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Maestría e inspiración

Antonio Lorca

Zalduendo / Niño de la Capea, Jesulín, Conde

Toros de Zalduendo, bien presentados, flojos y de juego desigual; 2º, 4º y 5º, mansos; 3º, inválido, se lidió bajo responsabilidad del ganadero; 1º y 6º, nobles.

Niño de la Capea: tres. pinchazos y descabello (ovación); cuatro pinchazos y descabello (ovación). Jesulín de Ubrique: estocada (silencio); pinchazo y estocada (oreja). Javier Conde, que tomó la alternativa: estocada (oreja); estocada (dos orejas); salió a hombros.

Plaza de Málaga, 16 de abril. Casi lleno.

A Javier Conde se lo llevaron a hombros entre la euforia de sus paisanos. Sobre el ruedo de la Malagueta había dejado gotas de auténtica inspiración taurina. Niño de la Capea salió de la plaza por su propio pie, pero había dictado dos lecciones de maestro consumado. Uno que llega y otro que se va. Dos concepciones distintas del toreo que se encuentran en la emoción que surge de ellas.

El veterano torero salmantino se vistió de luces para dar la alternativa a su protegido malagueño. Pero no quiso que la ocasión fuera un simple compromiso de amigo. Se llevó el peor lote, un primer toro manso , incierto y con peligro, y un segundo violento y parado. Con ambos se enfrentó con una valentía de las de antes, con una técnica depuradísima, y, por encima de todo, con un valor seco, serio, quieto, inteligente y profundamente emocionante. No fueron, no podían serlo, faenas hilvanadas; fueron dos peleas de riesgo en las que sobresalió el poderío de un torero que no se asustó ante las coladas, las miradas y los parones inciertos de ambos oponentes. Bien es verdad que perdió la muleta en varias ocasiones, que los toros se la tropezaron otras tantas, pero prevaleció la imagen de torero maduro y valiente. Todo su que hacer con la franela fue una demostración de magisterio: largos y templados fueron los derechazos al primero y profundos y sentidos los cuatro naturales que arrancó al segundo. Pero la dicha no fue completa: todo lo estropeó con el estoque. No hubo orejas porque no hubo colofón, pero quedó patente la torería del maestro salmantino.

Javier Conde cuenta en Málaga, con numerosos partidarios que gozan con los más mínimos detalles del torero. Quizá el premio de las tres orejas sea exagerado para lo que Conde realizó en el ruedo. Pero justo es reconocerle que es un torero diferente, ceremonioso, personalísimo, valiente en todo mómento y con una artística concepción del toreo que surge a golpe de una variada inspiración. Es un torero, en fin, que emociona porque es capaz de crear en la cara del toro.

Por el contrario, su paso al escalafón superior dejó al descubierto sus carencias, aunque sus partidarios no quisieran verlas. Fue dominado por su primer toro, noble pero encastado, que no se cansé de embestir con pegajosa acometividad. Conde, todavía bisoño, no supo pararlo ni templarlo, y se dejó arrollar por el animal. A este toro lo había toreado muy bien por verónicas y aún mejor en un quite por chicuelinas.

El triunfo le llegó en el sexto, otro toro noble pero de embestida más suave. No fue la suya una faena maciza ni ortodoaxa. Pero su toreo epidérmico e imaginativo, basado más en los dobles pases de pecho que en el toreo fundamental, resultó henchido de emoción.

También toreó Jesulín de Ubrique, pero destacó poco entre la maestría y la inspiración. Su primero era un inválido soso y su toreo resultó tan aburrido como el toro. El. otro, manso pero encastado en la muleta, le permitió una faena valiente, técnica y rápida. Lo mejor de su labor, la gran estocada a este quinto de la tarde. Jesulín arrebató muy poco con capote y muleta, y se desquitó en la vuelta al ruedo, pesada e interminable para alegría de sus fans.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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