Muñecos son
Un relato de De Catania, centro de la que sería primera etapa delrecorrido por Sicilia, no acierto a afirmar si guardo una primera impresión favorable o si mi, entonces, arrebatado entusiasmo por la ciudad fue un sentimiento forjado. en mi ánimo antes de visitarla debido a los elogios que la sra. P. le dedicó, durante la cena previa al tour nocturno propuesto por la guía. El sr. y la sra. P. conocían ya Sicilia, dijeron ante la extrañeza de los demás comensales (un matrimonio de apariencia anodina con una adolescente esquelética, tres mujeres de edad calculable entre los veintiocho y treinta y cinco, con -a primera vista- un aire tan común que, al principio, tomé por hermanas, pero que, a mitad de la cena- se reveló. producto, más que de su pertenencia a un mismo gremio laboral -en su caso el de la docencia, declararían luego-, del modo en que las tres vivían esa pertenencia a un mismo gremio, y el gremio y la profesión eran en sí mismos lo de menos). Un aire común que consistía, exteriormente, en una uniformación de atuendo y vestimentas tendente a la asexualidad y al afeamiento voluntario -llevaba un buen rato darse cuenta de que eran agraciadas si se las consideraba por separado-, y una serie de tics expresivos, tales como observar al interlocutor de turno de frente, con suma seriedad y moviendo afirmativamenta la cabeza, dando a entender que comprendían de veras la obviedad que uno estaba diciendo, para acabar contestando, muy despacio y con voz grave, otra obviedad después de haberla estado rumiando durante unos segundos, en silencio, con un inicio de sonrisa de autosuficiencia y con la mirada fija en un punto indeterminado donde un observador agitado como era yo en aquella mesa creería que mana el saber de las mentes ordenadas.Así observaron las tres profesoras al sr. y a la sra. P. al oírles decir que era susegundo viaje a Sicilia, y, tras los consiguientes instantes de meditación, una de ellas preguntó:
-¿Pasaron aquí su luna de miel?El sr. y la sra. P. se miraron, con expresión ligeramente divertida.
-No, ¿por qué?
Y otra de las profesoras, como siguiendo el pensamiento de la primera:-Como han dicho que ya conocían la isla... He pensado que quizá volvían ahora en viaje de aniversario...A lo que la tercera, y como . siguiendo el pensamiento de la segunda originado en el de la primera -que por supuesto no necesitaban comunicarse entre sí-, añadió:
-¿Qué sentido tiene, de lo contrario, volver a visitar un país tan pobre y atrasado?
Y las tres se quedaron mirando fija y severamente al sr. y la sra. P., de cuyo azoramiento intenté salvar:
-¿Y vosotras por qué ... ?
Sin ponerse de acuerdo. y también sin vacilar, como si lo tuvieran ensayado, fue la que antes había hablado en primer lugar quien no me dejó acabar de formular mi pregunta.
-Nosotras nos dedicamos a la enseñanza.
-Tenemos obligación de conocerlo todo -dijo la segunda-.
-El año pasado visitamos el norte y el centro de Italia. Este año, el sur -concluyó la tercera-
Y volvieron a guardar silencio, en espera de una respuesta que las satisfaciera y que aguardaban. con los ojos puestos en el sr. y en la sra. P., ahora ya evidentemente incómodos, sobre tódo el sr. P.
-En realidad, nos gusta...
La madre de la adolescente esquelética, una mujer pequeña y gruesa que había devuelto dos veces a la cocina su plato de pasta arguyendo, que estaba cruda y que miré a mi tía abuela con expresión de tragarse un ¡ay, Dios, qué desgracia llegar a viejo y no saber quedarse en casa!, cuando ésta le dijo: "En Italia, la hacen así, al dénte", llevaba rato dándole con el codo a su marido, como incitándole a intervenir. Por fin, triunfó en su conyugal empeño y el hombre despegó los labios:
-A lo mejor tiene negocios por aquí. Nosotros -señaló a la adolescente esquelética, que iba troceando la pasta sin probarla, y a su mujer, que al oír que el cabeza de familia tomaba la palabra empezó a acariciarse las varias pulseras que lucía- hemos venido porque un amigo mío... bueno, nuestro, viene mucho aquí por negocios que... -ahí agitó una mano al aire y se sopló los dedos, como si se hubiera quemado en la hoguera de lo que iba a decir pero no dijo- ...bueno, negocios que mejor no mencionar... -se rió de lo no dicho- ...nos recomendó el viaje. Sobre todo por lo barato... -volvió a reír, guiñando un ojo a su mujer-. ¡Con lo que le gusta comprar a mi mujer conviene ir a países baratos!
