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Tribuna:LA DESAPARICIÓN DE UN SABIO
Tribuna
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Tristeza

Habíamos nacido el mismo día, un 13 de noviembre, él en 1914, dos años antes que yo. El pertenecer ambos a familias de similar condición liberal e intelectual, y la amistad que mi padre mantuvo siempre con don Pío Baroja -aunque tuvieran, como todos los escritores, sus Guadianas temporales-, hizo que Julio y yo fuésemos amigos desde la infancia. De mayores, quizá la afinidad que deparan las misteriosas conjunciones astrales bajo el signo común de Escorpión nos llevó a tener muchas opiniones convergentes sobre personas y acontecimientos.Julio Caro Baroja fue etnógrafo, antropólogo, historiador, escritor de pluma satírica y graciosa, pintor muy estimable, y varias cosas más. No me corresponde a mí valorar esas sus sabidurías y destrezas que hicieron de él uno de los pocos sabios que en España han sido, si entendemos por sabio aquel que sabe todo de algo y algo de todo y al que resulta casi imposible sorprenderle en ignorancia. Tuve el privilegio de ser editor de muchos de sus libros, tanto en la Revista de Occidente como en Alianza Editorial, y me cabe la satisfacción de haber publicado en esta última uno de sus mejores estudios. Las bruias y su mundo, traducido después a varias lenguas, sin duda porque las hechiceras pululan e interesan por doquier. La brujería -y los terribles procesos a los que dio lugar-, el análisis cultural de los pueblos, los moriscos, los temas lingüísticos, los judíos, la evolución de la agricultura, los conquistadores, la vida en el desierto y un sinfín de otros temas, constituyen el impresionante acervo intelectual de este hombre, que supo exponerlo con esa prosa suya tan amena y sugerente.

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Él ha contado en su admirable biografía de Los Baroja algunas confidencias sobre sí mismo y sobre su familia. Su vida fue inseparable de la de los Baroja, en esa difícil pero divertida convivencia que supieron mantener sus padres y sus tíos, Pío y Ricardo, en sus casas de Madrid y de Vera del Bidasoa. No fue músico, aunque tocaba en gran secreto la flauta de madera, pero podría tejerse la historia de su vida al hilo de sus partituras preferidas. "Las horas de intimidad oyendo a mi madre tocar el piano (...) con una sonata de Haydn delante, me hacía pensar que alguna vez tendría que acordarme de ese momento en mi soledad". "En música me he quedado entre Haydn y Wagner, o entre Cimarosa y Verdi. Ni lo muy antiguo ni lo muy moderno me produce fruición (...), comprendo lo que quiso hacer Debussy (...), comprendo la importancia de Bach (...) pero vuelvo a mis italianos viejos, a mis alemanes, a las óperas clásicas. A las sonatas y a lo que regala el oído (...) como hijo de Madrid me aferro a algunas zarzuelas viejas y como vecino de Vera canto aún lo que aprendí de niño o de joven".

Viajó mucho, siempre con su cuaderno de notas y dibujos, pero el centro de su vida osciló siempre entre Madrid y, Vera, y últimamente en la malagueña Churriana. No era muy entusiasta de Castilla; para él el paisaje ideal era de valles y montañas, bosques y ríos y "si el mar se ve a lo lejos, mejor". Se ocupó poco de la muerte, pero dejó dicho en el libro citado esta patética confidencia: "Si pienso en mi como muerto, creo que por mis ideas debo estar en el cementerio civil de Madrid, con mi tío Pío. Pero físicamenite me gustaría ir al cementerio de Vera, frente al Biijasoa, con mis abuelos y mi tío Ricardo. Porque la tierra, la tierra vasca, ata al que ha pasado su niñez sobre ella, aunque no haya estado acorde con lo que piensan y sienten muchos de sus pobladores. Es la tierra madre por excelencia: severa, dulce, sin pretensiones ...". Respetemos la decisión que haya tomado su familia.

Como cada cual, tuvo su personal sentido del tiempo. El tiempo para él era sólido y creía que se hacía trizas, se chascaba, con gran ruido, cuando llega la muerte. "Ahora, la cuestión", decía en un espléndido artículo, "es saber qué ruido se puede producir cuando se rompa el tiempo de uno. Personalmente no quiero el de las radios ni las televisiones. Tampoco el de los lloros o cantos funerarios. Mi ideal sería no oír crujidos o chasquidos. Sí oírme a mi mismo canturrear... " alguna canción napolitana de su juventud -añado yo- que, tanto le gustaban.

Quizá Julio pensaba, como él contaba que decía su tío Pío, "que la vida no tiene objeto, que el hombre es un barco mal gobernado en un mar tempestuoso y que nada valía la pena con tantas luchas y maldades como aquellas de que había sido testigo del año treinta en adelante".

Quizá fuera ésa su íntima y pesimista convicción, pero su vida fue para los demás, para la cultura española y para sus amigos, una joya llena de enriquecimiento y diversión. Y su muerte, ahora, para todos, una desolación.

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