La derecha
Un análisis objetivo de la derecha ha sido casi siempre despreciado u obviado por la izquierda. No comparto esa actitud. Por eso le dediqué a la derecha una parte de la conferencia que pronuncié hace algunos días en el Club Siglo XXI.En España, se ha dicho mil veces, y lo recuerda Santos Juliá en un bonito trabajo sobre Azañá, la inteligencia no ha estado nunca en la derecha. No por otra razón que porque la derecha nunca ha necesitado aquí de la inteligencia para gobernar. Le han bastado, añade, aquellas dos herramientas que Azaña se negó siempre a tocar: el palo y la zanahoria. En cada momento en que el impulso democrático se colapsaba, estaba ocasionado por la derecha siempre más que por la izquierda. Una condición para la democracia ha sido. que la derecha aceptase los confines del sistema parlamentario para ejercer el poder. Cuando no fue así, acabó la democracia.
Es un proceso que España compartió con el resto de Europa hasta el fin de la II Guerra Mundial. Lo muestra contundentemente Brian Girvin en su reciente y espléndido libro La derecha en el siglo XX, conservadurismo y democracia.
Es cierto, como explica Girvin, que la actitud de la derecha no puede ser disociada de la de la izquierda. Cuando la política de la clase trabajadora estaba dividida o cuando los partidos de izquierda no daban un apoyo inequívoco al sistema constitucional, no sólo se debilitaba éste, sino que ayudaba a promover soluciones extremistas desde la derecha. La derecha ha estado siempre -en España también- dispuesta a defender el Estado, pero no necesariamente a las instituciones constitucionales.
A ello contribuyó en el primer tercio de nuestro siglo el que la derecha no tuvo un fuerte partido conservador, el que quiso fundar Cánovas del Castillo. Sin él, no se podía movilizar una coalición de derecha para defender el sistema. La CEDA fue precisamente lo contrario, y no hubo nunca una cultura liberal ni élites liberales con suficiente influencia en la derecha sociológica para contrarrestar el radicalismo derechista o el fascismo. .
En Estados Unidos la estabilidad de los años treinta fue asegurada por la ausencia de una derecha antidemocrática. En Europa central y del Sur la histórica asociación entre conservadurismo y derecha autoritaria se rompió después de 1945. Cuando la derecha aceptó que las urnas eran el único vehículo para la distribución del poder, la naturaleza de la cultura política cambió y emergió otro orden de principios axiales, o sea, la tolerancia y el pluralismo que era propio de las democracias del norte del continente. Fue un cambio espectacular, un cambio "dramático", como lo llama Girvin.
Es, efectivamente, una transformación capital. La sociedad moderna ha sido definida como aquella caracterizada por un "ánimo obstinadamente progresista" (Hirschman), y esto era de difícil asimilación para la derecha, que casi siempre había condenado el progreso, por tanto, la lógica de la modernidad. Eso permitía calificar a la derecha -muy influenciada por el viejo catolicismo político- como reaccionaria. Probablemente está aquí la causa de que en parte del sur y centro de Europa hayan persistido partidos explícita implícitamente antidemocráticos.
Sin duda, la mejor expresión del. "cambio dramático" fue el nacumento de los partidos democratacristianos, como lo más representativo de la derecha continental. A través de la Democracia Cristiana la derecha se integró en la democracia liberal. Las distancias entre derecha e izquierda se fueron acortando en la posguerra, y surgieron, políticas conservadoras que concibieron lo que se ha conocido como Estado social o de bienestar. Los partidos conservadores -en sentido amplio- no pudieron ser sólo partidos de orden. No habrían sobrevivido. Tuvieron que aceptar y colaborar con un sistema de poder descentralizado, de economía mixta y de pluralismo político.