Sólo la aludida le rió la frase. Las tres docentes lo miraron con frialdad.
-En fin... la verdad es que como ya hemos hecho varios viajes en grupo con esa misma agencia, donde ya me conocen y me recomiendan dónde ir sin necesidad de rompemos la cabeza, pues pensamos: qué más da Sicilia o Madagascar, ¿verdad, Carmen?
-A mi, siempre y cuando el viaje sea en autocar y no tenga que caminar mucho, me da igual -confesó la llamada Carmen volviendo a acariciar las doradas y tinteneantes pulseras-. Eso sí: ¡aquí no pienso volver, eh, Juan!, Y no porque sean pobres, que ellos no tienen la culpa, pobre gente. Pero repetir viajes, aunque sea a sitios ricos y bonitos, es tirar el dinero -y mirando con cara de asco el plato de su casi transparente hija, que seguía troceando la pasta sin probarla, añadió: Sí, señor, tirar el dinero, y malcomer también es tirar el dinero.
La jovencita no contestó. El sr. y la sra. P. miraron con simpatía a la adolescente, que, al observarla uno con más detenimiento, llegaba a la conclusión de que debía de superarlos 15 años que aparentaba y rozar la veintena.
-¿Y qué clase de negocios les obliga a venir a Sicilia con tanta frecuendia?
-¿Y qué clase de negocios les obliga a venir a Sicilia con tanta frecuencia -preguntó la madre de Camíla al sr. P., que se sobresaltó de nuevo.
-No, mamá -terció Camila, dirigiéndose al sr. P. y apartándose el flequillo de la frente-. El que se dedica a negocios fraudulentos es vuestro amigo... ¿Quién me ha dado con el pie? -preguntó, con acento histriónico, levantando el mantel y haciendo como si mirara debajo de la mesa-.
-El sr. P. no es comerciante, es escritor -aclaré en un intento por acabar con la creciente incomodidad del aludido y de su mujer-.
-¡Oh! ¡Qué ilusión! ¿De veras es usted escritor? -exclamó la madre de Camila, casi aplaudiendo como una niña-. ¿Has oído, Miguel? Estamos cenando con un novelista. ¿Ha ganado muchos premios?
El sr. y la sra. P. empezaron a emitir algún que otro balbuceo que las tres docentes no dejaron que llegaran a frase.
-Hay excelentes novelistas que nunca han ganado un premio -dijo la
que solía hablar en primer lugar-.
-Cervantes, por ejemplo -dijo la que solía hablar después de la primera-
-O don Benito Pérez Galdós -concluyó la que solía hablar en tercer lugar-.
-No escribo novelas... -intervino el sr. P. con un hilo de voz.
-El sr. P. es ensayista -le ayudé, antropólogo.
-¡Oh, qué pena! ¡No sabe cómo lo siento! -lamentó la madre de Camila con pesar hondo y diríase que sincero por su en apariencia, irreprimible gesto de apretar suavemente la mano de la sra. P. en solidaria depresión de un supuesto duelo.
A punto estuve de echarme a reír, no sé si por la tierna estupidez de la madre de Camila y esposa de Miguel o por el visible terror reflejado en el rostro de la sra. P. en cuanto los dedos sobrecargados de anillos de su apenada vecina de mesa se cerraron sobre los suyos. No obstante, no necesité esforzarme en absoluto para contener la risa: ahí estaba el marido de Carmen y padre de Camila como antídoto para cualquier desahogo del espíritu:
-Pero, bueno, Carmen, no creas que lo de la antropología no tiene mérito: los antropólogos se dedican a estudiar cosas muy divertidas. Por ejemplo, comparar cómo hacen la picardía los pigmeos y los papúes...
Fue mi tía abuela quien, desde sus casi octogenarios deseos de llegar al café en armonía comensal, dijo al ojillos picarones: -No se ría usted. Cuando llegue a mi edad comprenderá que todos los caminos son buenos para llegar a la meta. Además, permítame que le diga que siempre podemos aprender algo del prójimo.
