"Un fallo en mis relatos es que la tecnología funciona casi siempre"
"El cielo sobre el puerto era de color televisor, un televisor que sintonizase un canal sin señal".Así empezaba Neuromancer, de William Gibson, la novela de ciencia ficción de 1984 que utilizó por primera vez el término ciberespacio, y que ahora se considera un clásico del género cyberpunk.
Ahora, hace unos días, en la ciudad de Nueva York, Gibson se encontró con que su vida imitaba a su arte al asomarse a una ventana en el piso 35 del edificio Sony. La ventana debería haber enmarcado un panorama del hormigueante puerto de Nueva York, pero el edificio estaba cubierto por una niebla gris y opaca.
"Increíble: realmente es de color televisor", dijo Gibson, sorprendido porque una visión de ficción que evocó hace una década se hubiera hecho realidad. "Es la primera vez que veo algo así".
Últimamente ha habido muchas sorpresas para Gibson, que ha salido de una vida deliberadamente poco tecnológica en Vancouver (Columbia Británica, Canadá), donde lleva viviendo 20 años, para tomar parte en una gira publicitaria de una película basada en su novela corta cyberpunk, titulada Johnny Mnemonic.
Desde luego, Gibson se siente un extranjero en tierra extraña. Aunque fue uno de los primeros escritores que imaginó un mundo de redes mundiales de ordenador, piratas informáticos, virus, programas de ordenador copiados ilegalmente y dinero electrónico, sólo ahora ha visto en la realidad algunas de las cosas que profetizó su ficción.
Hasta finales de la semana pasada, Gibson nunca se había conectado a una red informática para experimentar de primera mano los reinos ciberespaciales que describió de forma tan evocadora, mucho antes de que el ciber-tal y el ciber-cual entraran a formar parte del vocabulario popular, y mucho antes de que millones de personas y decenas de miles de empresas engancharan sus ordenadores a Internet.
"El presente da más miedo que cualquier futuro imaginable que yo pueda soñar", dice Gibson. "Si Marshall McLuhan estuviera vivo, sufriría una crisis nerviosa".
Gibson, cuya silueta larguirucha parece encorvada sobre una máquina de escribir incluso cuando está de pie, confesó estar anonadado por los teléfonos celulares y los ordenadores personales, e intimidado por los servicios de información interactivos.
No es que piense que la tecnología es intrínsecamente preocupante. Más bien, dijo, prefiere minimizar su exposición a la tecnología la mayor parte del tiempo y después absorber de una vez la conmoción en "grandes dosis homeopáticas". Afirmó que así puede transmitir mejor a sus lectores la sensación de conmoción. "No soy en absoluto un tipo de alta tecnología", dijo Gibson. "No tengo módem, ni dirección para el correo electrónico. Supongo que acabaré teniendo una para probar todo eso, pero el correo electrónico no me atrae excesivamente porque ya recibo demasiados faxes. Tengo un teléfono para los negocios, y si quiero comunicarme con alguien, le llamo por teléfono".
"Mis hijos son otra cosa", siguió contando, refiriéndose a su hijo de 17 años y su hija de 12, sobre los que se niega a dar demasiada información. "Tienen esa especie de nodos de comunicación mutantes en sus cuartos", afirmó. "No sé ni identificar la mitad de las cosas que hay allí".
En una decisión que, indudablemente, contaría con el apoyo de sus hijos, Gibson aceptó a regañadientes conectarse por vez primera a un servicio interactivo para hacer publicidad de Johny Mnemonic. (Posteriormente dijo que le parecía degradante verse bombardeado por ... mensajes escritos a máquina por personas extrañas y desencarnadas desde teclados distantes.)
En el relato, ambientado en una época no especificada del futuro, Johnny es un mensajero de datos que guarda programas robados en un chip embutido en su cabeza. Está huyendo de los asesinos enviados por una de las grandes multinacionales con sede en Japón que han sustituido a los Estados nacionales y parecen controlar todo en los audaces relatos de Gibson.
En la entrada del edificio Sony surgen imágenes y sonidos del mundo de ficción de Gibson, desde televisores, monitores de ordenador, CD-ROM, videojuegos, discos láser, equipos estéreo y auriculares, todos de la marca Sony.
Arriba, en el piso 35, Gibson sonríe irónicamente mientras un empleado de Sony le lleva una taza de café. "Probablemente me preguntará si he cambiado de opinión sobre los grandes grupos multinacionales", dice.
Cambia de tema, y prefiere hablar de las cosas "asombrosamente extrañas" que ha aprendido sobre los ordenadores y el mundo del cine al escribir el guión de Johnny Mnemonic. "Yo pensaba que los. efectos especiales por ordenador de las películas aparecían mágicamente, porque tenían unos ordenadores maravillosos y potentes", dice Gibson. "Resulta que son 28 tíos en un sótano trabajando como si hicieran punto, metiendo cadenas de código, cambiando elementos de imagen. Requiere mucha mano de obra, y es realmente, lento".
¿Le sorprendió?
"Veo que una de las faltas de realismo de mis obras es que, en mis relatos de ficción, la tecnología funciona casi siempre", contestó. "No aparecen suficientes cosas que se estropeen o no funcionen sin que nadie sepa por qué. Todo es muy caprichoso". Pero "algo en lo que acerté parcialmente es que el dinero en metálico es algo muy sospechoso", dice.
"Ahora hay muchos hoteles donde no puede uno alojarse si no tiene uno alguna clase de dinero electrónico", dijo Gibson refiriéndose a las tarjetas de crédito, que son símbolos físicos de un dinero que existe sólo como, bits digitales de información en algún ordenador.
"El ciberespacio es el lugar donde el, banco guarda nuestro dinero", dice, "y donde en gran medida ocurren las transacciones bursátiles. Estoy a la espera del Chernóbil de la banca informática, algún tipo de accidente catastrófico, aunque espero que no suceda. Entonces nos daremos cuenta de hasta dónde confiamos en la informática".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.