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El "cordón" del nacionalismo.

Con motivo de cumplirse ahora el centenario de la fundación del Partido Nacionalista Vasco (PNV), el profesor Antonio Elorza acaba de invitar a los "nacionalistas vascos demócratas"- a "cortar el cordón -umbilical [que los une todavía al nacionalismo terrorista y antidemocrático y] que aún legitima planteamientos e ideas cuya persistencia sólo puede llevar a la destrucción de sus propias expectativas políticas" (EL PAÍS del 19 de julio). Pues -dice, con razón- es dudoso que la construcción nacional vasca, y con ella la democracia, tanto en Euskadi como en España, pueda soportar la presión" del integrismo radical y violento encarnado en el trinomio ETA-HB-KAS.Elorza es uno de los mejores y más distinguidos especialistas estudiosos del nacionalismo vasco, y su prestigio en cuanto tal se halla bien asentado desde hace una veintena de años. Si me permito expresar hoy mi disconformidad con una de las opiniones que expresa en su artículo, es porque creo que esa, opinión tiene especial relevancia, y sin perjuicio de hallarme de entero acuerdo con casi todo el resto de cuanto en él dice, que es mucho y muy sustancioso.

Cierto que la "vía argelina" emprendida por el mencionado trinomio, sumada a su "populismo fascista?" compone un "aquelarre" que "tiene mucho, .casi todo, que ver con la doctrina sembrada por el fundador" Sabino de Arana; pero no es menos verdad que, en la palabra y la pluma de Arana, la "carga de violencia heredada del antecedente inmediato que suponen las guerras carlistas", con ser muy grande, fue meramente verbal y nunca constituyó, ni directa ni indirectamente, una llamada a la acción violenta. Cuando Arana evocó (sobre todo, en su librito Bizkaya por su independencia, dechado de ingenuidad y falta de sentido crítico) las acciones militares de los vizcaínos -contra, los "castellanos" o "españoles" agresores, en tiempos remotos en los que este tipo de pleitos no solía solventarse sino por las armas, no estaba propugnando el uso de la violencia para recobrar los Fueros, cuya vigencia se había apresurado a confundir, muy equivocadamente, con la independencia de Vizcaya, de Álava y de Guipúzcoa, así como del Labort y la Soule o Zuberoa (el caso de Navarra es claramente distinto). Arana no predicó a sus seguidores la violencia física, no los incitó a la práctica del terrorismo. Fundó, sí, una especie de "religión política" como Elorza dice muy bien reconociendo al propio tiempo que "otros nacionalistas del si glo XIX" hicieron lo mismo; y podría haber añadido que también otros del XX. Pues lo característico de los nacionalismos (el vasco incluido y sin excluir ninguno) es la hipertrofia del patriotismo hasta convertir lo en actitud seudorreligiosa. De caer en esta actitud, que profesa un dogmatismo intransigente para todo cuanto se refiere a la unidad, la identidad y la independencia de la nación respectiva, no se libra ni uno sólo de los nacionalismos europeos conocidos; ni siquiera el inspirado por Mazzini en Italia, que Elorza parece proponer como modelo por su carácter laico y democrático.

En cuanto a lo de "laico", el de Arana no tenía de tal un pelo (no cabe decir lo mismo del nacionalismo vasco de hoy, sea violento o sea pacífico); pero "democrático", sí que lo era a menos que no se admita más democracia que la democracia liberal (pues, de liberal; Arana tampoco tenía un pelo, ni lo tuvo el PNV hasta 1931 o aún más tarde, y de ahí la escisión de los liberales de Acción Nacionalista Vasca en el otoño de 1930). Y el pasado nos enseña que, para hacer del patriotismo un nacionalismo (es decir, una una religión o, mejor, seudorreligión- política" no hace falta ser clerical, ni cristiano, ni si ,quiera creer en Dios; antes bien, ya desde los días de la Revolución Francesa, la patria ha de mostrado muy cumplidamente su capacidad para convertirse en Ersatz de la Divinidad, sobre cuyo altar se han sacrificado millones de vidas -propias ajenas- y cuyos valores han sido, para desencadenar las modernas "cruzadas", pretextos aún más eficaces que el del rescate del Santo Sepulcro. Arana no quiso desencadenar en sus días violencia ninguna, y es -cuando menos- temerario ,pretender que quisiera su desencadenamiento en tiempos posteriores; pero su filosofía nacionalista (no sólo por lo que tenía de integrista en lo religioso, sino esencialmente por el mero hecho de su nacionalismo) implicaba ya, en potencia y de modo-sin duda- involuntario, pero inevitable, un intento de justificación de la lucha armada, de la cuál los nacionalismos han sido motor insuperablemente eficaz a lo largo de los últimos 200 años. Sin excluir los nacionalismos democráticos y liberales, y menos aún los que. no lo son sino en apariencia.

Siendo el nacionalismo una hipertrofia del patriotismo, no hay más remedio que reconocer que, en resumidas cuentas, el patriotismo -que, en sí mismo, es una virtud nunca bastante ponderada- lleva en su interior la simiente de su propia evolución hipertrófica . Todo depende de que los patriotas sean o no capaces de impedir que se desarrolle; lo mismo que, cuando se trata del organismo físico de cada individuo, hay que permanecer vigilantes para que no se desarrollen los gérmenes patológicos que, potencialmente, residen incluso en los cuerpos más sanos.

Cuando en los días de Navidad de 1978, Xabier Arzalluz se dirigía a la juventud peneuvista, en Bilbao, diciéndole que había que admirar a los etarras sin, por ello, aprobar ni adoptar sus procedimientos (sofisma que me apresuré a denunciar en un artículo aparecido el 4 de enero siguiente), estaba dando fe de la existencia del "cordón umbilical". que al profesor Elorza le gustaría ver cortado. Todo hace pensar que la admiración de Arzalluz ha desaparecido hace ya tiempo, mientras que persiste su repudio de las prácticas terroristas de los etarras (y de otras bandas similares). Lo que no ha desaparecido es el "cordón umbilical", el cual no es cosa de comportamiento, sino de doctrina: y tengamos la seguridad de que no desaparecerá mientras el nacionalismo subsista y aunque su comportamiento sea democráticamente intachable. Y esto, dicho a propósito del nacionalismo vasco, ha de repetirse a propósito de los demás. Cuando se absolutiza un concepto o un fenómeno "nación", "patria", "pueblo") que es esencialmente relativo, queda la puerta abierta para todos los extravíos. La cosa ocurre en el país de los vascos y en los de los demás. Por eso, a quienes perseveren en su nacionalismo, no se les puede pedir sino vigilancia; para que ese "cordón", ya que no es posible cortarlo, sea siquiera lo menos pernicioso, lo más inoperante posible.

José Miguel de Azaola es escritor.

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