Pues bien, nada de esto sucedió, como es bien sabido, en España. Aquí tuvimos una dictadura, que ha contaminado cualquier alternativa de derecha sin complejos. Hasta hoy. Porque hoy tenemos un partido de derecha -el Partido Popular- que parece capaz de unificar desde la extrema derecha hasta el centro derecha, con un determinado pluralismo ideológico interno.
El PP es una alternativa de poder. Para muchos, el próximo Gobierno sin ninguna duda. Por vez primera, es verdad, hay una derecha democrática con cierta solidez, lo que es casi un lujo en estos pagos. ¿Puede el PP dirigir las políticas de los próximos años? Puede hacerlo, naturalmente, pero, desde mi punto de vista, ni debería hacerlo, ni sería bueno, ni es irremediable que protagonice la salida de la crisis.
Creo que puede afirmarse que el consenso de la posguerra europea, que tanto bebió en fuentes keynesianas, está acabado. Los partidos conservadores han recuperado unas señas de identidad más propias de su alma profunda; se han liberado --si se me permite expresarlo así- de aquella atadura keynesiana. Era lógico, dado que los propios partidos socialdemócratas lo hicieron, acosados por la recesión y el entorno. inflacionista desde finales de los setenta; lo que se volvió contra estos últimos partidos, que ya no podían combatir el ciclo recesivo ni lograr mantener un crecimiento que beneficiase a todas las clases sociales.
Los años ochenta fueron años de orden -aquí en versión Corcuera- y liberalismo y cerrada lucha contra la inflación como. huida hacia adelante -aquí en versión Solchaga-. Las finanzas públicas entraron en franca crisis y no se han rehecho. Y de esa década queda una ideología conservadora con el poso de varias legislaturas de poder, como en el Reino Unido o en Alemania.
De todo eso se beneficia la derecha política y económica española ahora. El PP no vendrá para fortalecer el Estado de bienestar, sino para hacer un desmantelamiento sectorializado y controlado, y, si lo necesita, con la ayuda de los hoy aliados del Gobierno socialista.
Hay fuertes razones para pensarlo así. Primero, la juventud y vulnerabilidad de nuestro sistema de protección social, que se ha edificado en pocos años. Segundo, la propia naturaleza del PP, que no tiene la cultura ni la tradición de la democracia cristiana europea. El PP no ha colaborado para nada en construir el Estado social y no sufrirá porque éste-se deteriore. Laparte del programa del PP desvelada hace poco por Aznar incluye, como es lógico, una defensa de la eficiencia como primer valor y del mercado irrestricto; una desregulación aún mayor del mercado laboral y un descenso, por tanto, del poder sindical; una disminución en picado del gasto público, del sector, público y de los impuestos directos, con aumento de los indirectos; una pérdida de protección social y, seguramente, una especie de renacionalización y un débil compromiso con una Europa pensada en términos de cohesión. Añádase un concepto de Estado centralista y un freno o una cierta involución en la regulación jurídica de las relaciones familiares, así como un refuerzo a las tendencias más corporativas de la ya muy corporativa sociedad española.
Aunque lo tendrían difícil para imponer un cuadro de medidas como éste, no es un programa alentador, desde luego, como para dejar alegremente que el PP gobierne. Y ésta es una de las fundamentales responsabilidades de la izquierda, pero, sobre todo, del presidente González, que ha ido diluyendo su Compromiso con la base social de la izquierda en aras, del llamado interés del Estado. Se diría que Felipe González quiso seguir la receta que acuno hace muchos años el líder del Movimiento Republicano Popular francés, Georges Bidault, como propósito de la Democracia Cristiana: "Gobernar al centro y hacer, con los medios de la derecha, la política de la izquierda". Esto de los medios de la derecha le funciona a ésta. A la izquierda la hunde. La verdad es que esa receta, aplicada por el Gobierno socialista, ha preparado objetivamente el terreno para una entrada de la derecha, la cual ha recibido gratis una legitimación que, en términos históricos, tenía perdida. Y con ello, parece, haber, logrado una base social creciente y optimista.
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