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Repatriado el cadáver de la cooperante española a quien mató un demente en Mostar

El CN-235 de la Fuerza Aérea que ayer voló de Split (Croacia) a España traía una carga agridulce. En la base de Getafe (Madrid), pasadas las cuatro de la tarde, los familiares de Alberto Fernández recibían, con ansiedad y alivio, al siquiatra español herido el lunes por un demente en la casa-oficina de Médicos del Mundo en Mostar (Bosnia-Herzegovina). Muy distinto era el ambiente en el aeropuerto de Noáin (Pamplona) donde, dos horas después, el mismo avión descargaba el féretro de Mercedes Navarro, sevillana de 38 años, la logista de la organización humanitaria cuya vida segó el desequilibrado.Una ambulancia recogió directamente en la pista del aeródromo madrileño la camilla con Alberto Fernández y lo trasladó al hospital Gregorio Marañón, donde será tratado de la herida producida por el proyectil, que le entró por la nalga y le salió por la pelvis, provocándole una grave hemorragia y lesiones internas.

"Si pudiese, regresaba"

"Parece que está ya fuera de peligro y estamos contentos por eso" declaró Julio Fernández, el padre del herido. "Él tenía que regresar justamente estos días, pero venía con la intención. de volverse otra vez para terminar cosas que había dejado pendientes. Y ahora mismo decía que, si estuviese en condiciones, regresaba", agregó."Pensamos que va a evolucionar bien, las constantes se mantienen", afirmó Pilar Estébanez, la presidenta de Médicos del Mundo, que acompañó a sus dos compañeros, una muerta y otro herido, en el viaje de vuelta de Bosnia, a donde llegaron hace menos de un mes.

Visiblemente afectada, Pilar relató la pesadilla vivida el lunes en Mostar. Armado con un fusil Kalashnikov, el vecino de enfrente de la casa de Médicos del Mundo, que había pasado toda la mañana rondándola, entró y empezó a disparar.

Mercedes, que estaba trabajando con el ordenador, se levantó para calmarle, pero recibió sus disparos por respuesta. Dos de los cooperantes se escondieron en la cocina. Otros dos saltaron por la ventana, mientras el asesino les seguía, pero uno de ellos, Alberto, resultó alcanzado por un tiro. Estuvo media hora corriendo campo a través, sin atreverse a parar, mientras se desangraba. El infierno duró 60 largos minutos, hasta que la policía croata abatió al enloquecido homicida. Dejó un sangriento regero tras de sí: tres o cuatro muertos y decenas de heridos entre la población local.

Cinco de los siete cooperantes que tenía Médicos del Mundo en Mostar regresaron ayer a España, conmocionados aún por este "acto de demencia brutal", en palabras de Pilar, que no consiguen explicarse. Otros dos han quedado allí. "Están sumidos en la indignación y la angustia, pero saben que es un hecho aislado".

Vicente Ibáñez, responsable del área de salud mental de Médicos del Mundo, afirmaba que una tragedia así puede producirse en cualquier parte, pero admitía que la población de Mostar "ha vivido una guerra" y que sus habitantes "están derrumbados como sociedad" y "no tienen ni futuro ni esperanza".

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