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Abucheo a Lluís Pasqual en su debú en Salzburgo

Riccardo Muti supera la prueba de la primera "Traviata" de la historia del festival

Andrés Fernández Rubio

Los escenógrafos no están teniendo suerte este año en el Festival de Salzburgo. Tras el abucheo que recibió el pasado día 30 Herbert Wernicke en El caballero de la rosa, anoche soportó uno aún más fuerte Lluís Pasqual, autor de la primera Traviata de la historia del festival. Riccardo Muti, que dirigió a la Filarmónica de Viena, cosechó el mayor éxito, junto a la soprano Andrea Rost, en el papel de Violetta Valéry, personaje basado en La dama de las camelias, de Alejandro Dumas, con el que Verdi creó uno de los hitos de la historia de la ópera.

Terminada la representación, Lluís Pasqual salió a saludar no en solitario, sino acompañado de Muti y de los principales intérpretes, que ya lo habían hecho antes individualmente con buena acogida. El público de Salzburgo estaba esperando al escenógrafo, porque en ese momento los aplausos cesaron casi por completo y un fuerte abucheo barrió la sala. Pasqual, primer español al que se le encomienda un trabajo de esta envergadura en los 75 años del festival, puso la cara de sorpresa propia de estas inesperadas situaciones, apuró el trago y abandonó el escenario.Su dirección escénica, con vestuario'de Luciano Damiani, coreografía de Reinhild Hoffmann, e iluminación de Vinicio Cheli, fue castigada sobre todo a causa del último acto de la función, a la que asistió la ministra de Cultura, Carmen Alborch. En esa parte, la protagonista está primero sola, y luego en compañía de otros tres personajes ante los que muere de tisis. Junto a ellos se despliega el escenario de Salzburgo, uno de los mayores del mundo. Lluís Pasqual, que ha calificado de autopista tal espacio, optó por cerrar dos terceras partes de la embocadura con unas cortinas, y desarrollar la acción en el fragmento restante. Todo el acto dio así impresión de pobreza, de falta de recursos:

Aunque podría pensarse que el público de alta burguesía que acude a Salzburgo, dado su conservadurismo, hubiera rechazado una visión como la del joven Lluís Pasqual, lo cierto es que escenografías más arriesgadas, como las de Luc Bondy y algunos más, han recibido una excelente acogida en el festival en los últimos años.

Pasqual muestra cierta indecisión sobre si realizar una Traviata convencional u optar por otra rupturista. Y el caso es que frente a numerosas escenas donde da prueba de su gran talento teatral (como la de las gitanas, convertida por Pasqual en una bella estampa alhambrista, o la depurada coreografía de los toreros, que fue aplaudida), se cuelan otras sin color.

En el primer acto, Pasqual había tenido momentos brillantes, como la archiconocida escena del baile, donde coloca a las parejas tras una tela translúcida en la que se perciben sus movimientos entre brumas. Pero el final de la ópera fue anoche decisivo en la valoración de su trabajo, y tampoco jugaron a su favor mínimos detalles que pusieron nervioso al público, como un piano sin calzar que se empezó a mover debido a los movimientos de la bailarina subida en él, que parecía a punto de caerse.La representación tuvo un tono preciosista percibido también en la labor orquestal de Riccardo Muti, enfática en ocasiones, pero poniendo siempre a la extraordinaria agrupación vienesa al servicio de los cantantes, siguiéndolos con delicadeza.

El papel principal lo interpretó finalmente Andrea Rost. Hasta el último momento cabía la duda de si iba a actuar, debido a una indisposición vocal. Tras el estreno de anoche, Rost actuará en todas las funciones menos en dos, en las que ocupará su lugar una tercera Traviata, Angela Gheorghiu. El director Georg Solti consideraba el pasado viernes como un signo de optimismo el que se encuentren en el panorama musical tres posibles Violettas, un papel que suele tener problemas de casting, ya que muchas se muestran incapaces de enfrentarse a la orquesta en el Amami Alfredo.

Rost, que intervino hace dos años en Salzburgo en la soberbia Coronación de Popea de Monteverdi, dirigida musicalmente por Nikolaus Harnoncourt, dio a su personaje la misma pulcritud y buen estilo en la línea de canto, ligeramente monótona, que entonces. Frank Lopardo, en el papel de Alfredo Germont, y Renato Burson en el del padre de éste, dieron consistencia a un reparto notable.

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