y hacer una masacre. La historia se resume en la sucesión de artefactos con los que uno se venga de sí mismo o de los otros.
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