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Reportaje:

Escuela de suicidas palestinos

Hombres bomba se entrenan en Líbano para combatir a Israel y a Arafat

Son jóvenes parcos y endurecidos por los rigores de un entrenamiento implacable. Varios de ellos no pasan de los 16 años de edad. Hay en esos rostros imberbes y tostados por el sol del Líbano meridional algo que recuerda a los primeros guerrilleros de As Sifa (La Tormenta), el primer grupo de combatientes palestinos que a comienzos de la década de los sesenta dio origen a Al Fatah, la facción que como su jefe, Yasir Arafat, dijo finalmente hace tres años adiós a las armas en su campaña contra Israel. La brigada que se entrena entre los platanales que circundan el campamento de refugiados palestinos de Ein El Helweh, al sur de Sidón, sigue llamándose Al Fatah, pero a su emblema se le han añadido las palabras "Septierribre 13 Negro". Esta fuerza de más de 70 jóvenes es la vanguardia del rechazo al acuerdo que Arafat e Israel consagraron en esa fecha en 1993 y que sus enemigos han jurado destruir a toda costa, incluso -dicen sus líderes- eliminando al propio Arafat.

"Estas son las bombas humanas de Palestina", dice con orgullo el comandante de la fuerza, un combatiente veterano de 43 años que hasta hace tres años era el jefe de la guerrilla de Al Fatah, en el sur de Líbano. Se llama Munir Makdah, pero todo el mundo le conoce simplemente como Abu Hassan. Como los líderes guerrilleros de Hamás y la Yihad Islámica en Gaza y Cisjordania, Abu Hassan dice que está convencido más que nunca de que el acuerdo de Arafat con Israel es un engaño y una traición imperdonable. La lucha armada, dice, debe intensificarse hasta "eliminar a Israel". El vehículo para llegar a ese objetivo, añade, es la continuidad de la violencia con el método que más aterra a los israelíes: los ataques suicidas como los que en un año se han cobrado cerca de 70 muertos en Israel y los territorios ocupados.

Abu Hassan es un personaje carismático que se acaricia ocasionalmente la frondosa barba negra con la estudiada intención de darle pausas dramáticas a su discurso. Este suele ir salpicado de comparaciones apocalípticas. "Si un par de maleantes y aficionados lograron estremecer al munddo con el atentado de Oklahoma, imagínate lo que podemos hacer nosotros con la motivación patriótica, la devoción islámica y la capacidad y maniobrabilidad de nuestros combatientes, nuestras bombas humanas. Tenemos todo el poder que nos otorga el derecho a volver a nuestra tierra ocupada y nadie va a poder detener nuestra marcha. Cueste lo que cueste. Algúndía volvere mos a nuestra patria".

Abu Hassan no se hace, sin embargo, ilusiones de que semejante desenlace está al alcance de su generación, mucho menos al alcance de su propia mano. Qui zá los hijos ("nietos" se le escapa decir) de los protomártires que entrena con tanto tesón, dice, verán la "justicia" en la geografía física y política del Oriente Próximo que el proceso de paz auspiciado por EE UU está logrando afianzar en la región. En su caso, la cuestión es más que difícil: como millones de palestinos de la diáspora, Abu Hassan es hijo de refugiados de Acco, dentro de lo que desde 1948 es hoy el Estado de Israel. Si Arafat se contenta con Gaza y, en el mejor de los casos, todo el territorio cisjordano que Israel capturó en 1967, las ilusiones de Abu Hassan y del medio millón de refugiados palestinos en Líbano -por no mencionar los dos millones de la diáspora-, la cues tión es irreversiblemente más complicada. "Israel le ha dado a Arafat las migajas y éste se ha contentado sin chistar. Eso es una traición para los que le apoyábamos. Hoy, quien da la mano al enemigo es nuestro enernigo", dice. Cuando se le pregunta si Arafat cae en esa categoría, la respuesta es un contundente "sí".

Los intentos de Arafat por neutralizar lo que se perfila como la más aguerrida fuerza contra su proyecto de paz no parecen haber funcionado. Arafat, intentó aplacar a hombres como Abu Hassan hace menos de tres meses. Su invitación a conferenciar sobre la futura estrategia palestina fue ignorada. Y, al parecer, no sólo por consideraciones ideológicas: tal es la crisis económica dentro de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que Arafat. ha reducido sus remesas para los palestinos de Líbano a lo que equivale un dólar por refugiado al mes. Resultado: a la decepción d e la conducta política de la OLP se suma el desencanto con sus promesas de aliviar las penurias económicas de medio millón de refugiados, resignados a escuchar más atentamente las prédicas de las mezquitas porque allí se denuncia sin ambages que el añorado retorno a Palestina se ha convertido en un cliché. Muchos de los hombres de Abu Hassan afirman que no van a recibir un centavo "del dinero sucio".

Mohammed B., un chaval de 17 años, dice estar dispuesto a combatir a muerte contra Israel y Arafat hasta "liberar Palestina en su totalidad". Uno de sus compañeros, dice, fue arrestado hace dos semanas por la policía palestina de Arafat, en Jericó cuando le sorprendieron tratando de construir una bomba. "Iba a ser un chófer suicida" dijo, "pero los hombres de Arafat, actuando por órdenes de Israel, le arrestaron y ya no sabemos nada de él".

En los huertos de Ein El Helweh, entre trincheras y túneles, existe una secreta admiración al martirologio. Que se sepa, ningún miembro del movimiento Fatah 13 de Septiembre Negro ha conseguido inmolarse por la causa, pero entusiasmo es evidentemente lo que menos falta.

Nadie daría, por ejemplo, muchas posibilidades de combate a Raduan M., de 19 años. Tiene la apariencia de un joven árabe con ganas de largarse a donde sea, y la camiseta de colores con la etiqueta de una universidad norteamericana disfraza su enraizada ira contra Estados Unidos e Israel. Este joven dice que está listo para pasar a la violenta historia del movimiento palestino como una efectiva bomba humana dentro de Israel. ¿Saben acaso sus padres que algún día desaparecerá para convertirse en un cartel revolucionario más en las paredes de los campos de refugiados palestinos donde se venera la memoria de tantos caídos en vano?. "Les he confesado mis planes", dice, "y al principio se apenaron. Pero después aceptaron mi decisión, porque ellos también saben que sólo con la ayuda de Alá y el sacrificio de los creyentes nuestro pueblo recobrará algún día sus derechos".

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