La pesadilla bosnia
EL PEOR de los escenarios imaginables se está consumando en Bosnia. Cuatro años después de comenzar la guerra continúan las matanzas de civiles: niños mueren de hambre en enclaves asediados, las fuerzas serbias reactivan la limpieza étnica con renovado ímpetu y la paz parece más lejana que nunca. Esto, en lo que se refiere a la inmensa tragedia humanitaria que se produce en Europa, mucho más cerca de nosotros de lo que muchos creen o quieren creer.Pero incluso para aquellos que desde un principio minimizaron los peligros de aquella guerra y que se han mostrado incapaces de solidarizarse con las víctimas debiera comenzar a estar claro que Europa y las democracias en general se están jugando hoy en Bosnia mucho más que una autoridad moral que muchos creen ya definitivamente perdida. Porque la caída de Srebrenica en manos de las fuerzas serbias y las más que probables de Zepa y Gorazde no sólo supone le enésima humillación a las Naciones Unidas por parte de las fuerzas de Radovan Karadzic. Es muy probable que la gestión pusilánime de esta crisis por parte de la ONU incapacite a la organización para cualquier nueva intervención pacificadora durante mucho tiempo. Difícilmente un Gobierno en su sano juicio permita después de esto el despliegue de tropas internacionales en su territorio. Sus garantías no valen nada según se ha demostrado, Y sus funcionarios -y aquí hay que citar al delegado japonés en los Balcanes, Akashi- parecen entender que la solución a un conflicto pasa por la rápida aceptación por parte de la víctima de su situación irremediable y su consiguiente rendición.
Pero si la humillación y el descrédito de, la ONU son un grave revés para las leyes internacionales y para la paz allá donde ésta se halle en peligro, el rápido deterioro de la credibilidad de la OTAN supone un serio peligro para todos los miembros de la Alianza Atlántica. Y en este mundo que emerge de la guerra fría, en el que la multiplicación de los focos de conflicto es ya un hecho, los miembros de la OTAN no pueden permitirse que su propia credibilidad sea cuestionada. Y lo. está siendo gravemente en esta situación,. en la que su papel como garante del cumplimiento de resoluciones. del Consejo de Seguridad, ya sea de prohibición de vuelo para los combatientes o de las llamadas zonas dé seguridad, es sistemáticamente entorpecida por funcionarios de las Naciones Unidas como el señor Akashi.
La cohesión de la OTAN está además sometida a una tensión por las diferencias entre sus miembros respecto a la forma de actuar en los Balcanes que pone ya seriamente en cuestión su propio futuro en el próximo siglo. De ahí que ya no hay tiempo para más dilaciones. Y las apelaciones a nuevas fórmulas de negociación con Karadzic suenan ya a sarcasmo. El líder serbobosnio no oculta, en la entrevista que publica hoy este periódico, su propósito de acabar por la fuerza con los enclaves musulmanes, protegidos por la ONU y de seguir con su política de depuración étnica, que él denomina eufemísticamente de desplazamiento étnico.
Las democracias occidentales en la OTAN tienen dos opciones: poner claros límites y condiciones a las fuerzas serbiobosnias para que acaten un plan de paz que todos los demás han aprobado y ponerles plazos, advirtiendo que su violación tendría un coste impagable para Karadzic y para el propio Milosevic, quien sigue siendo el gran director de esta tragedia. Y si no se ponen de acuerdo para hacer esto y asumir el coste -que ser á más alto hoy que hace dos años, pero posiblemente más bajo que dentro de dos-, las fuerzas de la ONU deben retirarse de los Balcanes -una humillación que no superará las ya habidas- y dejar, con el flujo libre de armas, de fuerzas que acudan en socorro de los bosnios, que se imponga la lógica de la guerra.
Es, sin duda, esta última una terrible decisión que habría que intentar evitar. Pero no a costa de que una actuación como la habida hasta ahora acabe destruyendo una alianza defensiva que Europa necesita hoy, viva, unida y operativa.
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