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RELEVO EN EL ELISEO

Chirac: "Me siento depositario de una esperanza"

El sucesor de Mitterrand como presidente de Francia nombra primer ministro a Alain Juppé

Enric González

Jacques Chirac es, desde ayer a mediodía, el quinto presidente de la V República Francesa. El líder gaullista llegó a las 11.00 al palacio del Elíseo, donde fue recibido, en la misma escalinata, por François Mitterrand. Los dos hombres se saludaron cordialmente, para dar testimonio de la "transición dulce" que ambos habían organizado, y se reunieron en privado durante una hora. Ya proclamado y sabedor de los códigos de lanzamiento del arma atómica, símbolo puro del poder, Chirac prometió en su primer discurso presidencial que su mandato discurriría "bajo el signo de la fidelidad a los valores esenciales de la República". "Me siento depositario de una esperanza", afirmó. S primer nombramiento fue el de Alain Juppé como jefe de Gobierno.

El gran día de Jacques Chirac amaneció temprano. Sin avisar a nadie, acudió a Colombey para depositar un ramo de flores sobre la tumba del general Charles de Gaulle. Sólo unos cuantos agricultores que vieron descender el helicóptero de Chirac asistieron al homenaje.Ya de vuelta al Ayuntamiento de París, comenzó el programa oficial. El presidente electo abandonó la alcaldía, a la que renunció el lunes, igual que a su escaño de diputado, a bordo del viejo Citroën CX con matrícula de su terruño de Corrèze. Sin otra escolta que un coche de policía y varios motoristas, y respetando siempre los semáforos en rojo, Chirac se dirigió a través de la calle de Rivoli hacia el palacio del Elíseo.

Mitterrand le esperó en la escalinata, sobre la alfombra roja de las grandes ocasiones. Ambos hombres se saludaron calurosamente. Fue el encuentro de dos grandes perdedores coronados por el éxito. Ambos necesitaron tres intentos para alcanzar la presidencia, ambos crearon sendos partidos para sostener sus ambiciones, ambos fueron acusados de volubilidad ideológica, y ambos recibieron más de una vez la extremaunción política. Ayer, bajo la llovizna que abrillantaba la piedra del palacio, parecieron reconocerse el uno al otro.

Querían una "transición dulce", sin la aspereza que caracterizó el relevo entre Valéry Giscard d'Estaing y el propio Mitterrand. Charles de Gaulle dimitió en 1969, Georges Pompidou murió en 1974, Mitterrand se sucedió a sí mismo en 1988. No había otro precedente histórico que el de 1981, cuando Giscard, que protagonizó una teatral despedida en televisión, acogió fríamente a su sucesor y, tras un breve encuentro, abandonó a pie el palacio del Elíseo entre los abucheos de un grupo de mitterrandistas.

Esta vez todo fueron atenciones. Chirac y Mitterrand se encerraron a solas durante una hora, y el primero recibió los atributos del poder en la República Francesa: los códigos que autorizan el lanzamiento de los misiles nucleares y los secretos de Estado. Dada la duración de la entrevista, tal vez recibió también algún consejo.

Después de la reunión, Mitterrand descendió por última vez la escalinata presidencial. Su esposa Danielle le esperaba en el coche oficial desde hacía unos minutos. Ambos partieron hacia la sede del Partido Socialista, fianqueados por una pequeña multitud en la que se mezclaban chiraquistas y mitterrandistas: unos abuchearon, otros lanzaron rosas al paso del automóvil. No hubo tensiones graves.

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Mientras los Mitterrand se iban, el presidente electo Chirac hacía su entrada en el gran Salón de Fiestas donde había de ser proclamado. Roland Dumas, presidente del Consejo Constitucional y uno de los pocos amigos personales de Mitterrand, pronunció un breve parlamento en el que se congratuló de la eficacia y suavidad con que se estaba produciendo el traspaso de poderes, y leyó un texto en el que se constataba que el 7 de mayo de 1995, con 15.763.027 votos, Chirac había obtenido la necesaria mayoría absoluta.

