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Rafael Vera vuelve a sonreír

El ex director de Seguridad del Estado afirma que a lo largo de su vida ha soportado momentos más duros

Naiara Galarraga Gortázar

Los 25 minutos que transcurrieron desde que le comunicaron que podía salir de la cárcel hasta que traspasó la barrera de seguridad de Alcalá-Meco posiblemente se le harían eternos a Rafael Vera -50 años-, después de casi cinco meses entre rejas. Recorrió a pie los 500 metros que separan el edificio de la prisión de la verja de seguridad. Caminaba con paso tranquilo, charlando tranquilamente con su abogado Manuel Cobo del Rosal y una letrada de su bufete. Detrás, a muy pocos pasos, le seguían uno de sus dos hijos, su hermano y un cuñado. La comitiva había entrado a recogerle unos minutos antes.A medida que se acercaba a la salida, Vera se arregló mecánicamente la corbata y se abrochó uno de los botones de la chaqueta del traje gris perla. Lucía una camisa azul y corbata oscura. Son detalles de su personalidad que tampoco podían faltar el día que recuperaba la libertad. Ni siquiera llevaba paquete o maleta alguna con las pertenencias que le han acompañado estos meses y que había preparado desde primeras horas de la mañana.

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Su semblante era serio cuando, a las cuatro y media, se acercó, con las manos en los bolsillos, a los reporteros que le esperaban desde hacía horas. Pero su rostro se relajó al dirigirse a los informadores: "Lo que quiero ahora es estar con mi familia y hablar con ellos". Esta sola mención, hizo brillar sus ojos. Incluso soltó una carcajada mientras contaba, en referencia a las clases de gimnasia7 que impartió durante su reclusión, que algún preso había adelgazado y que le estaba muy agradecido ya que aumentaba sus "posibilidades de ligar". Esbozó una sonrisa, más resignada que otra cosa, al referirse a sus planes para el verano: "[Haré] lo que me dejen hacer. Creo que durante algún tiempo no depende de mí".

Agradeció a su partido, el PSOE, que hubiera depositado la fianza de 200 millones de pesetas porque dejó claro que de otra manera no hubiera podido salir.. "Ni mi familia ni yo disponemos de ese dinero", dijo.

Cuando se refería a su estancia en la cárcel, lo hacía utilizando el tiempo gramatical presente, como si todavía no hubiera asimilado sus nueva condición de hombre en libertad. Sorprendió al comentar que éste no ha sido el episodio más duro de su vida. "He pasado momentos más difíciles en mis once años de lucha antiterrorista en el Ministerio del Interior", afirmó.

Paciencia con la prensa

Lo primero que hizo tras cruzar la barrera fue estrechar la mano a su chófer y a uno de los escoltas. A diferencia. del resto de las personas que abandonaron el centro penitenciario a lo largo de la mañana, los acompañantes de Vera no se detuvieron en la garita de control, aunque lo habían hecho a la entrada.

Vera fue paciente con los medios de comunicación y respondió a preguntas durante varios minutos para después subir al coche junto a los abogados,. y salir a toda velocidad, seguido por un vehículo de escolta y sus familiares que utilizaron un pequeño utilitario.

Su aspecto físico era bueno gracias al ejercicio que, junto a la lectura, le ha ayudado a pasar este tiempo. "Nada del otro mundo, más bien lo que hacen el resto de los reclusos", según comentó. Tenía buen color, aunque no demasiado bronceado.

La primera señal de que Vera iba a traspasar la garita de control fue la llegada de Manuel Cobo del Rosal a las tres y veinte de la tarde en un Mercedes dorado que, junto al traje claro y las gafas de sol, le daba un cierto aire colonial. Venía a recoger a su defendido, pero, una vez cruzó la verja, los minutos transcurrían y no había señal del ex secretario para la Seguridad del Estado.

Desde primeras horas de la mañana había informadores apostados en la prisión para captar las primeras imágenes y palabras de Vera al recuperar su libertad. Los más madrugadores llegaron a las nueve. A medida que transcurrían las horas, iban apareciendo otros reporteros. Llegaron a juntarse ante la entrada de la prisión más de 60. Todos estaban pegados a las radios para escuchar si el depósito de la fianza se había llevado a cabo sin problemas.

Hubo hasta quien hizo su agosto. Hacia las cuatro de la tarde un avispado vecino de Alcalá llegó cargado de bocadillos y bebidas que agotó todas sus existencias entre los ya hambrientos periodistas.

Una niña que salió de visitar a un preso, al ver el despliegue informativo, posó como una profesional pidiendo que le grabaran. No logró su propósito. El esperado era otro.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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