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El chiste del catalán

Se trata de un libro poco grueso y no muy bien encuadernado. El lector que tan sólo abra sus páginas encontrará muy pronto una peculiaridad que le convierte en un producto editorial en apariencia un tanto extravagante. Su texto carece de una argumentación o una narración sino que consiste en una especie de enciclopedia de citas literarias. Cabría esperar de ellas que fueran dignas de recuerdo pero no tienen especial mérito porque se trata de una especie de florilegio de testimonios escogidos del anticatalanismo desde comienzos del siglo XVIII hasta el momento actual. El autor es Josep María Ainaud, antiguo responsable de Cultura de Convergencia Democrática de Catalunya. La última de sus citas -cabía esperarlo- procede de Jaime Campinany quien, en versos que supongo considera jocosos, presenta a Jordi Pujol no hablando si no defecando en catalán.Uno hubiera deseado que en Barcelona no se hubiera vendido durante el día del Libro y del patrono de Cataluña una antología incitadora del victimismo pero, sobre todo, habría ansiado que los últimos y más recientes ejemplos de anticatalanismo visceral no se hubieran publicado nunca. Por descontado se trata de casos a los que caracteriza una perversidad ramplona si no fuera porque la estulticia los califica todavía mejor, pero hay un ambiente colectivo en sectores de la sociedad española en donde se ha convertido en habitual. el chiste del catalán o del vasco que no está tan lejano de estos ejemplos señeros destinados a figurar en una antología. Obedecen, en el fondo, a idéntico mecanismo mental: tómese un estereotipo de un supuesto carácter nacional inmutable, acentúese hasta el ridículo y al final se tiene el chiste del catalán para regocijo de insolventes.

Lo malo es que tienen muy poca gracia. España -decía en pasados días Adolfo Suárez- está demostrando en los últimos tiempos una peligrosísima tendencia a convertirse en un país de enemigos y no de adversarios. Pues bien, de todos los conflictos que hemos presencia do en los últimos tiempos aquél que resulta más peligro so, porque tiene que ver sobre todo con sentimientos y no resulta fácilmente susceptible a ser reducido a argumentos racionales, es el que se refiere a la pluralidad lingüística y cultural de España. El pasado sábado en estas mismas paginas Miguel Herrero se congratulaba del resultado positivo que había supuesto la reacción ante el atentado contra Aznar. Pero o fue un espejismo o ha durado muy poco el espíritu de concordia nacional. De modo inmediato nos hemos visto enzarzados en un, género de disputa que no favorece más que a ETA, con vierte en enemigos a quienes debieran ser tan sólo adversarios y reduce las culpas a tan sólo el otro convirtiendo las propias en inexistentes. De ahí un océano de, declaraciones que nunca debieron haber sido hechas y que más vale que no prosigan porque de lo contrario van a envenenar para siempre la vida de los españoles.

El PNV debiera saber que nadie pretende un nacionalismo españolista excluyente, que en nuestra Constitución no existe una especie de tutela militar sobre la unidad del Estado y que los vascos ya se han autodeterminado 22 veces en cada una de las, consultas electorales por las que han pasado desde 1976. El PP habría de ser consciente de que la línea de separación no se establece en la voluntad de autodeterminación o en la posibilidad de negociar con HB sino en el empleo de la violencia. Es oportuno Aznar al asegurar que no retenderá hacer desaparecer la pluralidad lingüística y cultural pero conviene añadir que si lo hiciera chocaría de frente contra la Constitución. En cuanto al sentimiento nacional español basta tan sólo recordar que no sólo no es excluyente que parte de la ratificación de la conciencia catalana o vasca. Decía Cambó, con razón, que un catalán para ser un buen español tiene que ser sobre todo muy catalán.

Pero es necesario, sobre todo, traer a colación algo más. Todos han -hemos- cometido errores en esta cuestión decisiva. Han sido, sin embargo, menores ante una realidad que nos debiera enorgullecer. España, nación de naciones, hubiera podido inclinarse hacia el suicidio o la sustancial discordia durante el período constituyente y supo hacer un esfuerzo de comprensión y convivencia que fue todo un ejemplo y una de las maravillas de la transición. ¿No convendría resucitarlo ahora por encima de las culpas que le corresponden a cada uno?

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