"El 13 de mayo", prosiguió Dumas, "atendiendo a ese resultado, el Consejo Constitucional os proclamó presidente de la República Francesa a partir del momento del cese de funciones de François Mitterrand. Esa proclamación, de cuyo texto le hago entrega personalmente, toma efecto en este instante particularmente solenme".

Sonaron los 21 cañonazos rituales. Ya estaba. Jacques Chirac, de 62 años, acababa de convertirse en el quinto presidente de la V República. El centenar de personas presentes en el salón entre altos cargos del Estado, embajadores y personalidades, tributó un aplauso. Édouard Balladur, candidato derrotado, primer ministro cesante, político de futuro incierto, mantenía un rictus que aspiraba a sonrisa. ¿En qué estaría pensando? Cerca de él asomaba, exultante, Alain Juppé, sucesor de Balladur a las pocas horas.

Estilo gaullista

Chirac, visiblemente emocionado, pronunció entonces su primer discurso como presidente. "Me siento depositario de un esperanza", comenzó. Se comprometió a "renovar el pacto republicano entre los franceses" a defender la imparcialidad del Estado, y anunció que intentan volver al estilo institucional gaullista, cuando el inquilino del Elíseo permanecía muy por encima de las decisiones cotidianas: "El presidente arbitrará, fijará las grandes orientaciones, asegurará la unidad de la nación, preservará su independencia. El Gobierno conducirá la política de la nación. El Parlamento hará la ley y controlará la acción gubernamental".

Hizo un breve a homenaje Mitterrand, "que ha dejado impronta", y confió en que, al término de su mandato, los franceses aprecien "que hubo efectivamente un cambio". Por último, prometió que el empleo sería su "preocupación de todos los instantes".

Paseo triunfal y primer día de trabajo

El gran día de Jacques Chirac tuvo su mejor momento por la tarde, cuando enfiló triunfalmente la avenida de los Campos Elíseos, a bordo de un Maseratti descapotable y rodeado por una espectacular escolta de motoristas. Cesó la lluvia, salió el sol y resplandeció la "avenida más bella del mundo". Una multitud vitoreó al nuevo presidente, de pie en el automóvil, despeinado al viento, feliz, ya sin la formalidad y la emoción de la ceremonia oficial matutina.Una vez llegado al Arco de Triunfo, el nuevo presidente de los franceses saludó efusivamente a una comisión de veteranos de guerra, depositó una corona de flores sobre la tumba del soldado desconocido y reavivó la llama perenne sobre la lápida.

Fue una ceremonia más sencilla que la protagonizada en el Panteón por François Mitterrand en 1981 cuando fue elegido presidente por primera vez. Tras el acto, brevísimo, Chirac se dejó llevar por sus impulsos y, rompiendo el nudo policial, se acercó al público que rodeaba el monumento. Fue un esperado baño de multitudes en una jornada de rigideces protocolarias.

Cita en el Elíseo

Antes del paseo triunfal y la ceremonia ante la tumba, Jacques Chirac había almorzado. en el comedor privado del Palacio del Elíseo con los presidentes de la Asamblea Nacional, Philippe Séguin, y del Senado, René Monory, acompañados de sus esposas. Cuando el descapotable volvió al palacio, el presidente empezó a trabajar.

Le esperaba una cita con el ministro de Asuntos Exteriores en el anterior Gobierno de Édouard Balladur, Alain Juppé, al que había de nombrar primer ministro unas horas después, a las 20.25 exactamente, mediante un escueto comunicado oficial. Ambos dedicaron la tarde a rematar los últimos detalles de la composición del nuevo Gabinete, el llamado gobierno del cambio, y a preparar la primera gran cita internacional del presidente Chirac, con el canciller alemán Helmut Kohl, hoy en Estrasburgo.

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