Los niños rodean a la policía
10.000 escolares asisten en el parque Juan Carlos I a una exhibición del Cuerpo Nacional de Policía

Juan Antonio llegó ayer al auditorio del parque Juan Carlos I I en el interior de un coche blindado, escoltado por seis furgonetas de policía, dos vehículos camufilados, tres motos y cuatro guardaespaldas. Juan Antonio, de 4 años, con gorrita de béisbol ladeada y la camiseta de colores por fuera del pantalón, era uno de los 10.000 niños que asistieron ayer a la exhibición que efectuó el Cuerpo Nacional de Policía en este parque madrileño."Con esta exhibición sólo queremos acercarnos un poco más a los niños. A veces, tienen un concepto erróneo de nosotros debido a que muchos nos conocen sólo a través de la televisión. Con este encuentro queremos demostrarles que somos sus amigos y unos ciudadanos como ellos", comentó el portavoz policial Manuel Jiménez.
Al tiempo, Pinol, un joven perro policía, atravesaba arcos metálicos en llamas, reptaba, cruzaba barriles y corría hacia su cuidador, moviendo el rabo, y en medio de miles de entusiasmados aplausos.
Una voz potente y Pinol, de pronto, se quedaba inmóvil. "Aquí", le gritó el cuidador, y el pastor alemán, que acababa de demostrar que no temía al fuego, se convertía en un perrillo faldero. Movía la cola y se pegaba a su amo. Pinol y el resto de sus compañeros miraban ahora a sus cuidadores con respeto. Sólo recibieron una sonrisa, un caricia y un hueso de trapo como recompensa.
De repente, un tipo malencarado aparcó su vehículo en mitad del escenario. Ofreció droga a dos niñas que salían del colegio. Éstas, siguiendo los consejos de sus profesores y padres, se lo contaron a una patrulla policial que pasaba por allí. Los policías detuvieron al sospechoso. Un pastor alemán surgió de los vomitorios del auditorio. Rodeó el coche y olisqueó el maletero. Nervioso, señaló un paquete con droga que se hallaba en el interior del portamaletas. Un policía cogió el paquete y lo enseñó a los asistentes. Diez mil voces gritaron al unísono: "¡Drogas, no!".
Se hizo el silencio. Un microbús irrumpió en el escenario. Dentro de él iba un importante equipo de fútbol dispuesto a dejarse la piel sobre el campo en una jornada de liga decisiva. La policía lo rodeó. Los agentes no querían que ninguno de los jugadores sufriera daños por las iras de los hinchas del equipo contrario. En escasos segundos, levantaron una barrera humana en tomo al vehículo. La portezuela del autobús se abrió. Aparecieron once jugadores que no superaban los seis años y el metro de altura.
Unos minutos después, bajo un coche gris, había un extraño paquete verde. Un robot, que manejaba un especialista del grupo de desactivación de explosivos de la Policía, se acercó a él lentamente. La cámara de televisión que lleva incorporada fijó sus lentes en los cables que sobresalían. Un brazo articulado cogió con suavidad el paquete. El robot lo transportó a un lugar más despejado.
El paquete quedó abandonado en mitad del escenario. Un agente, recubierto con un vestido semejante al de un astronauta, se acercó a él. En la mano portaba un pequeño escudo que le sirve como defensa en el caso de que el paquete estalle. Con cuidado, lo abrió. Examinó su interior y pidió consejo a otros especialistas con los que hablaba a través de una radio incorporada al casco que le cubría. Se lo llevó con mucho cuidado.
La exhibición acabó con un helicóptero policial en mitad del auditorio y con la voz de Marta, uniforme azul y medias por los tobillos, que le decía con mucha seguridad a su profesora del colegio Sagrado Corazón: "Mañana traigo a mi hermano".
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