Sobre la memoria
Veo en La 2 (El lector, 23 de abril) a Semprún. Le veo y le escucho hablar. Hablar sinceramente. Habla sobre la memoria fugaz del que vive y tiene que morir por haber vivido. Habla sobre el rastro de la memoria presente en la historia futura. Pero ¿quién escribe la historia sino un conjunto de individualidades que posee vivencias? Aun en el intento de la objetividad, los escritos se llenan de subjetividad. Es el precio de la razón.Por ello, la memoria es necesaria. La memoria impronta del que existe en presente, porque al morir se existe en pasado y la memoria se debilita en el tiempo. Esa memoria impronta debe ser compartida, debe ser contada o cantada, escrita o descrita, pero debe ser colectiva, como lo es el futuro, para que de memorias anónimas surja la historia.
Aquí entramos nosotros, los jóvenes. Jóvenes a los que se atribuye hastío y pasividad ante la vida circundante. Porque no destacamos. Pero mis apetencias no son de político relevante; soy activo en la sombra, en la colectividad, anónimo, y es hermoso. Mi labor es escuchar y recopilar memorias de otros. "Yo tengo que correr: / ninguno puede / pasar sin que yo sepa / adónde va, qué cosa / le ha sucedido" (Neruda).
Ése es mi ser activo: escuchar. Escuchar cuando los anónimos hacen hablar a sus memorias. Escucho a Stojan, un buen amigo apátrida que tuvo que dejar su frutería en Bosnia. Escucho a Mercedes, mujer adorable, hablar con entusiasmo de 1982, ahora que tiene que llevar dos memorias, la de Antonio y la suya. Como mi abuela, la del abuelo republicano preso en Alicante. A todos les escucho y les doy las gracias. Gracias, Semprún, por tu memoria, o como diría Blas de Otero: "Gracias por el asombro y por la obra".-
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