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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Atolladero

España se subió en un seiscientos, para acometer un ansiado proyecto, el 1 de diciembre de 1982. Fue un día histórico, pero ahora se recuerda sólo como eso, historia, algo pasado, caduco, intrascendente, trasnochado... El conductor. se asió ávidamente a un volante que en sueños había acariciado durante años. Al principio, todo iba sobre ruedas: se llegaron a alcanzar y los 90 kilómetros por hora, y la gasolina súper era el único combustible del que se nutría un motor lubricado e impecable. Lo que se. dejaba atrás no era lastre, sino algo ajeno. Poco a poco, las culatas, las bujías, la bomba del agua, los cilindros, el carburador... fueron cobrando senectud paulatina e inexorablemente Ias carreteras vieron cómo aquel cochecito recorría, mal que bien, todo tipo de terrenos: se metía por atajos, comarcales, nacionales, autovías. Atravesó los Pirineos sin titubear. El pilotó era irremplazáble -Y lo es, según dicen-, y esto es lo que más discrepancias genera en el asiento de atrás. El copiloto asiente, otorgando -con su cómplice silenció. Un alarmante desgaste del caucho de los neumáticos propicio la entrada del exiguo aunque fuerte y diligente vehículo en un enorme barrizal.Ahora las cosas han cambiado sobremanera: para seguir su marcha, a menos de la mitad de la velocidad inicial, se introducen en el depósito cabezas de turco frescas, cuya combustión impulsa débilmente un traqueteo agonizante. Es el final, y los que, pobrecillos, mantienen la ilusión tendrán su oportunidad de nuevo cuando nos volvamos a dar cuenta de quiénes son los otros. "¡A regenerarse desde la pána!", gritará su conciencia, dolida y ahíta de vergüenza. No es un adiós; sólo digamos hasta luego, en voz baja. Estamos esperando que se rompa la cadena del seiscientos ara reparar los restantes que el tiempo ha causado. Esperemos (¡qué paradoja!) una colisión como mal menor. ¡Márchese, señor González! (¡Desaleja, Isidoro!)- .

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