Muere Arturo Benedetti, uno de los grandes pianistas contemporáneos
La muerte de Arturo Benedetti Michelangeli en Suiza, en donde residía desde 1968, derriba una de las torres más altas del piano contemporáneo. Un artista y virtuoso de semejante talante musical, sensible y ético no se da todos los días, ni siquiera entre los grandes. Benedetti autorizaba plenamente el calificativo de incomparable: su arte era él, su estilo no se parecía sino a él, su exigencia, llevada a extremos ' enfermizos, era la de él. Enigmática y personal fue también la aventura de su vida.Desde hace bastantes años, ante Benedetti nos asaltaba la impresión de lo feble, delicado y carente de salud. De hecho, no la tuvo nunca buena. Pero ese mismo ser había ganado a los 19 años el primer premio del Concurso Intemacional de Ginebra y una carrera automovilística, De modo que la quietud de las últimas décadas contrasta con el afán apasionado del joven Benedetti por la velocidad, los viajes, el avión o el esquí. Sin embargo, ante el piano se transformaba en algo muy distinto, incluso contradictorio.,
En el Madrid posguerrero de 1941 y traído por César de Mendoza Lasalle, apareció un día, con la Filarmónica, un pianista delgado, rubio, silencioso y, entonces, desconocido. Tocó el Concierto en La de Grieg y en otra actuación se unió a Luis Galve, al viejito Ricardo Viñes y a Leopoldo Querol en el Concierto en La para cuatro pianos, de Bach. Antes, cada pianista tocó otro concierto para un solo piano y Benedetti nos dio el Primero, en Mi Bemol, de Liszt, de una manera que, después de 45 anos, permanece viva en nuestra memoria.
Miniaturista
Nacido en Brescia el 5 de enero de 1920, el primer impulso del niño Benedetti iba hacia el violín, pero no tardó en definirse por el piano, en el que conseguiría ligados que parecían de arco, matices de miniaturista, potencias y perspectivas de gran arquitecto, a la vez que buscaba en cada página el secreto de su última razón y el condicionamiento de su circunstancia.Tenía palabras inequívocamente propias, sin dejar de ser fieles, para Chopin y Mozart, para Debussy y Ravel, cuyo Concierto en Sol nadie ha superado. Supo dar a los conciertos de Haydn cuanto son y merecen y si de Beethoven se trataba nos queda un testimonio casi estremecedor: la grabación pirata del Concierto del emperador bajo la dirección de Celibidache.
Probablemente el gran maestro rumano no ha conectado tan intensamente con ningún otro solista y la explicación la tenemos en esa grabación casi milagrosa en la que se identifican en la idea y en la exactitud del último detalle de la interpretación el director y el solista.
Necesitaba Benedetti viajar con su piano, contar con un afinador determinado y podía abandonar la escena a mitad de un concierto si alguna nota estaba desafinada. Nació así la leyenda del caprichoso y extraño Benedetti, divulgada por quienes no comprenden lo que significa un afán absoluto de perfección Benedetti amó con pasión artesanal al piano, conocía su estructura, podía, incluso, repararlo. Lo que no podía era salvar la perfección cuando, por cualquier motivo, se había quebrado mínimamente para los demás y dramáticamente para él. La historia, como todas, terminó, y la del piano será desde hoy un poco más triste sin Arturo Benedetti Michelangeli.
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