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Tribuna:LA BATALLA DE ANDALUCIA
Tribuna
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Si Andalucía se va...

En ninguna otra ocasión ha sido el andaluz un influjo tan determinante en el socialismo español como durante los últimos años. De Andalucía o, más exactamente, de Sevilla procedían aquellos jóvenes que, según comentaba entonces un veterano dirigente del interior, Nicolás Redondo, aportaban al viejo partido un tono distinto, serio, responsable, reconfortador. A diferencia de otros grupos que habían surgido un poco por todas partes y que pretendían refundar el socialismo desde cero, los sevillanos percibieron la importancia de la memoria histórica en la socialización política. Fieles a las siglas tradicionales, sin veleidades de crear un nuevo partido, jóvenes y profesionales, sin nostalgias de República ni de los Largo Caballero, Prieto o Besteiro, fueron capaces de dar un vuelco a la tradición histórica del socialismo español y trasladar su centro de gravedad desde el triángulo astur-vizcaíno-madrileño al bastión andaluz.Y fue Andalucía, con su abrumadora y disciplinada presencia en el congreso extraordinario de 1979, la firme base sobre la que se consagró hasta el día de hoy una dirección sevillana en el partido y se impulsó una práctica política que tenía como meta liberarlo de su encorsetamiento obrerista, sacudirle su ganga ideológica, volverlo atractivo para las clases medias crecidas con el desarrollo económico y presentarlo como sujeto de la modernización social y la europeización política de España. El resonante triunfó electoral que el nuevo grupo dirigente obtuvo en la misma tierra que lo vio nacer fue como el talismán que abrió enseguida anchas avenidas hacia el poder. En mayo de 1982, Andalucía se entregó a aquellos audaces hijos suyos marcando de forma contundente el inicio de un fenómeno singular en la historia del socialismo español.

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Los hijos respondieron con inagotable generosidad a los amores de la madre: inversiones cuya unidad de cuenta eran los mil millones, trenes de alta velocidad, autovías que se recorren como autopistas gratuitas, aeropuertos capaces de soportar el tráfico de Chicago, inmensas estaciones de ferrocarril, auditorios, museos, paseos a la orilla del mar o a la vera del río. Por no faltar, tampoco faltó quien llegara a soñar que, como aquella tierra era una especie de California europea, el valle del Guadalquivir bien podía ser un nuevo Silicon Valley.

Pero hoy parece como si el sueno prendido por el grupo sevillano en las viejas banderas del socialismo se hubiera desvanecido en un liderazgo cada vez más solipsista, una rancia demagogia populista, cierta alegría en la subvención clientelar y un resurgir del tradicional amiguismo y familismo político. Nada de extraño, pues, que si en Andalucía se elaboró la receta del gran banquete electoral también allí y, de nuevo más exactamente, en Sevilla, en un despacho de la Delegación del Gobierno, saltara a la luz la constelación de factores que arrastra hacia la amenazante hambruna. En dos años, un partido que tenía por costumbre sacar más de 2-5 puntos a su inmediato seguidor ha visto recortada esa distancia a sólo tres, con la sorpresa añadida de que quienes le niegan el pan y la sal son sobre todo los jóvenes urbanos con más alto nivel de estudios, es decir los que son hoy como eran ellos hace 25 años.

Qué amarga ironía que el "proyecto histórico" de modernización se vea obligado a refugiarse en las agrociudades, entre los grupos de población de más edad y menos estudios, mientras los sectores sociales más modernos le vuelven ostensiblemente la espalda. Todos los votos valen igual, desde luego, pero, si los habitantes de las capitales, los más jóvenes y educados, retiran el voto a los socialistas, será como si su ya lejana juventud se revolviera contra ellos. Y, si Andalucía se va del PSOE, débil asidero quedará al grupo, hoy pareja, sevillano para permanecer al frente del socialismo español.

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