Balladur vuelve a la carrera
"Soy el hombre que ha sacado a Francia de la crisis", afirma el primer ministro candidato en su campaña
Édouard Balladur nunca ha ganado o perdido unas elecciones. Ha ocupado un escaño y una concejalía de París, pero fueron regalos de su antiguo jefe y amigo, hoy rival, Jacques Chirac. En cambio, ha sido por dos veces presidente de facto: en 1973, cuando ocupaba la Secretaría General del Elíseo durante la agonía de Georges Pompidou, y estos dos últimos años, durante el largo adiós de François Mitterrand. Inevitablemente, su actitud en la actual campaña tiende a ser la de un presidente que busca la reelección y defiende su gestión. "Soy el hombre que ha sacado a Francia de la crisis", afirma en sus mítines.La agresividad mostrada en las dos últimas semanas (la estrategia pit-bull, en palabras de su ojito derecho, el inefable Nicolas Sarkozy) le ha servido para remontar la caída de popularidad de hace un mes, cuando saltó malamente desde una respetada jefatura de Gobierno a una mediocre candidatura. Balladur ha vuelto a la carrera. Aún está vivo, y nadie descarta. la hipótesis de un duelo fratricida con Chirac en la segunda vuelta. Pero su voz y su planta no son aptas para la riña, y su equipo de campaña ha decidido guardar de momento el Balladur-Terminator para volver al Balladur-estadista.
Mensaje conservador
Su mensaje, y el núcleo de su electorado (jubilados y amas de casa) son conservadores y continuistas, y las salidas de tono podrían acabar molestando a los votantes que, en principio, tiene más seguros.
Los muchísimos indecisos a conquistar tampoco son gente de greña. Ahora que ha aprendido ya a dar manos y besar niños, (se le nota menos tenso cuando lo hace), el primer ministro-candidato recupera un tono más habitual en él. "Por temperamento y educación", señala, la polémica no es de mi gusto".
Es viernes por la tarde en Clermont-Ferrand, capital de Auvergne, macizo central, Francia profunda. Este es el feudo del ex presidente Valéry Giscard d'Estaing y hay que rendirle visita. El encuentro, en el Consejo Regional que preside Giscard, es frío y breve. Lo normal tratándose de dos hombres que se odian como pocos: Giscard echó a Balladur del Elíseo en 1974, Balladur ha secuestrado a los diputados centristas de Giscard y le ha impedido ser candidato en 1995.
Acompañan a Édouard Balladur el ministro de Sanidad y portavoz del Gobierno, Philippe Douste-Blazy, el ministro del Presupuesto y portavoz de la candidatura, Nicolas Sarkozy, y el director de la campaña, Nicolas Bazire. El viaje a Clermont-Ferrand contiene la habitual dosis de esquizofrenia. Durante la primera parte (visita a la sede de Farmacéuticos Sin Fronteras, encuentro con diputados locales, fotografía con Giscard), Balladur es primer ministro, con su Renault Safrane oficial, sus guardaespaldas y su tropilla de periodistas al galope: un efimero Mister Marshall en una ciudad de provincias no muy interesada por el evento.
Cae la noche y Balladur se convierte en candidato. Siguen ahí el coche y la escolta -algo que no tienen Chirac ni Lionel Jospin-, pero cambian el nombre y el título. Ahora es Dou-Dou, el candidato. En un hangar del aeropuerto le esperan 3.500 incondicionales para una cena-mitin. Un par de cargos locales calientan el ambiente desde el estrado mientras se sirve la comida: inmensas bandejas de tocino y verduras, regadas con un intragable tinto de la tierra. Ni siquiera Nicolas Bazire, que fue oficial de Marina, consigue beber más de un sorbo. Balladur, hombre de lenguado a la crema y blancos Finos, prescinde del condumio y sale a dar una vuelta por las mesas, seguido de banda de música. Una fuerza de claque de varias decenas de jóvenes, vestidos con camisetas de campaña (Dou-Dou, c'est doux, Dou-Dou es dulce), dirige el coro de aclamaciones con gran profesionalidad: "Président! Président!'.
Telonero de lujo
El telonero es Sarkozy. Deja el puro en el cenicero y trota sonriente hacia el estrado, que ocupa con una soltura que jamás tendrá Balladur. "¡Yo quiero el mismo presidente que vosotros!", "¡yo tengo la suerte de trabajar junto a él!", "¿quién nos da la misma seguridad, la misma confianza, las mismas garantías?". Concluida su breve función, Sarkozy vuelve a la mesa y al puro, y Dou-Dou asciende a la tribuna, rodeado de manos y brazos, como quien sube al cadalso. La claque juvenil dirige el clamor. Nicolas Bazire fuma cigarrillos y se pasea en la sombra, con la mirada inquieta de un apoderado artístico en día de estreno.
El guión de Balladur es parecido al de siempre. Él no es un demagogo como Chirac: "Yo digo la verdad y no hago promesas que no pueda cumplir". Pero que no le provoquen: "No estoy dispuesto a dejarme pisar". Sarkozy y Bazire gritan "Dur! Dur!" (¡Duro! ¡Duro!) y se parten de risa.
Su balance es bueno: "Soy el hombre que ha sacado a Francia de la crisis y ha dado su nombre a un método, el del diálogo y la concertación, del que estoy orgulloso". Su presidencia asegurará la continuidad: "Hay que seguir por la vía emprendida hace dos años, para que Francia recupere el orgullo y la juventud recupere la esperanza". Un emocionado recuerdo a su mentor Pompidou, que era de Auvergne, una promesa sobre la implantación de una cuota femenina del 33% en algunas listas electorales, otra promesa sobre la construcción de más carreteras en Clermont-Ferrand, y listos.
Música, pancartas, gritos de Dou-Dou! y Édouard président! y el mitin ha terminado. Balladur desciende de la tribuna como un boxeador del cuadrilátero, alguien le echa la gabardina sobre los hombros y, otra vez primer ministro, abandona el estruendo del hangar por una puerta trasera.
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