Amor en el cine
Antes de arrancar la pantalla, de desinfectar sus oscuros pasillos, de desmantelar su coqueta pero ruinosa taquilla, los decoradores del nuevo bingo deberían consentir una sesión de espiritismo en el ya desaparecido cine Carretas. Desde que abriera sus puertas, allá en 1935, las paredes de esta sala con solera han sido testigo de las historias más sórdidas, pero, también, morbosas y románticas. Nadie sabe qué extraños fantasmas, qué gemidos o susurros quedarían atrapados en estas psicofonías de amor al cine."En el cine Carretas entran dos y salen cuatro". El pueblo madrileño sondeaba así el misterio de una sala en la que el amor iba más allá de las historias proyectadas. El trasiego humano era imponente: jóvenes desesos de cargar con el peso de la paja, maridos de pluma escondida, prostitutas agarradas con el mono a un pedazo de esperanza... Era el cine más rentable del país, pero debía ser el miedo a lo desconocido lo que atenazaba a los dueños de tan. saneado negocio.
En cierto modo, el Carretas era como La casa del terror en versión sexual: sombras atribuladas se escurrían entre las butacas, miradas encendidas escudriñaban, en los servicios... Nadie se quejaba porque todos sabían cuál era el juego. Madrid ha perdido un bastión para el pecado, un mundo donde el tiempo y la ley escapaban a los rigores del Ayuntamiento e, incluso, de la madre naturaleza.
Es de esperar que el escritor Leopoldo Alas, cronista de lo prohibido, anuncie pronto el lugar designado para heredar los secretos del Carretas. Mientras tanto, los jugadores de la nueva sala de juego deben conformarse con cantar bingo con el 69.
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