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Reportaje:

Punto de fuga

El escudo de Sevilla la Nueva, que campea en la fachada de su Ayuntamiento, muestra un libro abierto, un libro de escritura ilegible cuyas letras nadie ha descifrado, en un escudo que sin duda hubiera sido del gusto del duque de Rivas, romántico y tremebundo poeta, drama turgo y político decimonónico, que incorporó a sus blasones el título de conde de Sevilla la Nueva. Esta villa madrileña, si tuada a 35 kilómetros de la capital, tanto por la carretera de Boadilla como por la de Extremadura, ' está situada, según el cronista Jiménez de Gregorio, en la comarca de la cuenca del río Perales, al, sur del pie de monte escurialense y al este de la comarca de Madrid, en un llano encuadrado por los ríos Perales y Alberche y el arroyo de Valdezate. Sevilla la Nueva, que obtuvo el título de villa en 1763, ha dejado de ser una lo calidad de economía agropecuaria y ambiente rural, definición que el mismo cronista aplica a sus hermanas de comarca como Quijorna, Chapinería o Villamantilla, que en los últimos años también han caído bajo la influencia de la capital, adaptándose a otro tipo y a otros medios de vida, cambian do el tractor por la hormigonera y los establos por ristras de chalés adosados. Sevilla la Nueva es un pueblo en expansión que ha pasado de 600 ha bitantes en 1985 a 2.350 en el último censo. Un pueblo que quiere seguir siendo pueblo, se gún su alcalde, Ángel-Batanero, y que recibe continuas mi graciones de exiliados voluntarios de la capital y sus ciudades periféricas.Sevilla la Nueva no ha perdido su fisonomía, la atmósfera apacible y relajada que se respira en el centro de su pequeño casco antiguo. La severa arquitectura herreriana del palacio de Baena, que ha pasado de mansión feudal a centro cultural, club de jubilados y guardería, centra un caserío modesto y horizontal que va creciendo sin profanar las alturas, no más de dos y media en las nuevas urbanizaciones. De la fiebre constructura inoculada en la villa dan fe las cuadrillas de obreros, albañiles, carpinteros, electricistas y fontaneros que acuden a comer al restaurante Piscis. En el comedor suenan los pitidos de los teléfonos móviles como en cualquier reunión de ejecutivos y se airean los detalles referentes a las obras de las 350 viviendas en proceso de construcción. De la construcción y de los servicios viven la mayor parte de los habitantes de un pueblo en el que sobrevivieron un solo agricultor y tres ganaderos.Sobre el origen del nombre de esta Sevilla mesetaria no se ponen de acuerdo los cronistas, que, sin embargo, coinciden en datar su fundación en 1492. Para algunos el nombre de Sevilla la Nueva proviene del pueblo toledano de Sevilla de la Jara, mientras que otros, entre los que se encuentra el alcalde, hablan de una migración de judíos o moriscos sevillanos que intentaban escapar del edicto de expulsión de los Reyes Católicos. En las casas más antiguas de la villa aparecen desde luego la cal y el ladrillo con reminiscencias mudéjares y andaluzas. Fernando Jiménez de Gregorío, en su documentado libro Madrid y su comunidad, afirma que hasta mediados del presente siglo muchos habitantes seguían llamando al pueblo Sevilleja y aporta datos sobre la repoblación que en 1546 hizo en el lugar un tal Juan Antonio, Sevillano de. apellido. Hoy los repobladores de Sevilla la Nueva, dice el alcalde, Batanero, son sobre todo jóvenes universitarios, en fuga de los ajetreos de la urbe y al encuentro, o reencuentro, con un medio rural menos hostil que la metrópolis, pero que no quieren renunciar a algunas comodidades urbanas. El metro cuadrado de vivienda construida, con derecho a zonas verdes, piscina comunal y otros servicios, oscila entre las 120.000 y las 130.000 pesetas, que incluyen vistas a un paisaje natural más despejado y mejor aireado que el de la ciudad que han dejado atrás.

Ángel Batanero, alcalde del PP, tras varios años como independiente, se enorgullece de que Sevilla la Nueva fue el primer pueblo de la comunidad que presentó un plan de mejora ambiental y paisajística. El paisaje de los alrededores, monte bajo y encinas que coronan pequeñas lomas, alberga una riqueza cinegética singular de la que alardeah, como buenos cazadores, muchos vecinos de la localidad.Cuatro mil palomas torcaces cayeron bajo las escopetas de estos sevillanos de Madrid en tres fines de semana, si hemos de creer ya se sabe que cazadores y pescadores son tendentes a la exageración a los parroquianos de un bar de la plaza cuyas paredes se engalanan con numerosas fotografías que corroboran sus habilidades venatorias. Por el número de aves abatidas que figuran retratadas al pie de sus matadores, por esta vez habrá que otorgarles un margen de confianza, si no fueron 4.000, al menos llegaron a las 3.800. Regular y controlar la caza de conejos, palomas o perdices en los cuatro cotos, uno social y tres privados que rodean el pueblo, es una de las tareas más delicadas del Ayuntamiento, encargado de velar por la conservación de esta fuente complementaria de riqueza y sobre todo de solaz de sus residentes.

Salvo el citado palacio de Baena, no posee el pueblo monumentos de realce. La iglesia, construida, como otras de la comarca, con materiales sobrantes de la construcción de El Escorial, no posee un estilo definido, aunque ostenta cierto aire colonial en su fachada. En sus puertas, el párroco ha puesto un cartel que recuerda a sus feligreses la obligación de confesar al menos una vez al año. Una obligación que los viejos catecismos llamaban confesar por Pascua Florida. Los lilos en flor que se arraciman junto a las tapias de algunos hotelitos certifican que ya ha llegado esa estación del calendario eclesiástico que coincide, o debería coincidir -ya se sabe que el tiempo está revuelto como el mundo o a la inversa-, con el auge de la primavera. La floración más elocuente es, sin embargo, la de los nuevos edificios que brotan por todas partes, rompiendo el silencio de la mañana con los mecánicos- y recalcitrantes sonidos que las obras generan.

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