Una buena historia
En esto de los GAL echo de menos la escuela de los sofistas; a políticos y comentaristas les habría venido bien un "stage" en Protágoras, o en Gorgias. El exceso de celo produce mal discurso. El atacante y el defensor, en guerras dialécticas, no deben dejarse llevar por la furia, ni siquiera por la furia española, porque sus posiciones pierden gracilidad y aire de convicción; especialmente si se trata de furia contenida. Resulta especialmente patético el esfuerzo por descalificar al acusador, sea policía, juez, político, o ciudadano común: las aviesas intenciones de unos y otros, su despreciable humanidad estructural, su tortuoso pasado, son cuestiones que deberían contemplarse (sin olvidarlas, desde luego) como accesorias. Porque es bueno conocer a quién cuenta la historia, pero mucho más la historia misma. Y la cuestión no es quién miente más, o menos, sino cuál es la mejor historia, quizá una historia con cierta de cencia histórica, porque hay otras que no la tienen, o que no son historias, sin más.
El caso es que hubo una serie de fechorías que, en su momento, se atribuyeron gentes anónimas bajo la sigla GAL; también hubo participación de miembros de cuerpos de seguridad y algún político en tales fechorías; y está claro que no, se trató de una aventura esporádica, pues todo ese lío que produjo 26 muertes y otros hechos aflictivos duró tres años; y que esas acciones tenían una finalidad política; y que dos de los policías intervinientes fueron condenados por sentencia firme por algunos de esos hechos; y que tales dos policías fueron protegidos y amparados por altas instancias políticas, que incluso procuraron su indulto y les suministraron fondos procedentes de los dineros arcanos del Ministerio del Interior; que la investigación de las actividades conexas fue dificultada de mil maneras desde instancias políticas de cierta entidad; que cuando falló la protección oficiosa de dichos policías éstos empezaron a cantar; y que este cante trajo, al cabo del tiempo, otros cantes, y ahora nos encontramos en plena eufonía o cacofonía (según se miré), pero, en cualquier caso, de sonoridad invasora.
Para estos hechos hay, de momento, una explicación que tiene coherencia; que sea coherente no quiere decir que sea verdadera, pero la explicación de que estos hechos se encajan en una acción política inspirada desde las más altas instancias del Gobierno deja cada cosa en su sitio.
Frente a esta historia, hay la negacion pura y dura, acompañada por acusaciones contra sus forjadores: resentidos, mentirosos, confabuladores, egocéntricos, vanidosos, desahogados, y todo lo que se quiera. Todo eso es dialéctica pobre, aunque fuera honrada. Porque frente a esa historia lo que hace falta para tranquilizar el reconcomio de la gente que está fuera, y ve, y se asombra, o deja de asombrarse, es otra historia; otra historia que encaje con la razonable lógica perceptible por gentes no completamente idiotas, los hechos conocidos en torno a este asunto. Por ello, las más altas instancias del Gobierno y sus allegados hacen bien en negar, si así lo sienten; y hasta en denigrar a la colección de "indeseables" que los asedian. Pero no se les pide tanto; lo que se les pide, y se les puede políticamente exigir es que nos cuenten una historia, que nos digan lo que sucedió, y cómo. Porque parece que una cuestión con tanto policía y tanto cargo dentro, y tan sonora, merece una explicación de quien tenía encomendada una grey que resultó tan revoltosa; una explicación coherente con los hechos de entonces y con los que se han venido sucediendo hasta estos calurosos días. Por favor, una buena historia.
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