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Veinte minutos

El pasado 22 de marzo, a las 15.30, una mujer de 59 años (Matilde B. C.) se lanzó al vacío por la ventana de su domicilio madrileño, situado en un décimo piso. Es evidente que en ese instante, a la hora de elegir el modo de suicidarse, la señora no se anduvo con chiquitas. Pese a ello, el plan no acabó de salirle bien: en el último momento su marido logró asirle por las muñecas y ambos permanecieron en esta posición durante unos veinte minutos antes de ser puestos a salvo. Al parecer, la mujer había logrado apoyar de algún modo los pies sobre un toldo del piso inferior, y de esta manera, retenida por su esposo, consiguió aguantar el tiempo suficiente como para no precipitarse al vacío. Entretanto, un vecino había avisado a la policía, y cuando ésta y los bomberos llegaron al lugar de los hechos, en la calle de Gerardo Cordón, 5 1, se encontraron con la puerta de la vivienda cerrada y con la llave echada. El marido, en buena lógica, no se hallaba en condiciones de abrir, y los bomberos, considerando que no debía haber tiempo para echar la puerta abajo y que el piso inferior estaba deshabitado y no permitía una vía de acceso, optaron entonces por subir al undécimo, desde donde uno de los bombero se deslizó por una cuerda hasta llegar a situarse junto a la mujer; aunque sin poder liberarla de su situación. En ello, Matilde B. C. permanecía suspendida en la nada, dependiendo exclusivamente de que a su' marido no le fallaran las fuerzas; e imagino que masticando el momento con cierta tensión. Sin duda, allí juntos, luchando a medias con un problema capital, debieron vivir un tiempo de singular agudeza. A su alrededor, la gente también trabajaba., y así, pocos minutos después, mediante una escalera lanzada desde el piso de arriba, la mujer pudo por fin agarrarse a ella y ponerse a salvo con la ayuda del mismo bombero que había tratado de liberarla en un primer intento.Pero dicho esto, ya pasado el susto, y una vez fuera de peligro los protagonistas del suceso, deseo manifestar sin remilgos que considero esos 20 minutos sumamente interesantes y plenos de vida. Algo embarazosos, quizá, Y henchidos de angustia y peligro, desde luego; aunque, insisto, muy finos y sustanciosos. Juan, el marido de Matilde, declaró luego a la policía que su mujer estaba siendo víctima de una profunda depresión, y que viéndola levantarse de la mesa después de comer, salió detrás de ella intuyendo sus intenciones. De este modo, en guardia y sobre aviso, y apreciando en efecto que su esposa se disponía a saltar por la ventana, pudo reaccionar y agarrarla justo en el momento en que ella se lanzaba. Diez pisos, ¡demonios!; ya acojona pensarlo aunque sólo fueran uno o dos, así que no llego a imaginar siquiera lo que pueden representar 10. No me resulta útil pensar en el asunto. Es más, me perjudica y lo dejo. Las alturas para los pájaros.

Por otra parte, se diría que la mujer (aunque de un modo confuso) quería morir; o al menos sufrir una sacudida importante. La cifra de 10 pisos así parece confirmarlo. Sin embargo, lo ocurrido posteriormente también demuestra lo contrario, puesto que mientras su marido la sujetaba, ella se mantenía aferrada a él y también luchaba por salvarse. De refilón, esto me lleva a pensar en todos los suicidas que un segundo antes de darse de baja hayan podido arrepentirse sin una posible rectificación. Lo cierto es que no puede caber jugada peor. Ni agonía más pérfida o innoble. La cima de la mala suerte. Un pésimo final, digno del más escalofriante cuento de brujas. Aunque no por ello quiero callar mi opinión: yo amo a los suicidas, y en desacuerdo con la mayoría de las personas, considero a estos seres, en principio y en general, unos verdaderos valientes, dignos del mayor respeto. Y es que animarse a provocar tal trance representa alcanzar un punto de mira inasequible para la inmensa mayoría de humanos. En realidad, es crear un momento infinito que ofrece multitud de oportunidades a la hora de reflexionar. Sentirse mal (tanto como para llegar a desear la muerte en un momento determinado) ocurre, por desgracia, mucho más a menudo de lo que cabría esperar. Pero lanzarse al va cío desde un décimo piso es dar un paso que rebasa los recintos establecidos. Un reto ganador, dirigido al mismo cosmos y llamado insumisión. Mi afecto y consideración pues a todos los implicados. Y a Matilde un recado: no creo que ella pertenezca al club; así que, a, aguantarse y a vivir; como hacemos casi todos. Veinte minutos en el abismo era el título de la noticia firmada por Martín Ahlers el 23 de marzo en El País Madrid. Un título impecable, lo reconozco. Aunque también podría haber valido éste: 20 minutos de luz.

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