Camila me acompañó en mi carcajada, y el sr. y la sra. P. aprovecharon para distenderse. Aunque sólo por unos minutos, pues la señora de Miguel y madre de Camila no les permitió prolongar el descanso:
-De todos modos, no debe usted preocuparse: si escribe ensayos, cualquier día puede usted salirnos con una novela.
-Poder es querer -sentenció una de las tres enseñantes-
-Y querer depende de uno mismo -añadió otra-.
-Y de su circunstancia -acabó la tercera-.
Durante el tour nocturno a la ciudad los cuarenta y tantos pasajeros del autocar tuvieron noticia de que el sr. y la sra. P. tenían negocios fraudulentos en Sicilia y que viajaban en grupo por ser éste un medio perfecto para camuflar tráfico de dinero y de Dios sabe qué cosas. Seguramente, los negocios consistían en una red de burdeles y derivados, ya que él, además, era autor de libros pornográficos.
Recuerdo vagamente el mar de Catania y el puerto, a un lado de nuestro avance, en una oscuridad húmeda de principios de primavera, y la ciudad al otro: villas caducas, de piedra lávica, negra (del volcán, del Etna, que mañana visitaremos), explicó la guía ante las exclamaciones de algún que otro pasajero que tildaba de suciedad el color de los edificios. La guía se llamaba Marianna y, a juzgar por la correcta y fría distancia que de inmediato estableció entre ella, su oficio y los integrantes del grupo, no era nueva en su cometido. A lo largo del recorrido por la ciudad, entre amplias avenidas en las que los escaparates del los establecimientos comerciales alternaban con suntuosos palacios barrocos, la descripción de la guía acerca del lugar y de sus gentes descansaba, de vez en cuando, en alguna ocurrencia facilonamente graciosa con la que pretendía dejar bien sentado (sin explicitaciones vanas, pero -siciliana de nacimiento como era- con claridad suficiente para el que quisiera entender) que se trataba de crear un ambiente grato y relajado, pero que el sentido del humor y el gracejo tenían ciertos. límites: la observancia de los horarios señalados en el programa; su deber de satisfacer, de manera prioritaria, la curiosidad y el interés de los viajeros llegados a la isla con intención de visitarla y conocerla, y no sólo de fotografiarla, y las bromas respecto a la supuesta, decía ella, pobreza del lugar, la delincuencia generalizada, la Mafia, los sentimientos nacionalistas, etc.
Como exponentes de la problemática social de la región, la guía Marianna mencionó La terra trema, película de Luchino Visconti, rodada en Arcireale, a unos kilómetros de Catania, y las novelas de Giovanni Verga, como novelista oriundo del lugar. Fue entonces cuando de entre las primeras filas se dejó oír una voz interesándose por saber quién era Giovanni Verga. La sra. P., sentada a mi lado, al otro lado del pasillo, alzó el cuello, intentando asegurarse de si la voz femenina que había formulado la pregunta pertenecía, en efecto, a quien yo sospechaba -y también sospechaba la sra. P. a juzgar por su pesquisa ocular-, a continuación me hizo sefial de asentimiento con la cabeza y pareció quedarse tan perpleja como yo: la pregunta había partido de Camila, la joven esquelética, a quien antes de cenar había visto con una novela de Verga en el hall del hotel, detalle que la sra. P. había observado porque también ella estaba en el hall leyendo un librito de este autor. Lo más chocante del asunto era que Camila sabía que sabíamos porque, al descubrir ambas la coincidencia, en el hall, se sonrieron y, luego, al darse cuenta de que las había visto sonreírse, me sonrieron.
¿Intentaba, Camila, llamar la atención con preguntas formuladas sólo para hacerse notar, ya que sabía la respuesta? Quizá, me dije en aquel momento, y dejé de pensar en la joven, abrumado por el casi griterío de alarma de parte de los viajeros que habían descendido del autocar para dar un breve paseo por la plaza del Duomo y ver, más de cerca, el famoso Elefante de lava que sostiene un obelisco egipcio: la señora de Sanjuán, Diegi, dentista, había sido víctima de un robo: el collar de perlas que se llevaba casi a la altura del mentón cada vez que se disponía a pronunciar una maldad había desaparecido de su erguido y opulento escote.
(Continuará)
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