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La garza que llevaba un mensaje para el águila

Carta al subcomandante MarcosLa primavera es la estación esperada. Algunos idiomas, como el español, hacen a la primavera femenina; otros, como el griego, masculina. Cuando llegan, las dos se quedan un fin de semana, dan paso a un sucesor y desaparecen.

Sin embargo, a partir de enero, chismorreamos sobre ellas como si estuvieran escondidas. Y están ahí, bajo la piel de la tierra: las ramas de los saúcos sufren las heridas de los brotes, las campanillas de invierno empujan con sus cabezuelas, con los dientes apretados. Cuando la primavera se delata por fin, nos da la impresión de que "tan pronto como llega se ha ido".

No es una estación, sino un anhelo. A mi edad, es natural preguntarse: ¿cuántas veces seré aún testigo de esta espera? Es la espera de un nuevo comienzo. No se trata de que el año sea joven, sino de una nueva oferta de posibilidades. En el invierno de descontento, no hay posibilidades.

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La primera estación llega desesperadamente y con optimismo, otra razón de su necesaria clandestinidad. Y ahora pienso en tu carta, Marcos, en la que escribes:

"Si tuviéramos una flor pues se la regalábamos y como no tenemos flores bastantes para cada uno o para cada una, pues una basta para que se la repartan y guarden un pedacito cada uno y cuando ya sean viejitos o viejitas entonces les platiquen a los niños y a los jóvenes de su país que 'Yo luché por México en los finales del siglo XX y desde acá estaba yo con ellos y sólo sé que querían lo que quieren todos los seres humanos que no se han olvidado que son seres humanos y que es democracia, libertad y justicia, y no conocí su rostro pero sí su corazón y era igual al nuestro".

Aquí, este año, la primavera se delató el 12 de abril y te voy a decir cómo. Vuestras montañas son más altas que las nuestras, pero si seguís uno de los caminos que llevan a la llanura, seguramente os encontraréis con algún lugar similar. A cierta altitud, un débil riachuelo desemboca en un lago y la vegetación se vuelve algo más verde. El lago se filtra por la tierra que está anegada y resulta difícil de cruzar. Es más fácil bordear ese lugar.

En el plazo de un mes, miles de ranas vienen a la charca a aparearse. De momento, todavía hiela por la noche, y por la mañana algunos cantos rodados brillan por la escarcha. A lo largo de los años, a menudo he visto por aquí una garza. A veces, está encaramada en lo alto de una de las piceas. A veces está en el pantano, con su pico de pesca listo para la acción. Cuando una garza ataca, lo hace en un abrir y cerrar de ojos, y cuando una garza ha preparado un nido y busca compañía femenina, levanta la cabeza de forma que su pico apunta verticalmente hacia el cielo como una aguja o una escultura de Brancusi. Todos los inviernos, las garzas emigran de nuestros ríos a África del Norte.

Sin embargo, la garza que vuelve aquí es la misma todos los años. Las garzas pueden vivir 20 años o más. Creo que ésta ya no es joven y puede que ésa sea la razón por la que es una solitaria que evita los asentamientos donde anidan las demás. Nunca la he visto con una pareja, pero sí volando regularmente hasta un nido escondido para regurgitar la rana o el pez que acababa de comerse para alimentar a sus crías.

Aparte de la garza, el lugar no tiene nada de especial: una charca de agua, un pantano pequeño y una ladera empinada. Está en la ladera norte de la montaña, por eso recibe poca luz del sol. Uno de los jardines interiores de la naturaleza, no recomendado por sus flores. Y aquí, el miércoles 12 de abril de este año, la primavera se delató. Al principio no noté nada especial. Luego, poco a poco, me fui dando cuenta, antes de alzar la vista, de que algo extraño pasaba en el cielo. Nada alarmante. Más bien algo moderado y solemne. Así que miré hacia arriba. Había dos garzas volando en círculo con un lento batir de alas. Volaban lo suficientemente bajo como para permitirme ver las plumas negras como cintas que cuelgan de sus oídos. Alas grises, gargantas blancas. Mientras revoloteaban a mi alrededor, una de ellas cruzó el círculo para acercarse a la otra y la otra voló a su encuentro, y así ambas se encontraron otra vez en los lados opuestos del mismo círculo.

Era su primera mañana. Habían vuelto. Los ornitólogos dicen que la garza macho no busca pareja hasta que ha hecho el nido. De ser así, esta pareja era una excepción. Estaban inspeccionando juntos el terreno cuidadosamente.

Sin embargo, lo que me llamó la atención, Marcos, fue la tranquilidad, la calma con que lo hacían. En esa tranquilidad había una confianza momentánea y, sin embargo, suprema, y una sensación de pertenencia. Volaron lentamente alrededor del lugar como si estuvieran inspeccionando sus vidas, para lo que habían regresado a casa.

Y esto me hizo pensar en ti, en Chiapas y en tu lucha para recuperar lo que le ha sido robado al pueblo por aquellos que en esta vida sólo saben dos cosas: cómo transferir dinero y cómo tirar bombas. En su mundo, no hay regresos al hogar y nunca los habrá. Entonces, pensé otra vez en la primavera, y en la resistencia de los zapatistas, y en tu visión de un mundo diferente y en el lento batir de alas de las garzas.

John Berger es escritor británico.

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