El fin de una obra precursora
Pepín Fernández introdujo el modelo del gran almacén al modo americano
"Nunca jamás perderemos el control. Nunca jamás dejaríamos en otras manos el timón de nuestra nave". Con esta convicción en la imperdurabilidad de Galerías Preciados se expresaba, en diciembre de 1963, el boletín de régimen interno de la entonces compañía líder de los grandes almacenes en España. Aquella manifestación de liderazgo indiscutido era la plasmación más viva del sentimiento que sabía infundir en la organización el fundador y patriarca de la empresa, José (Pepín) Fernández Rodríguez.Pero hacía ya tiempo que en a mirada ágil y sagaz de aquel emprendedor de raza había empezado a anidar la sombra de la inquietud. Apenas cinco meses antes, el 7 de agosto, en una carta dirigida a sus dos hijos varones, José Manuel y Jorge, desde la residencia San Miguel, de Zarautz (Guipúzcoa), donde veraneaba, Pepín Fernández desvelaba su preocupación por el futuro de su obra: "(...) No hay dinero que pague (...) el espíritu entrañable, profundo, inconfundible de Galerías Preciados. Y me espanta la sola idea de que este espíritu, infundido por mí a todos desde el primer día, siempre con mi personal ejemplo, pudiera perderese o siquiera debilitarse. En fin, ya hablaremos de ello pensando en el inmediato futuro".La realidad había empezado a cambiar para Pepín Fernández y Galerías Preciados en 1960. Hasta entonces, aquel emigrante asturiano, nacido en 1891 en un entorno campesino que había cruzado el océano -primero a México, y, de allí, a Cuba- con apenas 17 años, había sido el autor de la mayor transformación vivida hasta entonces por el comercio español. Fue él quien introdujo el modelo del gran almacén en su concepción moderna y americana, reproduciendo en la España de la II República (Sederías Carretas, su primer negocio, abre al público en Madrid en octubre de 1934), y sobre manera a partir del fin de la guerra civil (ya con Galerías Preciados, constituida en 1943) la noción del negocio del que se había imbuido durante su estancia como empleado, primero, y directivo, luego, en los grandes almacenes El Encanto, de La Habana. Era la misma cultura empresarial de su luego eterno rival, El Corte Inglés, insuflada por Ramón Areces, que también pasó por El Encanto.De Sederías Carretas y de Galerías Preciados surgió la implantación de las rebajas de enero (1940), los días de los enamorados, del padre, de la madre la venta por correo, la soberanía suprema del cliente, el sentido de servicio al consumidor, la firma de libros de autores consagrados, la revolución del escaparatismo y la renovación de la publicidad.A partir de los sesenta cambió la tendencia. Para entonces había vuelto a España César Rodríguez, que había precedido en la presidencia de El Corte Inglés a Areces. Esta empresa emprendió entonces una estrategia que definiría desde entonces la política de Areces: invertir y reinvertir los beneficios obtenidos. Y si hasta entonces Pepín Fernández había capitaneado una expansión hacia el sur, abriendo pequeñas sucursales en Extremadura, Andalucía y Norte de África, según la venta por catálogo había ido identificando concentración de demanda y oportunidad de negocio, El Corte Inglés (inmóvil durante 25 años en su único establecimiento de la calle Preciados, de Madrid) inaugura la década con su irrupción súbita y estruendosa en Barcelona. Era septiembre de 1962.Aquella apuesta -inspirada por el ímpetu de Ramón Areces, director general- descolocó a Pepín Fernández y marcó un hito en la trayectoria de los dos negocios. Ahí empieza de verdad la batalla que habría de conducir a Galerías a sus primeros números rojos en 1978.Galerías Preciados no soportó el envite y probablemente no era posible sostenerlo. Pese a su fortuna personal, acumulada en Cuba entre 1910 y 1931, Pepín Fernández hubo de recurrir, para acometer su proyecto, a múltiples fuentes de financiación externa. Y también fue imaginativo. Buscó el amparo de los bancos (nadie lo apoyó tanto en las primeras décadas como Andrés Moreno, consejero y director general del Banco Hispano Americano) pero también de los proveedores del textil catalán, de quienes obtuvo crédito y fe en sus proyectos; de los directivos y trabajadores de Galerías y de su antecesora Sederías Carretas, a los que habituó a dejar sus ahorros en depósito en la casa; de su consuegra, Carmen Arechabala y Hurtado de Mendoza, propietaria de ingenios azucareros en Cuba, de quien obtuvo préstamos en momentos cruciales; de sus ex socios de El Encanto, que llegaron a Aportar capital; de los propietarios de los inmuebles que derruía para levantar sus grandes almacenes, a los que pagaba en ocasiones en acciones o en puestos de traba jo... Nada era suficiente para alimentar el crecimiento. El golpe de efecto de El Corte Inglés abriendo en Barcelona y el anuncio de nuevas implantaciones en Madrid y otras capitales sin recurrir apenas al endeudamiento, obligaron a Pepín Fernández a traicionar sus convicciones más íntimas: hubo de dar entrada a grupos financieros ajenos en 1962 y 1964, salir a Bolsa y entrar en una espiral de crédito bancario. Todo era poco para luchar contra la exhibición de recursos de aquel Corte Inglés vigorizado.
La crisis económica española en la segunda mitad de los años setenta y la consiguiente caída del consumo, la devaluación de la peseta -que multiplica el endeudamiento exterior de Galerías-, la decadencia física y psíquica de Pepín, agravada tras la muerte de su esposa; la quiebra de la confianza entre el equipo directivo y la familia Fernández, junto a la división abierta a su vez en el seno del equipo directivo y las discrepancias surgidas entre los dos hijos varones del fundador, entre los que se desencadena una pugna por la sucesión de su padre, y el pujante y vigoroso proceder de El Corte Inglés bajo el mandato único e incuestionado de Ramón Areces, acaba por socavar los resultados de Galerías por vez primera en 1977 y origina su entrada en pérdidas un año más tarde. Ahí comienza una errática trayectoria, que se inicia con su control por el Banco Urquijo (principal acreedor entonces) y termina ahora en manos de El Corte Inglés.
La compra por su mayor oponente -lo que nunca pudo sospechar ni Pepín ni su pariente Ramón Areces, entre los que medió una animadversión profunda- es el último episodio de la mayor pugna empresarial y familiar que ha conocido la moderna historia económica española.
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