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Relaciones peligrosas

R. F., Las relaciones de Vasiliev con algunos grandes nombres del ballet ruso no son sencillas. Por ejemplo, con su antecesor, Grigoróvich, ha pasado del enamoramiento más profundo a una confrontación sin compromiso. "Mi primer gran papel fue en La flor de piedra, que puso Grigoróvich en 1959. Y gracias a Grigoróvich debuté como coreógrafo. Mi primer Ícaro lo hice porque él me dio esta puesta en escena. Desgraciadamente, fue la única, todas las otras las hice a pesar de su oposición. A principios de los sesenta, el destino nos unió firmemente por unos 10 años, y no había otro coreógrafo mejor que él", recuerda Vasiliev. Después, al conocer el mundo y otras coreografías, comenzó a dudar en la infalibilidad de Grigoróvich. "Y posiblemente esta duda fue la que nos llevó a la separación. La fisura se hizo pública en 1975, con Iván el Terrible, y desde entonces se fue agrandando hasta convertirse en un abismo".

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Para evitar transformase él mismo en otro Grigoróvich, Vasiliev opina que el director artístico debe tener un plazo, y después de cumplido éste, debe irse. Por eso, desea empezar por él mismo la introducción del sistema de contratos, y piensa firmar uno por tres años, que puede prolongarse por otros tres. Pero en ningún caso más. "De lo contrario, en contra de mi voluntad, me veré rodeado de aduladores, de ignorantes que estaré feliz de escuchar. Por eso tiene que haber un límite, un plazo después del cual estás obligado a irte", opina.

Vasiliev tiene ambiciosos planes, entre los que están el invitar a coreógrafos como Jiri Kilyan y Maurice BéJart, a quienes ya ha escrito, y a directores como Andréi Konchalovski, Nikita Mijalkov y Franco Zeffirelli para que pongan las óperas que deseen. Entre los directores de orquesta que quisiera ver en el Bolshó están Claudio Abbado, Ricardo Muti, Guennadi Rozhdestveriski y Mstislav Rostropóvich, quien dirigirá la orquesta en el primer estreno de la próxima temporada: la ópera Jovánshina, de Modesto Músorgski.

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