La humanidad del divo
En la historia grande de la lírica española y dentro de la cuerda de tenor, Plácido Domingo se define con perfiles personales, con tan seguro impacto y poder expansivo que, desde hace décadas, ejerce su estrellato en el mundo entero. Hijo de cantantes -Plácido Domingo I y Pepita Embil- no tardó en destruir el tópico de qué "nunca segundas partes fueron buenas", pues en este caso, las primeras parecían destinadas a preparar el gran camino cubierto por el Plácido de hoy.Su voz extensa posee como materia un mordente extraordinario, su capacidad para bordar los personajes líricos y dramáticos y su. profunda preparación musical le permite abordar tanto el belcantismo o el verismo como Wagner o la ópera francesa. Todo ello obedece a un impulso que definió Franco Zeffirelli cuando dijo: "Es un equilibrado artista dramático que canta".
Posee registros estilísticos para la opereta y el musical y espectaculares para nuestra zarzuela y al mismo tiempo sabe adoptar cuando lo cree conveniente, el tono necesario para la canción leve, desde la napolitana que roza el operismo hasta la mexicana o la española.
Vivo en el barrio natal de Plácido, a unos pasos de la que fue su casa y llegué a conocer al que había sido su portero, siempre orgulloso de Plácido. Se hizo célebre por los alrededores de Ibiza un pintoresco y maravilloso juicio con el que el portero exaltaba la categoría del tenor: "Es maravilloso, pero lo suyo son las canciones, las rancheras, y la zarzuela que cantaba desde niño. Luego, para poder vivir tiene que cantar ópera y esas cosas". Desde lejos y a través del simpático personaje estimábamos todos la humanidad de un Domingo que todavía no conocíamos y cuya realidad empecé a seguir en Alemania.
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