...Y san Pedro se la bendijo
Officium
Jan Garbarek (saxo soprano y tenor) The Hilliard Ensemble: David James (contratenor), Rogers Covey-Crump y John Potter (tenores), Gordon Jones (barítono). Iglesia de San Pedro. Vitoria, 8 de julio.
El concierto inaugural de la 19ª edición del Festival de Jazz de Vitoria acogió el mejor ejemplo posible de la música que aspira a manifestarse libremente. The Hilliard Ensemble y Jan Garbarek proponen una alianza ambiciosa de palabra y firme de obra, absolutamente rigurosa desde el punto de. vista teórico y asombrosamente conseguida desde el emocional. Casi produce vértigo imaginar el viaje que estos cinco humanistas convencidos realizan a diario por tiempos remotos y paisajes musicales contrastados.Sus voces actúan como poderosísimos brazos capaces de aunar hechos históricos separados por distancias en apariencia insalvables; en poco más de una hora aciertan a condensar, con una intención netamente contemporánea, siglos de sabiduría. Son los ejecutores de una idea promovida por el productor del sello discográfico alemán ECM. Nadie más que Manfred Eicher podía sospechar el éxito artístico y la viabilidad comercial de una mezcla tan explosiva.
Los miembros del cuarteto vocal británico avanzaron desde distintos puntos de la nave central de la iglesia para confluir en el altar con Garbarek. No es inexacto decir que fue un concierto a capella. El saxo soprano del noruego era una voz más, teñida de la ambigüedad del contratenor y dotada de un poder de seducción casi femenino.
En el tránsito hacia las formas orientales se ha agitanado y ahora pellizca el corazón con quiebros imprevisibles y adopta una vehemencia que nadie esperaría encontrar en un músico nacido en tierras tan frías. Corrió con la parte improvisada y apuntaló con exquisitas cuñas espontáneas el monumento que levantaron las extraordinarias voces de sus compañeros.
Poco importaba que The Hilliard Ensemble se remontara a la noche de los tiempos de la polifonía y siguiera guiones antiquísimos con exquisita pulcritud; tanto daba que fueran oficios de difuntos o himnos procesionales, Garbarek encarnó el don de la oportunidad y acertó a intercalar comentarios siempre pertinentes, invariablemente esclarecedores y frescos.
Encontró su hueco en la réplica profana a la atmósfera religiosa creada por el cuarteto. Sólo una vez se permitió mandar, la única en que se llevó el saxo tenor a los labios, quizá para dar fe de que no ha olvidado a sus primeros maestros: John Coltrane, Albert Ayler y otros librepensadores del jazz.
Babelia
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