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Tribuna
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Un horror sin final

Ser libre es, formalmente, ser capaz de autodeterminarse, o de concederse una ley propia. Pero esa determinación o ley se halla inscrita en la aptitud lingüística. El ser libre es aquel que es capaz de pronunciar en forma lingüística la ley que determina sus acciones; capaz, por tanto, de responder de sus propios actos. O que puede adecuar, en sus respuestas, su palabra con el curso de sus acciones. Ser libre es lo mismo que ser responsable.Esa responsabilidad se mide por la adecuación entre la expresión lingüística y la acción llevada a cabo. Se funda, pues, en la verdad: adecuación de palabra y acto. De ahí la extraordinaria profundidad del dictum evangélico: la verdad os hará libres. Podría profundizarse mucho más en este importante asunto ético relativo a la libertad. Pero para lo que quiero decir pueden bastar estas sencillas precisiones.

Estas, de hecho, no exigen demasiada agudeza ni originalidad filosófica para ser enunciadas. Pero vienen a cuento, con precisión, en relación a los tiempos turbulentos por los que atraviesa la actual política española. Nunca, en nuestra historia reciente, se ha estado tan cerca del oscurecimiento de estas verdades elementales. Ni qué decir tiene que éstas forman los requisitos mínimos e imprescindibles que pueden con formar un estilo ético en el ámbito político y convivencial. Este sólo existe y subsiste si revela, en la conducta de gobernantes y políticos, esa condición de seres libres que nos especifica como humanos; como seres capacitados Para responder con palabras de los propios actos.

Y en esos actos se incluyen, desde luego, las omisiones, las acciones delegadas, las llamadas acciones a distancia: el complejo y tupido curso de órdenes que establecen las profusas jerarquías del poder. En el panorama político español se tiene cada vez más la inquietante sensación de que quienes nos gobiernan, y en particular el partido gobernante en el poder, han perdido radicalmente de vista estas ideas absolutamente sencillas.

Estamos gobernados por un colectivo irresponsable, radicalmente incapaz de dar cuenta con palabras de sus propias acciones, sean presentes o pasadas; se hayan desarrollado ayer, anteayer o hace 10 o 13 años. Se trata de un colectivo falto, al parecer, de aquella memoria básica sin la cual no se produce el proceso de humanización Dice Schelling, con razón y agudeza, que el hombre jamás puede asemejarse al animal; o está muy por encima de él o se halla muy por debajo.

Si es cierto que la responsabilidad es el requisito indispensable de la libertad, entonces el Gobierno español, encabezado por el máximo mandatario, lo constituye en estos inquietos tiempos un grupo de seres que no acceden a la condición humana, decididamente inhumanos. Un colectivo de sujetos que, desde luego, no son libres: verdaderos esclavos y cautivos del propio poder que han detentado durantes largos y tediosos años; un gobierno de esclavos que tiene por Esclavo Mayor al máximo mandatario: un personaje incapaz de asumir sus propias responsabilidades y que hace siempre, sistemáticamente, oídos sordos a las obvias imputaciones políticas que se le hacen: la antítesis misma de ese estilo ético que, en verdadero escarnio, él mismo fue capaz de enunciar y anunciar como preludio de "cien años de honradez".

Creo que la democracia sólo existe si en ella se desarrolla la libertad, cuya razón intrínseca la constituye la responsabilidad. Una democracia en manos de seres totalmente irresponsables, sólo amparados en la legitimidad obvia de una votación, o en el hecho judicial de no haber sido aún reos de ningún delito penal, eso es de facto una tiranía enmascarada.

La irresponsabilidad está haciendo trizas un proyecto de democracia que, hasta hace poco, había sido motivo de admiración de propios y ajenos. Si se diera la circunstancia de que esas actitudes irresponsables, lejos de ser rápidamente extirpadas, se hicieran permanentes; si se consumara la pesadilla de una perpetuación sine die de esta situación política de tiranía fáctica en que el poder es ejercido cínica y aviesamente desde la más absoluta irresponsabilidad, entonces este país iniciaría un nuevo descenso hacia el infierno de la dictadura de facto, tanto más amargo y penoso cuanto que podría, cínicamente, autodefenderse desde la pura formalidad del mecanismo democrático.

Lo más triste de todo este espectáculo no lo constituye la existencia de un hombre cautivo de sus propias irresponsabilidades, o que sólo sabe responder en relación a sus actos propios con el infantil "yo no he sido; yo no he sido", como se puso de manifiesto de forma patética en aquella reveladora entrevista que le hizo, hace ya un tiempo, Iñaqui Gabilondo. Lo peor es el coro de conjurados que un día sí y otro también insisten, persisten y subsisten en esas actitudes, a modo de coro siniestro y esperpéntico de este diario atropello de lo que ellos mismos un día no muy lejano vendieron como un estilo ético. Pero más triste aún es la absoluta irresponsabilidad de quienes, cegados por sus éxitos tácticos, o envanecidos por sus astucias coyunturales, prolongan y perpetúan esa situación por razón de que se corresponde demasiado bien con sus conveniencias e intereses a corto plazo.

Estos últimos, cuya genialidad táctica o tacticista alaba todo su coro de aduladores, acabarán pagando cara su ceguera respecto a verdaderos objetivos políticos. Quiero decir objetivos políticos de verdad; no la pura y simple estrategia encaminada a la pura perpetuación del poder propio, o a la reproducción de "más de lo mismo".

Soy de quienes hacen suya la expresión sabia qué dice, en forma de sentencia ajustadísima, mejor un final con horror que un horror sin final. Creo que sería bueno que desde las más altas instancias del poder de este país, desde la cúspide de todas sus instituciones (políticas, económicas, culturales) se meditara de verdad sobre esta frase, cuyo valor prudencial se halla sobradamente contrastado. Creo que la más elemental virtud política, y sabemos desde Platón y Aristóteles que la prudencia es siempre la decana de

todas las virtudes, aconseja tomarse radicalmente en serio dicha frase.

Eugenio Trias es filósofo.

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