El primer empresario privado de España
Isidoro Álvarez Álvarez, el presidente de la primera empresa privada de España, nació en Borondes (Asturias) en 1935, el mismo año en que varios parientes suyos compraban una tienda con ese nombre en la calle Rompelanzas de Madrid (justo donde hoy está FNAC, antes anexo de Galerías). Fue una relación que no ha perdido en toda su vida. De la mano de su tío lejano Ramón Areces llega a la capital donde se hace economista -con premio extraordinario- en el tiempo que le deja libre la tienda de Preciados, primera de la cadena, donde está empleado.Con 24 años y tras haber adquirido algunas acciones de la empresa, Álvarez entra en el restringido consejo de administración de El Corte Inglés y, sucesivamente, lo va siendo de Induyco y de Construcciones y Contratas (hoy FCC), una empresa dirigida por la familia Koplowitz con la que mantuvo -y mantiene- una estrecha relación heredada de su tío Areces. Desde esos momentos, su carrera está irremediablemente ajustada a la de los grandes almacenes, en los que pasa 12 horas diarias como mínimo.Tambien de su tío Areces adoptó la costumbre de visitar las tiendas de incógnito, algo que le ha permitido calmar esa obsesión de buena atención al cliente que siempre ha tenido y que comparte con el equipo directivo de la empresa. Al principio, esas visitas inesperadas eran más fructíferas; pero a medida que los empleados le han ido conociendo ha resultado más difícil pasar inadvertido su oronda figura. Pero lo sigue haciendo habitualmente.
Isidoro Álvarez está soltero y le gusta presumir de que no usa tarjetas de crédito, a excepción -claro está- de la de El Corte Inglés. Come poco y es un fumador empedernido de rubio americano, vicio que ha tratado de abandonar en más de una ocasión. Le gusta usar corbatas negras y trajes oscuros y no frecuenta los actos públicos.
Los sábados, día de trabajo en su empresa, lo dedica a reunirse con los primeros directivos del grupo, entre los que está alguno de sus mejores amigos, como Florencio Lasaga, al que conoció en la facultad y al que se considera su prolongación en la dirección, y Juan Manuel de Mingo, el hombre de El Corte Inglés en la patronal.
Es, en cualquier caso, una persona difícil de conocer. Las pocas veces que se deja entrar se le adivina un hombre cordial, extremadamente tímido, aunque con una cierta retranca que sólo expresa en confianza. Se entusiasma hablando de su empresa y de los grandes almacenes, pero raramente habla de él. No pierde oportunidad de estudiar las nuevas tendencias y en los viajes al extranjero que hace no pierde oportunidad de visitar el gran almacén que corresponda. Muchos de esos viajes han sido expresamente preparados para conocer innovaciones.
De sus aficiones poco se sabe. De vez en cuando reconoce que le gusta salir los domingos a tirar a la perdiz, una de sus pocas aficiones, además de estar con su restringido grupo de amigos. No se sabe si esa especial forma de ser le viene de la empresa o la empresa es como es por su forma de ser. El caso es que ya Areces introdujo en El Corte Inglés una austeridad extrema. La información de la empresa es algo sagrado.
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