Por una relación transatlántica renovada
ENRIQUE BARÓNLa relación trasatlántica es uno de los pilares de la construcción europea, sostiene el autor, quien, a la luz de los cambios de propone potenciarla. A España le interesa la creciente presencia latinoamericana.
Las relaciones más estables y arraigadas atraviesan revisiones periódicas que ponen a prueba su resistencia y renuevan su razón de ser. La relación transatlántica entre EE UU y la Unión Europea se encuentra en esta tesitura.Al apoyo reiterado del presidente Bill Clinton al proceso de fortalecimiento de la Unión Europea ha seguido el copernicano giro aislacionista del Congreso estadounidense, patente en la votación de la Ley de Revitalización de la Seguridad Nacional por la nueva mayoría republicana, que, de no ser vetada por el presidente, supondría el final de las misiones de paz de la ONU.
Es significativo que en este ambiente varios altos responsables de Asuntos Exteriores y Defensa de Alemania, Reino Unido, e incluso Francia, se hayan pronunciado en las últimas semanas por un aggiornamento de la relación, que el presidente Jacques Santer ha concretado en la negociación de un nuevo pacto transatlántico. La relación transatlántica ha sido, desde sus inicios, una piedra angular de la construcción europea. Tras la actuación decisiva de Estados Unidos y Canadá en la liberación de Europa, el plan Marshall fue vital para la consolidación democrática, la reconstrucción económica y la cooperación franca entre los países de Europa Occidental en la posguerra.
Al tiempo que la Alianza Atlántica creaba las garantías de seguridad bajo las cuales nació y maduró la Comunidad Europea, España se incorporó a este proceso inicialmente por la puerta trasera, a partir del tratado bilateral en 1953. Con nuestra plena incorporación a la Alianza Atlántica y nuestro ingreso en la Comunidad Europea hemos pasado a ser coprotagonistas. El futuro de la relación nos interesa, pues, como socios activos, no sólo como meros sujetos pasivos.
El giro de la historia producido por la caída del muro y el fin de la guerra fría condujo a añadir la Unión Política a la Unión Económica y Monetaria, ya en marcha, colocando la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) como uno de sus pilares. Desde entonces, se ha pasado de n mundo injusto y estable a un mundo más libre, pero menos estable, una nueva etapa que desmiente la profecía del fin de la historia. En ella, la Unión Europea no puede pretender ser la primera potencia comercial del mundo (con un peso económico demográfico muy superior al de EE UU) sin asumir paralelamente las responsabilidades correspondientes en la ordenación del mundo. Europa ha llegado a a mayoría de edad, ahora le corresponde saber actuar como tal.
En estos años, cargados de acontecimientos, hemos tenido que afrontar conjuntamente muchos desafíos, algunos con éxito, otros con fracaso. El primer y principal desafío fue la unidad alemana, acompañada por los cambios democráticos en la Europa Central y del Este (en donde, significativainente, los pactos de la Moncloa siguen siendo un clásico político), con el fracaso punzante de la tragedia yugoslava, fracaso al que no son extraños las vacilaciones y cambios de la política norteamericana unidos a los tenidos por los europeos.
Más allá del escenario europeo, diferentes focos de conflicto han implicado tanto a europeos como a norteamericanos -la guerra del Golfo, los kurdos de Irak, Camboya, El Salvador, Nicaragua, Somalia, Haití, Ruanda- y van planteando la necesidad de desarrollar la diplomacia preventiva y el deber de intervención, bajo la ONU como única autoridad legitimadora. Ya no se trata de la pax americana, sino de la necesidad de un sistema de fuerzas de pacificación e interposición que respondan a un mundo que no admite ya la realpolitik como razón suprema y en el que el respeto de los derechos humanos debe ser un principio operativo.
Pero no se trata de pretender convertirse en la pareja de la guardia civil del mundo. En el terreno económico, monetario y comercial, EE UU y la Unión Europea siguen siendo los dos pilares básicos. Ciertamente, Japón es una potencia en ascenso, con responsabilidades que van más allá de lo regional, pero por mucho tiempo, la Comunidad Económica de Asia-Pacífico no constituirá un equivalente del proceso de integración europeo.
La cuestión es saber si y cómo se puede definir una estrategia europea digna de tal nombre para renovar la relación transatlántica. En los últimos años, en el marco del Transatlantic Policy Nework, dirigentes empresariales, parlamentarios y profesores hemos reflexionado juntos para establecer sus líneas fundamentales, partiendo de que la misma depende mucho más de nuestra propia capacidad como europeos de desarrollar una política exterior y de seguridad común que de convencer a EE UU de la bondad intrínseca de aceptar una asociación en pie de igualdad con la Unión Europea.
La Conferencia Intergubernamental de 1996 tendrá en este unto un capítulo importante. La Declaración Transatlántica de noviembre de 1990, infravalorada y poco conocida, constituye un buen punto de partida para fomentar el diálogo, con un planteamiento de asociación global, a desarrollar sobre base bilateral más que la tradicional relación multilateral de EE UU con cada uno de los Gobiernos europeos.
El objetivo es ir consolidando y trazando el futuro a partir de cuatro pilares fundamentales:
1. Los intereses económicos bilaterales comunes, expresados en la principal corriente económica mundial, con una balanza comercial de inversiones y transferencias teconológicas equilibradas.
2. Los intereses económicos multilaterales comunes, vitales para el futuro de la economía europea, que en sí mismo es el resultado de un sistema multilateral. Ello incluye cuestiones como el futuro del GATT y la creación de la Organización Mundial de Comercio, el G-7, la OCDE, e FMI, el Banco Mundial, la política de respeto de la propiedad intelectual, la política cultural, la ayuda al desarrollo o las relaciones con Rusia y la CEI.
3. Los intereses comunes de seguridad y defensa, partiendo de la necesidad de establecer un nexo explícito entre el fortalecimiento del pilar europeo y la continuidad del compromiso norteamericano en la OTAN, con una política prioritaria hacia la consolidación de la Asociación por la Paz.
4. Los intereses políticos multilaterales comunes, en donde entre el desarrollo de la PESC en foros como la ONU, con prioridad al diálogo en campos como la lucha contra el crimen organizado, el narcotráfico, el medio ambiente, la alimentación, la salud, los derechos humanos y la diplomacia preventiva.
La enumeración no es exhaustiva, pero define a grandes rasgos los principales frentes que pueden dar nueva savia a una relación que históricamente ha sido capaz de proporcionar paz, prosperidad y estabilidad a la Comunidad atlántica durante más de 50 años. En el caso de España, hay un argumento más a favor de esta nueva etapa. En el continente americano están prendiendo, afortunadamente, procesos de integración regional. México está ya en el Tratado de Libre Comercio, Chile quiere entrar y el Mercosur tiene vocación también americana, entre otras experiencias. Conseguir una nueva relación transatlántica a la que se vayan incorporando como socios en pie de igualdad países latinoamericanos es un objetivo deseable que cabe dentro de este nuevo planteamiento.
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