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El embrujo de lady Clementine

Al final de la guerra mundial -cuando ésta había concluido en Europa, pero todavía duraba en el Extremo Oriente- celebraron los británicos unas elecciones que dieron un resultado a primera vista sorprendente. Winston Churchill había sido capaz, en el verano de 1940, cuando todo el mundo pensaba que Gran Bretaña estaba vencida, de encauzarla hacia la victoria. Eso no sólo le había proporcionado un sólido prestigio, sino que le había dado la esperanza de poder contribuir de manera decisiva a moldear el mundo de la posguerra. Pero fue derrotado en las elecciones y padeció esa catástrofe política con un dolor casi físico. Tenía a su mujer al lado y ésta le dio la interpretación más favorable: "Quizá sea una bendición disfrazada", le dijo. "De momento, está bastante bien disfrazada", fue la respuesta.La tendencia a dar a los resultados electorales la interpretación más favorable a uno mismo no es habitual tan sólo en los partidos. Los comentaristas tienden también a maravillarse de la sensatez del elector sin tener en cuenta que ésta debe darse por descontada porque éste se ocupa mucho menos de política española que aquéllos. Sin embargo, ese síndrome, que podríamos denominar como el "embrujo de lady Clementine" -ése era el nombre de la mujer de don Winston-, es mucho más frecuente en la clase política. Por una vez, además, no deja de tener fundamento esa inveterada tendencia a ver. los resultados electorales desde la mejor perspectiva posible. El PP ha conquistado dos billones del erario público mientras que el PSOE ha conseguido, al menos, un respiro e IU, ya que no ha llegado a la Tierra Prometida del sorpasso, por lo menos ha profundizado en su implantación. Habríamos llegado a la Felicidad Universal de no ser por la existencia de ligeras imperfecciones de la realidad que afectan tanto al panorama general de la política como a cada uno de los que la protagonizan. Con respecto a aquélla consiste en una monótona cantinela que parece puede concluir en un brusco vuelco del electorado. Pero como éste no se produce al final, por un oscuro pero justificado temor al futuro, hay que remitirse a los partidos para recordarles aspectos menos gratos de los resultados electorales.El problema del PSOE es que está condenado a la parálisis. Hace todavía no tantos meses la renovación era un programa para cambiar el estilo de gobierno. La reaparición del guerrismo testimonia hasta qué punto aquella oportunidad se malbarató. Cualquier cosa que ahora se intente (en el liderazgo, en el partido o en el gobierno) podrá ser utilizada como prueba contra sus dirigentes. Si don Alfonso pide que el secretario general se mueva es porque éste no puede hacerlo. Se le acusa de ser don Tancredo, pero es san Simeón, El Estilita: a cualquier movimiento que haga se cae de la columna y, además, con ésta. encima. El problema del PP es la estrategia a medio plazo. Ha reproducido la campaña del PSOE en 1982, pero su misma cercanía al poder ha creado una resistencia de fondo. Dos de cada tres electores que decidieron votar en el último, momento lo hicieron, aunque con rubor, por quien está en el poder. Tal como están las cosas, el PP se ha obligado a sí mismo a estar en la mayoría absoluta o al borde mismo de ella para poder gobernar. Y quizá lo conseguiría con mayor facilidad si, a las circunstancias actuales, sumara menos ansia y más programa. El problema de IU es el sorpasso. No se trata de que la metáfora sea mala -nunca lo hubo en Italia-, ni de que se refiera al próximo. milenio, al ritmo actual de crecimiento de voto. Lo peor del sorpasso es la incongruencia entre el objetivo de superar al, PSOE sin al mismo tiempo, en lo ideológico, acercarse al socialismo democrático.Si se viera la cuestión desde estas tres perspectivas quizá habría que pensar también que si todos los partidos han ganado también todos han perdido. Y, de paso, debiéramos tomar en consideración que el almibarado elogio a la sensatez del elector tendría que extenderse a su juicio de fondo sobre la política nacional. Eso incluye, de acuerdo con las encuestas, el suspenso a los líderes y los partidos y una actitud muy pesimista sobre la vida pública en general.

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