Casta brava y emoción intensa
Peña / Cervantes, Ortega, UcedaNovillos de Fernando Peña, con trapío y casta, varios también bravura. Paco Cervantes: estocada trasera, ruedas de peones y dos descabellos (aplausos y salida al tercio); estocada ladeada y rueda insistente de peones (larga ovación y dos salidas a los medios); estocada y rueda de peones (oreja). José Ortega: pinchazo, estocada caída, rueda de peones, dos descabellos -aviso- y descabello (palmas); estocada saliendo volteado (oreja con escasa petición). Uceda Leal: estocada, cae de salida y es empitonado (dos orejas).
Enfermería: Uceda Leal sufre puntazo, contusiones y fractura de hombro, pronóstico reservado, y José Ortega puntazo corrido en el cuello y contusiones, leve.
Plaza de Las Ventas, 26 de mayo. 14ª corrida de feria. Cerca del lleno.
JOAQUÍN VIDAL
Uceda Leal cobró la estocada, tropezó al salir de la suerte, se le. arrancó el novillo al verle caer y le corneó con saña. La emoción del momento fue intensa; el público, que había ovacionado largamente al torero durante la faena de muleta, pidió la oreja, el presidente concedió dos, y las exhibió la cuadrilla en la vuelta al ruedo. Para entonces los médicos ya se apresuraban a examinar al torero en la enfermería y hubo entre ellos un inmenso alivio al descubrir que llevaba un palizón encima, más no la cornada salvaje que todos habíamos temido.
Ocurrió el percance en el tercero de la tarde y de ahí en adelante el festejo fue un continuo sobresalto. Sacaban los novillos casta brava, raza de torero antiguo los novilleros, y la lidia transcurría argumentada, vivísima; a veces rutilante por los lance s que acertaban a instrumentar los diestros, a veces sórdida por su equivocada técnica y su falta de experiencia, siempre llena de emoción.
Toreo despacioso, aquel que llaman de gusto y cadencia, sólo pudo hacerlo Uceda Leal pues le correspondió el único novillo pastueño de la tarde; un novillo de boyantía infinita, al que toreó templadísimo, recreándose en la interpretación del arte. La gran paradoja fue que un ejemplar tan bueno acabara tirando hachazos siniestros. La casta agresiva la llevaba dentro, evidentemente, y la echó fuera concentrando en la arrancada toda su fiereza al ver caido e indefenso a quien le acababa de herir de muerte. La faena de Uceda Leal, bien construida sobre ambas manos, tuvo sin embargo el defecto capital de la tauromaquia moderna: que no se cruzaba; que toreaba fuera de cacho. Y de esta manera el dócil novillo iba y venía sin esfuerzo ni apreturas en seguimiento de la muletilla tersa. Es un toreo fácil, que no requiere allegar recurso dominador alguno: el toro prácticamente lo da todo hecho, vamos al decir.
Toreando así, el problema se presenta cuando el toro tiene Casta y eso es lo que sucedió Los cinco ejemplares restantes que sirvió el ganadero Fernando Peña, de una presencia que en cualquier otra plaza hubiera bastado para lidiarlos como corrida de toros, vendieron caras sus vidas. Mucho tiempo hacía que no se veía en Madrid -ni en coso alguno- una versión tan acabada del auténtico toro de lidia. Trapío y fortaleza, en cuanto a hechuras, mostraron estos novillos, y en cuanto a comportamiento, sangre brava rebulléndoles las entrañas y generando unas embestidas codiciosas e indómitas.
A estos novillos ya no se les podía torear fuera de cacho. Con estos novillos, el toreo moderno no valía para nada. Había que aplicarles el de siempre, el clásico, el de parar, templar y mandar. Ganarle terreno al toro cargando la suerte era fundamental; una lección que no han aprendido estos jóvenes novilleros, y de ahí que se vieran desbordados continuamente en el transcurso de sus denodadas faenas.Diestros de pasadas épocas solían comentar que, en toreo, o manda el toro o manda el torero: "Si no le estás ganando continuamente el terreno al toro", explicaba el maestro Domingo Ortega, "te lo gana él a ti y acabas en el callejón o en la enfermería". Parar, templar, mandar y cargar la suerte... Es una fórmula en desuso. Las figuras no la practican en ningún caso, ni falta que les hace: con el toro inválido y descastado de cada tarde, todo el terreno es del torero y de la cuadrilla que sale a levantarlo tirándole del rabo.
Los novilleros imitan a las figuras y creen ingenuamente que sus maneras relamidas constituyen el arte de torear. Hasta que les sale un toro encastado; y entonces pasan las de Caín. Les sucedió a Paco Cervantes y José Ortega, que estuvieron meritísimos, recrecidos ellos también ante el temporal de embestidas bravas que se les venía encima, pero se vieron incapaces de embarcarlas con el debido mando, sufrieron acosones y volteretas. Cervantes se embraguetó en las verónicas al sexto y lo mató de una excelente estocada, Ortega se lució en banderillas. No era mucho, desde luego; o quizá era demasiado, según se encuentra actualmente la fiesta. En cualquier caso se llevaron una oreja, porque el presidente había decidido practicar la elegancia social del regalo. Unos novillos los dejó sin picar, creando serios problemas a los toreros, luego les compensé regalándoles orejas... En una tarde de toros tan auténtica, hubo de ser el presidente el que diera la nota.
Babelia
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