Un 'Anillo del Nibelungo' colorista e imaginativo en clave de cómic culto
El anillo del Nibelungo, macroópera en cuatro partes, de unas 16 horas de duración, es una de las piedras angulares del repertorio lírico para los equipos escénicos encargados de poner en imagen y movimiento toda una concepción del mundo puesta en música por Wagner. El anillo, como toda gran obra, ha aceptado las lecturas teatrales más variadas, saliendo airoso de todos los pulsos recientes, desde la fuerte carga política del montaje de N. Lenhoff en Munich hasta las versiones materialista y desmitificadora de Chereau o techológica y futurista de Kupfer representadas en Bayreuth.El anillo admite bien los riesgos, lo cual no evita que cada nueva producción, sobre todo en Bayreuth, se convierta en una inquietud. ¿Qué particularidades tendría el que se va a mantener hasta 1998 inclusive, un Anillo de finales del siglo XX, en la Europa de Bosnia, los nacionalismos crecientes y un racismo emergente? Pues bien, por lo visto en El oro del Rihn y La Walkyria se pueden adelantar ya muchas de las respuestas. El director Alfred Kirchner y la escenógrafa y figurinista Rosalie han optado por una versión ilustrativa en clave de historieta o cómic culto, que vuelve sus ojos a una mirada ingenua potenciada por la fantasía, y que resalta el carácter atemporal y específicamente narrativo.
Se quita trascendencia, filosofia y carga ideológica al Anillo, se prescinde de interpretaciones políticas, y se muestra en Una versión festiva, colorista, refrescante, con un vestuario lleno de imaginación (las ocho walkyrias todas distintas en rojo y negro, los irónicos diseños para Fricka y Freia, casi a lo mago de Oz), con cierto tono caricaturesco y bienhumorado en el perfil de los dioses y con un acercamiento cálido a los personajes más humanos, como Siglinda, Sigmundo, Brunilda o el mismo Wotan, motor absoluto de esta ambivalente historia.
Belleza plástica
Por todo ello, en las situaciones que reclaman un contenido emocional se despoja a la escena de elementos superfluos y se quedan los personajes con sus sentimientos a solas, así, el segundo acto de La Walkyria es resuelto con una belleza plástica muy poderosa en el juego de luces y bloques geométricos elementales, y la escena final del tercero, el magnífico dlálogo de Brunilda y su padre Wotan, adquiere tintes conmovedores en su desnudez plástica y conceptual. La forma de contar admite algún toque light y divertido como el final de El oro del Rihn, la agitada cabalgata de las walkyrias o el retrato africano en amarillo y negro de los gigantes. Hay color, mucho color, y una enorme riqueza de ideas visuales dentro de un tratamiento que quizá podríamos definir como posmoderno, pero que entraña un profundo amor por lo que se está narrando, incluso en sus detalles irreverentes y burlones con algunos personajes. ¿Una solución evasiva, propia de estos tiempos? Es posible. Pero también una solución que incita a la serenidad, a escuchar y ver con el asombro de los cuentos infantiles (es decir, para adultos) y, en suma, a centrarse en la música como portadora de todos los enigmas surgidos de ese Rihn que como debía Victor Hugo "deja entrever bajo la transparencia de sus aguas el pasado y el porvenir de Europa".
Todo esto no sería posible sin un director tan eminentemente teatral como James Levine. Porque él se deja arrastrar también por la magia del cuento, distribuyendo alegremente sonoridades y efectos, pero, ay, recreándose con un enorme respeto y contención en las escenas emocionales, casi como si fuera un espectador-niño más. No es la suya una versión desde el mundo instrumental, ni siquiera exclusivamente desde las voces, sino una versión desde el teatro, con lo que confirma una vez más algo que aquí en Bayreuth o en Estados Unidos es obvio, pero que en España no se acaba de reconocer, y es sencillamente su inmenso talento como director de ópera.
El reparto vocal fue notable, lo cual en estos años de crisis en el repertorio wagneriano no es poco. S. Jerusalem destacó como Loge en El oro, se recuperó. afortunadamente del Anillo de Boulez-Chereau a la estupenda H. Schwarz como Fricka y, en fin, Tomlinson (Wotan), Polaski (Brunilda), Elming (Sigmundo), Kiberg (Siglinda) o Pape (Fasholt) brillaron con luz propia. El público, que mantuvo una igualada división de opiniones tras El oro del Rihn, se decantó mayoritariamente a favor del espectáculo después de La Walkyria. Wolfgang Wagner, nieto del compositor y director del festival, ha vuelto a sorprender con una nueva audacia. Bayreuth está rejuveneciendo.
Babelia
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