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El manuscrito de Sarajevo

Tras haber escapado a la Inquisición española, los servicios secretos nazis y las bombas serbias, es poco probable que la seis veces centenaria Haggadalí de Sarajevo vaya a perecer por el enfado de Enver Imamovic. Este manuscrito, que narra la historia de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, tiene la piel muy dura. Tanto que se ha convertido en un símbolo de supervivencia frente a sucesivos fanatismos.El pasado lunes, Imamovic presentó su dimisión como director del museo de Sarajevo. Argumentó que el mayoritariamente musulmán Gobierno bosnio no le había pedido autorización para entregar a la minúscula comunidad judía local la principal joya bibliográfica del establecimiento que dirigía. La entrega había tenido lugar el fin de semana pascual, un tiempo en el que los cristianos celebran con la resurrección de Cristo el triunfo de la vida frente a la muerte, y los judíos la victoria de la libertad frente a la tiranía que supuso su salida de Egipto.

En el acto de la entrega de la Haggadah de Sarajevo a los judíos participaron el presidente bosnio, Alija Izetbegovic, y dirigentes religiosos musulmanes, católicos y ortodoxos. Fue, según Roger Cohen, testigo presencial como enviado de The New York Times, "un momento de reconciliación en una ciudad destrozada".

Realizado en la España de las tres culturas del siglo XIV, este manuscrito preciosamente ilustrado abandonó España con una de las familias hebreas expulsadas por los Reyes Católicos en 1492. Tras dar muchas vueltas, terminó en el Sarajevo de la cohabitación de judíos, cristianos y musulmanes. Allí escapó, en la II Guerra Mundial, de las garras de los invasores nazis, pero no a los peligros. En los últimos tres anos habían circulado rumores sobre la destrucción de la Haggadah de Sarajevo en alguno de los bombardeos serbios. Pero no, Imamovic, el director del museo, había escondido amorosamente el manuscrito. De ahí su cabreo cuando el Gobierno bosnio abrió las siete llaves que lo custodiaban.

No cabe la menor duda de que Imamovic es un hombre preocupado por la conservación de los bienes culturales. A su protesta por no habérsele solicitado permiso, añade su temor a que la Haggadah sea destruida en una acción bélica o termine saliendo del país. Son temores sensatos, pero, en las circunstancias de Sarajevo, cortos de miras. En ocasiones, los bienes culturales tienen que arriesgar su pellejo y convertirse en agentes activos de la historia. Parece ser que es lo que pretende el presidente Izetbegovic. Escuchemos lo que dijo a los judíos de Sarajevo: "Les pido que no se vayan, que se queden con nosotros. Éste es su país. Nuestro deseo es que Bosnia sea una comunidad tolerante de naciones y religiones, como lo ha sido durante siglos".

Una "comunidad tolerante de naciones y religiones" es un ideal tan bueno para este fin de milenio como maltratado en todas partes. Para empezar en Bosnia, donde la guerra ha causado un daño quizá irreparable a la convivencia de distintas culturas. Pero Bosnia, como lo fue Líbano durante los años ochenta, es un síntoma sangrante de un mal universal. Al tiempo que el comercio y la comunicación unifican el planeta, reaparecen por todas partes los ancestrales odios al vecino.

Y es que la tolerancia no es una virtud natural del ser humano. Ya lo decía Voltaire: "La única manera de impedir que los hombres sean absurdos y malvados es ilustrarles". Daba el filósofo prioridad al empleo de la palabra: afear las conductas intransigentes, explicar las ventajas de la coexistencia en paz y libertad de gentes diferentes. Sin embargo, no descartaba el uso de la fuerza.

En el acto de la reaparición de la Haggadah, un judío comentó con amargura que, pese a sus buenos propósitos, las autoridades de Bosnia se ven "presionadas hacia una mayor identificación con un islam rigorista". Los occidentales han expresado su simpatía por la causa de los bosnios agredidos, pero han encontrado muchas razones para no darles armas para defenderse. Ahora se alarman porque es posible que esas armas les estén llegando de Irán. En el pecado llevan la penitencia. Para proteger el secular modelo de tolerancia de Sarajevo, lo razonable hubiera sido pasar de las palabras al coscorrón de Voltaire.

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