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Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
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Solo en casa

Acerca de la gente mayor empadronada en la ciudad no se pueden difundir generalidades; apenas caben reflexiones específicas de imposible contraste y aprehensión estadística. Son -somos, estoy en el censo- desperdigada legión insolidaria que se las arregla como puede, gradúa los recursos que van encogiendo como una piel de zapa de mala calidad, menguante sin colmar deseo alguno, mientras el mundo alrededor poco se parece al que vivieron. Son, somos muchos y crece el número de la población pasiva, inútil, que ha dejado de producir, aunque consuma; poco, pero consume.Tercera edad; aceptemos el término, si bien refleja impropiamente una situación inédita en la historia de los humanos. Por lo pronto han sufrido un irremediable desgarro los vínculos generacionales. Es el joven quien parasita al viejo, y no al revés, mientras éste puede, más no le comprende, ni siquiera lo intenta. Con júbilo iconoclasta se han derribado muchos prejuicios, que eran saludable argamasa cuya existencia contributa al buen funcionamiento de la sociedad. Añadida la retirada imprevisión de no sustituir lo que se echa abajo.

El respeto y deferencia que la persona mayor exigía o esperaba fue la propia norma de conducta en el rodar armónico de las generaciones, tal cual veíamos en la milicia cuando el capitán general podía embriagarse y maltratar a su teniente coronel ayudante. Él fue, en su día, también menoscabado, y el sublime consuelo era, alcanzado el fajín, zarandear a otro. Parece que incluso eso ha variado, y Dios me libre de las evaluaciones temerarias.

Ahora son casi viejos los que hace 25 años mostraron un corte de mangas a los progenitores para largarse a Katmandú, como quien hace novillos; o se daban el impremeditado baño de promiscuidad que, en el peor de los casos, se apresuraron a olvidar. El júbilo hippy de 1969 tuvo un devaluado jubileo en sus bodas de plata de 1994.

Quizá la secuela traiga la marginación de quienes llegaron a la mayoría, les disocia entre sí y extraña de los descendientes. Éstos, a su vez, derivan, quizás por debilidad, hacia el borreguismo, la uniformidad de atuendo, jibarización del lenguaje, la masificación. Aún en la primera parte de este siglo, la mujer y el hombre al traspasar la cuarentena ingresaban en la hipócrita cofradía de la respetabilidad automática, reprimidos, que no domados, las pasiones y los apetitos. La parte buena es que merced a estos convencionalismos se han podido escribir Madame Bovary y La Regenta, por ejemplo.

Nuestro rico idioma se queda raquítico en los sinónimos de vejez y juventud. Caen bruscamente en áreas peyorativas, quizás porque, en tiempos, definían mejor que ahora. Hoy resulta ofensivo tener por viejo a persona menor de 60 años. A esa edad murieron el general Primo de Rivera y el presidente de la II República Manuel Azaña.

Cincuenta y seis contaba don Marcelino Menéndez Pelayo y Pelayo, que escribió más que El Tostado y agarraba unas pítimas memorables. Mozart vivió 35 años y a Lorca le mataron a los 38.

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¿Se es viejo? ¿Se hace uno viejo? ¿Era viejo Xavier Cugat? (Bueno, éste sí, la verdad). Y tantos otros personajes conocidos que pretenden -bajo su exclusiva responsabilidad- mantener la lozanía contrayendo últimas o penúltimas nupcias.

Ya no hay normas ni arquetipos. Persona tan competente como la modista Coco Chanel dictaminó que, a los 30 años, la mujer debe elegir entre su cara y su trasero. Quería decir que la tersura de una pagaba tributo al volumen del otro.

Millones de ancianos se las arreglan, en Madrid y las grandes ciudades, para sobrevivir en relativa soledad, mitigada por la televisión y facilitada por el microondas. Puro equilibrio y compensación que permite, al alcance de cualquiera, ser su propio cuidador. La sopa boba conventual se llama ahora pensión no contributiva, deslumbradora perífrasis que únicamente nos distancia del común de los ruandeses y renueva la contestación a una encuesta demoscópica: "¿Vive? De milagro".

Muchos viejos finiseculares se han retraído porque no tienen quien les aguante o tampoco soportan a los contemporáneos ni entienden a la progenie. Es portentosa la fe con que se juegan los cuartos a las loterías, a los ciegos, con injustificada esperanza en un futuro a plazo corto. Todos mis conocidos -entre los que me cuento, a veces con renuencia- resignan parte del tasado patrimonio en manos del azar.

Los viejos viven -vivimos- un momento histórico, digno de la atención de Amando de Miguel, si no lo ha hecho ya: el que va a separar los alquileres de renta antigua y congelada de las actualizaciones previstas.

Verán cómo el siglo próximo la gente provecta no va a vivir sola en un apartamento, si han descuidado la oportunidad de un buen pelotazo. Alquiler o gastos de comunidad son parecidos y pronto inalcanzables.

Prepárase la gente aún vigorosa, hágase a la idea del geriátrico y procuren que sean confortables y divertidos. Va a ser el precio de la perdida soledad, incluso la más tierna y compartida en la última sala de espera.

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