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Crítica:POP | BOB DYLAN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Casi un Profesional

Diego A. Manrique

Aparte de Chuck Berry, pocos artistas del rock han puesto tanta inquina en destruir su reputación como Bob Dylan Uno puede atribuir sus desastres cinematográficos a decisiones erróneas, puede argüir que la pobreza sonora de muchos de sus discos corresponde a una voluntad de hacer audio verité, pero no hay manera de disculpar esos 20 años de actuaciones desastrosas, donde muchas veces masacra sus grandes canciones con total insensibilidad, respaldado por desconcertados músicos que no han podido ensayar y que no entienden ese suicidio artístico. Se ha especulado con un secreto deseo de vengarse de ese público que tantas veces se resistió a sus bandazos ideológicos o estéticos, pero su persistencia -lleva años embarcado en lo que ya se conoce como La gira interminable- supera todo grado conocido de sadismo. Al menos, con Berry se trata de pura tacañería, de tocar con los acompañantes disponibles; con Dylan, que cada año acumula millones de dólares en concepto de derechos de autor, no se hallan explicaciones coherentes que no entren de lleno en el dominio de las patologías.Sin embargo, a Dylan se le perdona todo y más. Esta gira de 1995 se ha convertido en un curioso acontecimiento sociológico y emocional. Tiene Dylan en los medios brigadas de admiradores que tal vez ya no sigan la evolución del rock, pero que defienden a muerte la honestidad de sus referentes culturales. Están luego los que han oído campanas y juntan a Dylan con Vietnam, los hippies y todos los clichés de los sesenta. Y una nueva oleada de adictos a los mitos que confunden el reconocimiento histórico con la adoración de los errores, dado que Dylan es Dylan y nunca puede ser menos que genial.Crueldad

Bob Dylan

William. Temple (guitarra, voz), John Stigler (guitarra); Anthony Mart1n (bajo); Winston Augustus (batería). La Riviera, Madrid, 19 de julio.

El ídolo ignora a tan respetables seguidores con la misma crueldad que trata a sus sufridos fans. Es tan indiferente a los cadetes de West Point como a los invitados a la inauguración presidencial de Bill Clinton o a los madrileños que han pagado 4.500 pesetas por el privilegio de oírle de cerca. Lo de ignorar a la prensa, prohibir cámaras o negarse a saludar a sus fieles son síntomas de que en su antipatía no discrimina a nadie.

Pero ¡un milagro! Bob Dylan se presenta esta noche con una banda que no insulta los oídos. Se trata de un cuarteto que, sigue los esquemas setentañeros de banda de bar. Es decir, no tiene la densidad viscosa de los arreglos originales, pero sabe construir un clímax y crear una aceptable alfombra de decibelios para que no se pierda el impacto de la voz. La voz de Dylan es peor que la de cualquiera de sus imitadores, pero en esta ocasión parece sentirse centrado y seguir los textos con moderada emoción.

No olvida el segmento acústico, que comienza con Tangled up in blue y se cierra con Love minus zero / No limits.

Van cayendo las canciones, casi todas las que el común de los dylanianos desearía, con desigual fortuna. Por ejemplo, el dinámico Tombstone blues surge sin chispa, como si los intérpretes hubieran engullido un valium.

Cuando lleva una hora y media pasadas, se retira. Sin embargo, el viejo gruñón debe sentirse satisfecho. Reaparece con Like a Rolling Stone y es insólito comprobar que lo que era originalmente un elaborado insulto, la trituración de la reputación de alguien que se cruzó con Dylan, es actualmente un extraño himno generacional, donde calvitos y melenudos parecen optar por el deseo de ser "un canto rodado, un completo desconocido". Pero de semejantes ambigüedades está hecha la atracción del rock. Todavía desaparecerá y volverá a salir un par de veces. Por esta noche, a pesar del calor antillano y del desagradable overbooking, Dylan ha cumplido con las esperanzas.

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